martes, 22 de diciembre de 2015

DE AMOR Y PERDÓN

Afuera la noche está helada y las ramas resecas y retorcidas blanquean bajo la nieve y la luna.
Una silueta imprecisa avanza entre volando y patinando hacia la casona.
La he preparado para recibirlo. Algunas nimiedades: polvo en los rincones, vidrios salpicados... No hará falta encender el hogar ni las luces; el corazón es más fuerte. En realidad, no se necesita más que este polvoriento salón para el encuentro.
Mientras atisbo su llegada, pienso en la breve felicidad que albergó nuestra casa.
Cuando percibo que el fantasma de afuera ha traspasado las paredes, cuando me llegan sus primeros ayes y el aire me aletea en la cara, levanto la cruz que tengo entre las manos y grito:—Dios te ha perdonado. Yo te perdono. Descansa en paz.
Afuera, unas campanadas lejanas. Adentro, un gemido; y dos aves inesperadas que atraviesan la ventana y vuelan entre sorprendidas y felices.
Y yo yazgo en el suelo de ladrillos, con la cruz clavada en mi pecho.
El mismo corazón que él había ido destrozado poco a poco, durante años lo ha redimido y liberado.

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