martes, 13 de octubre de 2015

EL CANDELABRO DE RICHARD





El candelabro de Richard

Versión libre de una historia de inmigrantes gallegos
María Felisa Pihen de González (Beba)- Nov 2015
Nunca había prestado atención al candelabro. ¿Lo habría visto en el oratorio de la abuela, perdido entre las estatuas de sus santos? ¿O habría estado sepultado entre refajos negros y mantones de Manila, en el fondo de un arcón?
¡Qué extraño que no lo recordara! ¡Había revuelto miles de veces el oratorio, los arcones de la inmigración, las cajas de pañuelitos bordados, la frutera de rafia llena de corchos, botones y tornillos perdidos… Todo bajo la vigilancia de la abuela y la tía, o de los cuadros familiares.
Ahora lo veía en la penumbra del panteón familiar; lo habían entronizado en una repisa maciza, que podía ser de roble, al pie de una desteñida lámina del Corazón de Jesús. Marcaba la línea media entre dos filas de féretros encaramados, y a la vista, en estantes superpuestos: abuelos, tíos ...
Allí montaba guardia el candelabro; era un soldado fiel, entre los muertos, amortajado también con telarañas centenarias, pero firme.
Un soldado de silueta alargada, fascinante en medio de todo lo que yo recordaba del panteón.
#2
2-1 Aunque era muy pequeño relucía su belleza; parecía una pieza de valor; ¿alpaca?, ¿plata? Recordé la platería Sheffield de los museos en Europa. Eran bellas piezas que mostraban el nombre del orfebre y la fecha; ahí estaban : Richard, y un borroso 1902. Aunque se me pegaba el polvo a los dedos, recorrí el pie torneado con arabescos, y acaricié los relieves; y subí por unas ramas que serpenteaban, floridas, hacia el porta-candil; y lo sujetaban como dos manecitas a una flor. Había señales de velas; a saber a qué santos habrían implorado. «Tal vez alguien solitario, triste, en secreto», me dije.
Imaginé un mantelito en la repisa; uno blanco, de “ñandutí”, tejido y almidonado amorosamente por la tía Francisca que ocupaba ahora uno de los féretros. Si lo hubo, sería seguramente aquel nudo de hilachas negras que aparecía por debajo del pie del candelabro.
«Tantas historias, tantos silencios, tantas miradas furtivas a la tía; cuántas carpetitas preciosas y flores de seda salidas de sus manos hábiles; todo apilado en paquetísimas cajas de bombones; y su historia apenas develada en el descuido de un comentario, o en mis maquinaciones de adolescente.»
2-2: Era el Día de las Ánimas; vaya a saber por qué, veinticinco años después, se me había ocurrido visitar mi pueblo natal; y, en un golpe de añoranzas, dar una vuelta por el cementerio para limpiar y rezar.
Cuando se despejó el polvo, leí las plaquetas con nombres, lugares y fechas… Desconocía algunos, como Ramón, Manuela, Eulogio; pero la abuela Josefa y la tía Francisca estuvieron siempre hasta mi adolescencia, y las sentía mías. Imaginé aldeas miserables y durísimos viajes; recordé historias; re-enlacé destinos …
2-3 –Prendo una vela, por toda esta gente que está, de algún modo, en mi vida. Entonces-¿será el aire viciado o un agradecido saludo del más allá?- me envuelve lentamente el hilo de humo y me siento mecida en recuerdos y sospechas intuidas en los relatos de familia; es un remolino confuso, entre soñoliento y febril.
1902 fue el último año en España. El abuelo Pedro había ido y vuelto varias veces a Brasil; se quedaba tres años y volvía con algo de dinero; en cada regreso la abuela quedaba embarazada; ya habían nacido cuatro hijos, varones y niñas, que crecían en la pobreza y el desamparo. Francisca, la mayor ya era mujer cuando la abuela exigió que todos fueran a América; si no, el abuelo no vería más a su esposa ni a sus hijos.
—Y se lo exigí — contaba—. Mis hijos necesitaban padre y trabajo. No tenían oficio y las tierras no rendían nada. Había panadero, carpintero, herreros, algunos muy hábiles, pero nadie quería tomar aprendices. ¡Y lo que lloró la Francisca! Pero, sobre todo, había que velar mucho por las hijas. Aquí, fue muy duro: enfermaron de tuberculosis y algunos murieron. Pero salimos, y aquí estamos, por la Bendición de Dios.
«¡Qué duro y triste! Me lo contaron muchas veces; les costó que la gente los integrara, por miedo al contagio»
2- 4- La luz se volvió más intensa y lo intuí; ¿o lo oí? : « Herrero, no. Orfebre; yo hice el candelabro»
Me acerqué de nuevo a él. Lo alcé; las hilachas de la carpetita se deshicieron en motas de polvo; y mientras volaban percibí, en la base, unos trazos de pintura vieja: “De R para F- 1902; y un corazón”.
«F… ¡Francisca!¡La pobre tía, con novio!… ¡Y R, (¿Richard?) un inglés; pelirrojo y flaco».
Temblaba, emocionada y confusa; la vela era un rezo de luz por estos muertos recién descubiertos.
«¿Richard? ¿El inglés? ¿En Lamego»— preguntó mi cabeza confusa.
«Andaba de aventurero en el barco de un amigo, pariente del cura. Me albergué con él, en la parroquia; y el cura me encargó unos santos y un candelabro».
«¿Y cómo es que el candelabro está aquí?» le pregunté.
«Lo terminé junto con los santos; pero el cura no me lo quiso recibir porque tenía mi nombre, según la costumbre inglesa; entonces se lo di a Francisca»
Desde uno de los féretros más viejos, suena la carcajada burlona de la tía Manuela:
«Bah; te habías encaprichado con la Francisca; y eras hereje; y la cortejabas a espaldas de sus padres… ¡Mira si no le iban a avisar al cura! ¡Te echó, y te cobraste con el candelabro!»
2-5- « ‘For you’» dijo Richard, cuando le escondió el precioso candelabro en la blusa.
Una melodía gaitera fue invadiendo el espacio, como el humo invisible de una pérdida de gas. Me envolvieron la música y las palabras de una muñeira:
"Eu non sei que pasou no muíño/eu non sei que debeu de pasar,
desde entón Francisquinha está triste/desde entón non fai máis que chorar"
(Yo no sé qué pasó en el molino, pero Francisquita está triste desde entonces, y no hace más que llorar).
Bullía la primavera; volvían de sembrar; echaron en falta a Francisca; la buscaron por el prado, hacia el molino del arroyo; los rumores de los vecinos les apretaban el estómago desde hacía algunas semanas. Entonces oyeron las risas; los “my love, my love, bonita”; él tocaba el corpiño de Francisca; y los vieron besarse: ¡Francisca y el hereje inglés!
«¡Vete para casa, Francisca! ¡Y tú, desvergonzado , endemoniado, que no te mato porque me pierdo yo!—gritaba la abuela , blandiendo un palo enorme— ¡Fuera de aquí!»
Francisca corría, llorando hacia el caserío, y apretaba el candelabro sobre el pecho.
2-6- «No imaginas cuanto lo sufrí», me cuenta Francisca en la mente y el corazón. «La última semana en España aguanté la paliza y las penitencias y los gritos y los silencios»
«— Da gracias a la Virgen, que no te ha deshonrado, loca, perdida— tronaba el abuelo»
«— Y no se hable más del inglés; que lo protege el cura—Dios lo perdone—, y será peor para nosotros…No lo veremos nunca más »
«Había tanto que lavar y guardar; tanto pan que cocer para el viaje; estaba como atada en casa; y él no aparecía más que en mis sueños. Y el candelabro estaba bien escondido en alguno de los pocos canastos y baúles que íbamos a llevar. Imposible mirarlo, siquiera. Lloré tanto… Y al fin, un día zarpamos»
Otra vez entra Richard en mi desvarío: «Quería buscarla; irme a América. Pero no me animé a partir sin seguridades… Tiempo al tiempo. Y entretanto, vinieron la peste y mi muerte»
Y Francisca solloza: «Lo supe la primera vez que pude birlar una bujía y encenderla en el candelabro; y no estabas muerto; estábamos juntos; yo respiraba y crecía, pero estaba muerta como tú, desde que te perdí
#3
Afuera, un viento suave sacude los árboles; la llama se va acabando, mientras crece la penumbra y poco a poco vuelve mi cordura. Me incorporo para apagar la vela; y… (¿por qué, entonces?)... leo bien la fecha: 1802.
— ¡Richard vivía en 1802! ¿Quién era, entonces, el enamorado R?
« Oye, loca soñadora; se te está yendo el día, dale que dale revolviendo historias ¿Quieres saber la mía? Fui pensado y creado para lucir en las casas de los ricos; un buen suplente de las piezas de plata maciza que cuestan fortunas. Yo soy de bronce, por dentro, y plateado por fuera; pero mi brillo no se apaga, y todos se admiran de mi hermosura. Porque soy hermoso de verdad. Como que me hicieron con esmero y pagaron mucho por mí. ¿Cómo es que estoy en un cementerio argentino en un panteón lleno de polvo, entre los muertos de una familia de inmigrantes gallegos?
Llegué con ellos, en un baúl donde me escondió el sinvergüenza de Ramón. Yací durante un mes, despreocupado, como que soy de metal, ahogado bajo la exigua vajilla de la casa, los útiles de labranza y las ropas bastas pero vistosas que usaron en alguna fiesta. No volví a verlos hasta que bajaron del barco en Argentina.
Ramón era un mozuelo huérfano y vagabundo, excelente bailarían, bueno solamente para tocar la armónica y requebrar muchachas a espaldas de sus padres. Cuando el hambre le apretaba era capaz de ganarse el pan en los campos o en las riberas. Si no, se tendía junto al arroyo, o entre las rocas, a comer alguna fruta silvestre o un pescado crudo. Ah; también era muy bueno para el juego y las apuestas.
Esa noche se había hecho una buena rueda de jugadores, cerca del puerto; marineros y truhanes bebían a espuertas y jugaban a los naipes y a los dados en un tugurio apenas alumbrado por un farol de grasa de pescado. Allí estaba un señorito inglés, ávido de aventuras, que se había pegado a la fiesta al bajar del barco; bebía y apostaba a la par de la rueda. Éste era mi dueño, y yo estaba en su faltriquera. Era, quizás, una de las piezas menos valiosas que había heredado, por lo que me tenía a disposición para alguna eventual apuesta. Y allí estaba, también, Ramón; tenía unos pocos centavos que había ganado limpiando sardinas, y sus propios naipes y dados.
Yo soy una noble pieza Sheffields, de casa decente. No me preguntes cómo maniobró Ramón con sus dados o cuán borracho estaba mi dueño; en un momento dado pasé de su bolsillo al centro de la mesa; y de allí, entre gritos y maldiciones, a las manos de Ramón, que escapó silbando en la noche.
Pocos días después me entregó a Francisca: — Este es mi pasaje para América, guapa. Algún día me iré contigo. Guárdalo en algún buen sitio; y guárdame el secreto.
Los nogales se mecían en la brisa y cantaban los pájaros. Y escuché reír a los dos locos que se besaban junto al río.
A su tiempo, y no demasiado tiempo, se cumplió su sueño
4#
 Diarios íntimos de dos analfabetos
4; 1-Momentos de Ramón, por Ramón

—Hoy conocí a Francisca en una fiesta del pueblo, mientras bailábamos en ronda una muñeira;  decidí que sería mi mujer para toda la vida; mejor dicho, decidí probarla, como a un melocotón encendido y jugoso; y luego, cuando pasaran los años, hacerla mi mujer para siempre. De sólo ver su traje amarillo adornado de cintas, y su blusa de encajes, entendí que no sería fácil llegar a la segunda instancia; tampoco a la primera, viendo a su madre, vestida de negro de pies a cabeza, llevando el compás con los ojos clavados en “la niña”.
Los ojos negros de Francisca y sus encabritadas y armoniosas piernas estaban llamándome; y el coro de los vecinos nos animaba con palmas y panderos, y coplas. Pero la fiesta llegó a su fin, y se la llevaron a casa.
 —Yo sigo, vagabundo y solo, haraganeando, y ganándome algún duro con pequeños servicios, o con trucos de naipes y dados.  A veces, alguien me acerca a la ría, en su carro. Voy a ayudar en la pesca. Por la noche me prendo en alguna ronda de tute; generalmente gano algunas monedas; y enseguida salgo corriendo a esconderme en cualquier sitio  hasta que todos los borrachos se van.
—Siempre aprendo coplas y poemas para solazarme y lucirme.
 Este es el que aprendí hoy: “Niña de los ojos negros,/la de los labios de rosa,/anda, ve y dile a tu madre/ que  por qué eres tan hermosa./Tu madre te está criando/como una mata de trigo/y yo te estoy esperando/para casarme contigo./Cómo quieres que el sol salga/si lo tienes en prisiones;/ hasta que tú te levantes/ y a la ventana te asomes.”  (Rosalía de Castro)
 —Sólo puedo verla cuando vuelve de “las tierras” con su familia o sus amigas; siempre espero la hora en que pasa; y entonces chiflo la armónica; o canto de repente,  como hacemos los gallegos, porque su vista me colma de gozo. Y ella se ríe y hace unos pasos de danza como saludo.
—Hoy salió del grupo con un hermanito;  charlamos de alguna tontera, y me dejó tomar sus manos; algún día  nos cansaremos,  sobornaremos al hermanito y nos iremos solos al río.
4; 2-De Francisca, por Francisca
—Mira que te mira Dios, mira que te está mirando—dijo mi madre cuando volví esta tarde— y no me mientas. Ese Ramón te anda rondando y tú le estás dando alas. Y sabes que es apenas un chaval y que no tiene oficio, ni ganas de tenerlo.
—Que no, señora. Que no le veo más que de paso al volver del riego. Que vengo con Pedrito y con mis amigas. Y es tan bonito todo, que nos demoramos cantando y mirando el río.
—¡Buenas piezas el uno y las otras!¡Mira bien qué haces, que no me tiemblan las manos para darte unos latigazos!
Pero la pobre madre está tan loca con el trabajo y los niños, que nunca me vigila demasiado.
—Hoy  Ramón le regaló una honda al  Pedro y lo mandó a cazar pájaros;  él lo llamaría para volver a casa.
Y me cantó una bella copla:
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros, /ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros./Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,/de mí murmuran y exclaman: —Con Francisca anda soñando”.
—Es de la Rosalía, también. No es así toda la canción, pero la he arreglado para dártela. ¡A ver con qué me la pagas!
—Con un “biquiño”— le dije—; y se lo puse en la cara.
—¡Ah, pícara zorrita!—exclamó tomándome de la cintura; — ya te enseñaré lo que es un beso.
Pero Pedrito salió entonces, de la nada: —Nos van a castigar; ya está oscureciendo.

     Hoy  me escapé del gavillado para oirle tocar la armónica y comernos unas manzanas…Y Dios sabe que nos dimos muchos besos, y algún cariño más atrevido; pero es que es muy hermoso su hablar y su música, y todo lo que es amarse a la orilla del río, bajo los nogales.
     Hoy Padre nos habló de irnos a América; se lo conté llorando a Ramón; dijo que le pediría permiso para casarnos;  y que le llevara con nosotros.
     ¿A mi Padre? Yo no soy tan tonta—le dije—; sabes que no eres respetable, para él. Y el viaje no es gratis y no tienes dónde caerte muerto.
Entonces sacó de su zurrón un candelabro pequeño, muy hermoso: —Soy rico. Lo gané jugando. Éste es mi vale para el viaje.
Yo sentí que me faltaba el aire; pensé que era un niñote, como decía Madre. —¿Y si no lo puedes vender? ¿Y si te acusan de haberlo robado?
Con una expresión seria que jamás le había visto, dijo: —Yo sé ganar dinero, cuando lo necesito. Guárdalo muy bien.
 Lo guardó bajo mi falda y lo sujetó fuertemente  a la cintura con las puntas de la pañoleta, mientras me hacía cosquillas  y me besaba. Cantaban los pájaros, el río y el molino; nos acurrucamos juntos sobre la hierba verde y húmeda.

4; 3- De lo que nadie contó, y quedó flotando en el aire gallego
Se habían adormecido mientras caía la tarde.
     Ruú, ruú— arrullaban las palomas; —Aah, bonita, bonita…  (Nada de “for you”, ni de “love”, entonces).
Y, de pronto, por encima de los trinos y el rumor del regato, y el frescor de la ribera, resonaron los gritos y maldiciones de los padres y vecinos.
4; 5- En una mano, un palo; en la otra las mechas renegridas de Francisca; en la de algún vecino espantado,  los rulos castaños de Ramón; los dos a la rastra bajo una lluvia de varillazos y letanías; así llegaron a la Iglesia; algún comedido se había adelantado y el cura esperaba a la puerta, con estola e hisopo .
Y en media hora, Ramón estaba bautizado, Francisca había confesado públicamente lo que todos habían visto  o imaginado, Doña Josefa se recuperaba bajo el abanico de una vecina, y don Pedro se retorcía los bigotazos.
Francisca y Ramón buscaron sus manos, de acuerdo al ritual y a sus propias ganas; pero don José le advirtió al oído:—No la tocas más, a partir de aquí, hasta que te hagas hombre honrado.
—Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre— salmodió el sacerdote.
Algún imprudente— capaz que el mismo Ramón— amagó una copla que se ahogó en el mar de ceños adustos y ropas negras.

DE LO QUE SE CUCHICHEÓ EN GALICIA
Cerca del mediodía de un domingo, todas las vecinas, madres e hijas, se sentaron a la puerta de cada casa, con un perol entre las piernas, a desgranar las habas. Y en toda la aldea runruneaban las novedades.
—Ya llevan dos días de viaje—comentó una viejecita.—¿Habrá cumplido Pedro lo que juró en la boda?
 —¡Bobadas de viejo enojado! ¡No quería que se tomaran de las manos cuando los bendijo el cura. Ja, ja, ja! —comentó la hija.
Más allá, otras dos mujeres, parloteaban desenvueltas: —Y le prohibió al Ramón que la toque hasta que sea hombre de bien. Ja, ja, ja. Me los imagino a Ramón y Francisca huyéndoles por todo el barco.
Se les atragantaban las carcajadas, pero no estaba bien reír, en una situación semejante. Sacudieron el perol para desparramar mejor las habas y dejar más espacio. Y callaron, meditabundas, durante algunos segundos.
—Ya ves; se lo dije a la Josefa: “Todas estamos muertas de cansancio, pero nos toca cuidar a las muchachas. Hay mucho malnacido suelto; y mucha tonta enamoradiza”.
—Suerte que sólo  los pillaran dormitando, con las ropas en orden. Demasiado escándalo, por una tontera de chiquillos. ¡Llevarlos a varillazos a la Iglesia, a que los casen!
—Suerte que ya estás bien casada, tú; que te cosería la boca, con esos dichos. Una señorita es una señorita y no se va sola, a su aire, con mozo alguno, ni  siquiera a llevarle flores a la Virgen.
—Bueno, Madre; ya pasó. Lo bueno es que bautizaron a Ramón, que sobre vago era hereje.
—Sí que es un santo varón este Pedro. ¡Mira que cargar a su familia con un chico más! Seguramente los pondrá en vereda.
—¡A ver, a ver!—dijo una que ya había terminado con las habas, y paseaba de casa en casa. —Esta tarde hay que rezar un Rosario por estos pobres pecadores; y por la familia, que los aguanta.
6- Estoy más lúcida, ahora.
 Miro hacia el féretro de Ramón; realmente, no sé quién fue.  ¿Tal vez sí, escondió el candelabro en las ropas de su Francisca, mientras la besaba y cantaba muñeiras? ¿Tal vez les obligaron a casarse, fue con ellos a América y murió  en plena juventud, a poco de llegar?
Acaricio, como uniéndolos, el candelabro y estos dos féretros.
«No me lleves de aquí» susurra el aire…o el candelabro… o Richard… o Ramón, tal vez.
«En el candelabro están unidas nuestras almas», dice Francisca.
 Una ráfaga más fuerte anuncia la noche próxima. Mientras me alejo, escucho a los que se quedan para siempre: «No los separes otra vez»
 ¿Son los árboles, o un coro de voces desconocidas, aunque mías?

7- EPÍLOGO
7;1- Esa noche no volví a soñar; descansé  y emprendí mi viaje de regreso; no bien llegara a casa buscaría precisar más mis descubrimientos; hay agencias genealógicas; hay sitios web sobre Galicia… la inmigración española a Argentina... ¡Qué sé yo!... Otra manera de hurgar, como cuando era pequeña, los secretos de la familia.
Durante  el siguiente mes, obtuve partidas de bautismo, matrimonio y defunción de media parentela gallega. Desde el Registro Civil de Rois, La Coruña, un papel amarillo de tiempo, y sepia por la digitalización, me confirmó que, el 10 de mayo de 1902, en la Iglesia de Santo Tomé de Sorribas,  se bendijo el matrimonio de Francisca Mariño y Casal de  catorce años; hija legítima de Josefa Casal y Pedro Mariño: vecinos de Lamego;  con Ramón Castro, de quince; hijo natural de Paulina Castro, ya fallecida; vecino de la zona; jornalero ocasional… 
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La Municipalidad me comunicó que remodelará el Cementerio, y que se ha dispuesto la reducción de los sepulcros y panteones del siglo pasado; me presentó las opciones formales para el nuestro.
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Y sí: así lo quiso la vida; ahora, dos urnas se concentran en un nuevo nicho pequeñito; en una, los abuelos y los otros tíos; en la otra, juntos, están los restos de Ramón y Francisca, y con ellos, el candelabro de Richard.
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