jueves, 4 de junio de 2015

DESPUÉS DE LA TORMENTA



Hoy ocurrió un milagro en esta isla. A cada instante lo disfruto y lo canto. Anoche, en medio de un mar negro y rugiente, azotado por el huracán, yo oraba pidiendo por mi vida. Ni una palabra, porque ya había agotado mucho de mi aliento pidiendo auxilio; y lo que quedaba era para sostener la cabeza alta, y el brazo aferrado a una tabla cualquiera.
Pero mi fuerza de voluntad era, sin duda, una oración llena de fe. Ciego entre las olas ciegas y furiosas, me dejaba llevar adonde la Providencia lo hubiera dispuesto. No había en mí, espacio para el miedo; desde la infancia había asumido a la muerte como una parte inevitable de la vida. Pero quería seguir viviendo y me exigía mantenerme a flote. De pronto, una ola altísima me levantó en el aire; abrí los brazos como un ave, solté mi tabla y volví a caer al mar. Entonces, me trastornó la desesperación. Había hecho de mi tabla una amiga, y ya no estaba. Intenté buscarla, contra toda lógica, en medio de los remolinos, y empecé a perder fuerzas y coordinación, a llorar y gritar otra vez, ahogándome sin remedio. Y entonces, cuando nada parecía indicarlo, sentí que había pateado una piedra. Me dolió muchísimo y estuve a punto de soltarla para alejarme de su dureza. Una luz interior me la mostró como la única salvación posible; me aferré a ella, vi las otras rocas que me sostendrían, aún en medio de la tempestad. Respiré, hondo…Sentí que avanzaba a rastras, a pesar del dolor. Y, de pronto, nada más. Esta mañana desperté tendido al sol, al milagro de mi vida recuperada, en esta isla serena y luminosa. Y sonó una campana: la de mi corazón, ahora alborozado y agradecido. La de mi corazón resucitado después de una crisis inmensa, dolorosa y paralizante. La de mi corazón que estuvo agarrado a alguna tablita frágil que, en realidad, me alejaba del mundo, de la gente, de la vida. La de mi corazón que, por fin, se había puesto de pie en medio de las rocas, y cantaba.

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