martes, 2 de mayo de 2017

Un visitante apurado


—¡Ya voy!—gritó por encima del chirrido incesante del timbre.
Se levantó del sillón, de un salto.

Justo cuando el asesino de la serie aprontaba su revólver, abrió de un tirón la puerta de calle. Resonaron dos explosiones: el estallido del revólver en la tele, y el de su experta patada de karateca  en la muñeca del visitante.  El arma que le apuntaba voló por encima de la tapia. 

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