viernes, 1 de junio de 2018

SÓCRATES

 

El padre lo bautizó Sócrates, porque el chico era rápido para entender y explicar cosas; una rústica familia de labriegos analfabetos, los Sosa. Él no fue brillante en la escuela, pero siempre se lucía como zapateador y caballero colonial en las fiestas patrias

Cuando se quedó solo, aunque no era demasiado leído ni avispado, fue sacando adelante su campito: una hectárea de pastos y frutales,  bien trabajada y rendidora;  algunas cabras y un par de caballos; un buen partido.

También se amañó para farrear y enamorar “chinitas”, y escabullirse de las madres; con los padres no había problema: eran desconocidos, o compinches de cualquier otro masculino cercano.

Las “chinitas” lo perseguían. Y él se dejaba querer, sin más compromiso que acompañarlas como bailarín en las fiestas de la escuela, algún beso robado, o un piropo al paso. Sacaba cuentas de tiempo libre, gustos y gastos; se daba los primeros, y evitaba los segundos.  Nada de regalos caros por más que fuera el cumpleaños, o la Fiesta Patronal. Ya se sabe, las mujeres abundan y los hombres escasean, como en todas partes. ¡Para qué encadenarse si tenía buena estampa y estaba siempre listo y satisfecho! 

A la Etelvina le tenía ganas; le gustaba vestirse lindo y andar perfumada para las fiestas. Como había heredado animales y casa y se manejaba sola con el campito, no le andaba rogando  La Etelvina era vivísima y sabía esperar: algún día…Pero, mientras tanto,  le aceptaba bailes y mimos.

Así es que Sócrates Sosa se estaba haciendo viejo y seguía solito y sin apuro.

Bastante cuarentón, se volvía cada día “más o más”; dependía de lo sobrio que estuviera: más atrevido y piropeador, si “no”;  o más huraño y negativo, si “sí”.

Una siesta de otoño, en uno de los días “sí”,  estaba sentado tomando unos mates Y entró a pensar en su vida; y sintió cosquillas en la cabeza y en la barriga. ¡Ave María Purísima! ¡Estaba deseando y pesando a la vez! ¡La cabeza y el corazón trabajaban juntos!

Se le prendió la lamparita de los sueños: Una noche de invierno, bien abrazadito a “la Etelvina”; una tarde de otoño, un paseo a caballo con la china abrazada a la cintura, sintiendo las pataditas del chico por nacer. Le latió el corazón y se le pintó una sonrisa.

«¡Pucha! Me gustaría tener una mujer linda, para mí solo, y un hijo, o dos».

 ¿Será que era su día de suerte? Como si la hubiera conjurado, vio a la Etelvina que venía pastoreando unas cabras.

Linda, linda, no era; por algo estaba sola a los “treintaytantos”. Pero sí, coquetona y decidida. Zonza, tampoco; el campito de Sócrates era rendidor, y el rancho, grande y limpio.

—Buenas, Etelvina. ¡Cómo está la primavera, que hasta las flores andan!

—¡Qué primavera, si es junio! ¡Ya está por caer la helada!

—¿Vos decís? ¿No tendrás frío a la noche, tan solita?

—¡Tan preguntón! ¡ Cosa mía, supongo! ¡Vos también sos solo!
Pestañeó. Se arregló la trenza 
Es tarde...Me voy. Ayudame a guardar las cabras, si querés.

—Y me quedo con vos, ¿ah? Nos cuidemos juntos. — Y tentó un avance a la blusa colorada y al poncho bordado de flores.

— ¿Quién te ha dado confianza para que me andés tanteando? Quedate solo, no más. Ya te veo las intenciones. Mirá que yo soy cristiana y no me “acollaro”; “casorio”, o nada. — Y empezó a irse seguida de las cabras.
¡Se iba!... El corazón de Sócrates le hizo saltar las barricadas, alcanzar el último cabrito y arrastrar las alpargatas a su ritmo. Casi oía tintinear sus principios: libertad y bienestar. ¿O le tintineaban las monedas que tendría que gastar a partir del “Sí” de la Etelvina?
Sócrates, el griego, dijo: «Cásate: tu mujer te hará feliz, o te hará filósofo».  Como Sócrates Sosa ya lo era, optó por la felicidad, según parece… No sé si no cambió el vino por la cicuta…
 
 

domingo, 27 de mayo de 2018

EN LA QUINTA ESQUINA

Uno más de tantos encuentros vacíos, rutinarios, en el hotelucho de siempre. Se estaba haciendo de noche. Julieta se acomodó la melena rubia, se maquilló con esmero y se enfundó  en uno de sus soleros negros bordados con mostacillas. Pablo se puso pantalón y camisa limpios; luchó con los botones y el cinto para lucir más esbelto, y disimuló su calvicie con un peluquín. Ella taconeó sobre sus agujas hacia la puerta; él la siguió, cabizbajo, decepcionado,  sin una sonrisa ni un beso. Había que ir a abrir "La Quinta..."  Pronto llegarían los clientes. 
 “La Quinta Esquina”, se llamaba la zona de calles en diagonal; y también el bodegón. Todas las noches los tahúres se sentaban alrededor de una mesa pentagonal;  los lugares estaban numerados, del uno al cinco El dueño, el anotador  se ubicaba siempre en la  quinta esquina, cerca de la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono.  En el número uno, Julieta, la preciosa bailarina treintañera, brillante de lentejuelas, acompañaba la ronda, sentada sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran “pelarlo”.
Esta vez, el  tipo estaba de suerte; ganaba puntualmente.  Y Julieta parecía extrañamente modosa; disfrutaba, coqueteaba,  pero no le arruinaba los juegos. Entonces, Pablo Flores dejó la mesa y se fue  a dar una vuelta.
Cerca de la medianoche, las luces amarillentas del bodegón  pintaban  el tronco de un paraíso y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en tinieblas.  Pero la música estridente alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo  volvió a entrar y se sumergió en el bullicio de “La Quinta Esquina”. Quedó extático; no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en un charco de bebidas,  flotaba un revoltijo de dados y ceniceros llenos. La bailarina yacía retorcida y ensangrentada sobre una alfombra de vasos y botellas en añicos. Las manos  rígidas hablaban del  espanto; la derecha, empinada sobre la muñeca, como frenándolo; la izquierda, crispada sobre un bollo negro; de la mugre del suelo, sin duda.
No se espantó por los ojos desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su tremenda barriga  no  le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la comisaría» pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro; se sentó y se puso a mirar el cadáver de la chica.
Varias veces habían estado juntos,  por las tardes, en cualquier albergue próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico de jubilado, no colmaban las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir clientes  para un barcito, en  un barrio apartado.  Ahora que  tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo había venido  a buscarla; pero ya era tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó la calva. Aunque  el bolsillo estuviera más próspero, él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
« Después de todo» caviló «ella volvería a irse».
No entendía el por qué de esa incomodidad creciente….en el pie… en la cabeza…Con esfuerzo levantó un vaso roto que le estaba punzando bajo  la zapatilla. Algo le molestaba también en la calva, o debajo de ella, o a causa de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que  afloraba en su cabeza agotada.  Apoyó el codo en la quinta esquina de la mesa.  Alguna vez había estado… cuando se fue… ¿anotando?… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?  

Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano  de Julieta se crispaba, en realidad,  sobre su ausente peluquín.
En ese  instante  se  le encendió una ola inmensa de recuerdos; se había  ido, borracho y furioso porque  el de la primera esquina  toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía ganando. Furioso porque ella  lo disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró y la tironeó  hacia el vaso que acababa de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.
 Una sirena aullante acompañó la frenada del  auto policial. 
Antes de que lo alcanzaran,  Pablo hundió violentamente el trozo de vidrio en su propio cuello.


sábado, 26 de mayo de 2018

El Choque


Cada año, el Día de Reyes, la procesión del Candombe salía a las calles del Buenos Aires virreinal. 
Varias crónicas recogen la copla dominante:
“ Celebran el seis de enero/ el día de San Balthazar/,
el Santo más candombero/que se pueda imaginar”.
Aunque se alertaba desde los púlpitos sobre el origen pagano del festejo, los blancos asistían al espectáculo desde veredas y balcones.  No faltaban los frailes que dirigían el Rosario y las beatas que pasaban el cepillo de la limosna.
Desde el cielo gris, la tormenta urgía a la concurrencia. Pero  el Poderoso Olorún sujetaba las nubes amenazantes; así complacía el ruego ancestral.
Cientos de africanos y criollos, puros o mulatos, viboreaban al son de panderetas, collares de vainas secas, o cualquier trasto resonante; y entre las coplas en castellano, se filtraban  las plegarias bantú, las preces de hechizos y bendiciones y los requiebros sensuales y obscenos. Los tambores  guiaban a cada Cofradía.  Con estandartes rústicos  y colorinches se identificaban las distintas barriadas  y sus santos cristianos protectores. Dioses  amasijados en el sincretismo que aseguraba la supervivencia…  
 El negro Balthazar inauguraba el desfile. Lucía joven, vibrante y fuerte con su ropa de esclavo: camisa y pantalón blanco, pies descalzos.
Los suyos lo habían reconocido como el elegido de Olorún por su maestría innata con el tambor y su don de gentes. Y por algo como un halo invisible: aquella chispa ladina y fosforescente en sus ojos negrísimos.
Desde sus brazos, el instrumento traducía las voces del espíritu: ora, un lánguido rumor adormilado y sensual, de fatalismo;  ora un estrepitoso despertar  de orgullo; y siempre, como un entramado poderoso, el redoble, el corazón de los dioses. Emanaba una sabiduría superior, que rebajaba la soberbia de los amos. 
Aquellos ojos especiales  permanecían fijos en el horizonte del puerto;  tal vez en la evocación de su tierra y de su viaje de esclavo.  
De pronto, giraron apenas hacia la izquierda.
De una de las iglesias salió una procesión: un acólito con incensario y otro con un Crucifijo de largo pie,  precedían a cuatro sacerdotes viejísimos; ellos sostenían sobre los hombros temblorosos un altar portátil de la Dolorosa, con sus manitas orantes y su corazón ensangrentado. Detrás de los ancianos, un grupo de niños vestidos de angelitos cantaba “Perdón, Señor”, “Líbranos del Maligno”.
El redoble magistral del tambor cambió a un ostinato bronco, amenazante;  se alteró la marcha de la serpiente multicolor; el paso vibrante se volvió aleteo sigiloso.
Entonces, Balthazar sacudió las baquetas en el aire. Silencio tembloroso.  Hubo un estallido atronador, y  el rayo estrepitoso se desprendió del cielo amenazante.  En medio de alaridos de terror  la gente se arrodillaba y se persignaba.  Los chiquillos y los viejitos corrieron espantados al templo, y la buena María alcanzó a ser atrapada entre el aire y los adoquines por dos creyentes próximos: uno blanco y uno negro.
Y la tormenta siguió extática sobre la muchedumbre. Ni una sola gota. Ni un relámpago más. Ni un leve brisa.
El candombe reinició la marcha. Balthazar brillaba impasible, majestuoso y eficiente.
 Detrás, las carcajadas desvergonzadas sacudían el cielo expectante.

domingo, 22 de abril de 2018

ATORMENTADA



Se alzan las murallas de la injusticia, del rencor y del recelo  y nos cortan el paso hacia el azul que ni siquiera podemos adivinar. Amontonan pesadas cataratas, diluvios de venganzas.  Hijas de las mismas olas sobre las que se yerguen.  Hijas del egoísmo y de los miedos.  ¡Tanto llanto latente y silenciado! ¡Tanta furia amordazada! Hace mucho que taparon el sol;  alrededor y por encima de ellas,  todo es lóbrego.
Pero desde abajo, desde lo íntimo, desde la cueva en la que se refugia el alma, un reflejo pálido habla de… ¿rebeldía y esperanza?  Y va trepando por la ladera, sueño asustado, pero valiente.
¿Cuánto falta para que pueda liberarse? ¿Cuánto para que arraigue en cicatrices sanas? ¿Cuánto para que llueva, dulcemente sobre los sueños rotos y caigan derruidas las murallas? Entonces se abrirá un horizonte azul y renovado; y alzará su vuelo, asida a un barrilete.

Enlace: ATORMENTADA

miércoles, 18 de abril de 2018

DESAFÍO

"Un adolescente es una caja de sorpresas; tres primos adolescentes, son un cartucho de dinamita listo para estallar."
Así piensan nuestros padres; por eso nos mandan al campo, a la estancia, para que detonemos al aire libre sin que nadie perezca en el evento. 
Pero no hay garantías.
¡A quién se le ocurre, más que a los abuelos, traernos de vacaciones  a Santiago del Estero y hacernos dormir la siesta! Por suerte, los dos roncan a mil decibeles y hemos podido salir sigilosos hasta la tranquera.
Anoche, después del Rosario con la abuela, hubo cuentos de fogón, con  los peones más viejos… 
«Pa’ que se asusten las guaguas*»  comentaron los mayores, con risitas socarronas y desafiantes.
- Guaguas… Je… ¡Somos “La banda de la efe” (Felipe, Federico y Fernando… y feronomas) y esta será la hazaña gloriosa de las vacaciones!
 Después, se viene el rígido molde del Colegio San Miguel, al que estamos destinados por la orgullosa tradición familiar.
Desde el fondo de nuestra masculinidad arrancan blasfemias, chistes sucios, canciones prohibidas. Todo a los gritos, para que repique lejos. Para que nos oiga el diablo, y sepa que venimos a conocerlo, sin miedo a nada.
Arden las piedras y los churquis* reverberan; y también nuestras cabezas; fugados por el monte, lanzados a la búsqueda de la Salamanca y el Zupay*, no vamos a andar pensando en sombrero y cantimplora.
Un silencio poblado de siseos nos va envolviendo desde las sombras rústicas de los mistoles. Desde el oeste asoman unos nubarrones premonitorios. A cada paso, se nos apagan los gritos y los saltos y las carcajadas.
Somos un trío silencioso y fatigado el que se encuentra, de pronto, ante la boca de la cueva.
    Debe de ser esta; asomáte, Fede, a ver si ves algo.
    ¿Yo solo? ¿por qué? Vos y el Fer,  son machos como yo, creo.
Precavido, Fernando está juntando piedras… por las dudas. Y hurga el fondo del bolsillo. No; no trajo el rosario.
Lo llamemos propone Felipe. Los tres juntos. Vamos… ¡Zupay! ¡Zupay!
Y, créase o no, desde adentro de la cueva empieza a salir una polvareda sonora  de  farra y bailanta. Los árboles zarandean sus ramas espinosas y crujientes.  Zupay, una silueta negra y retorcida,  un garabato más en el paisaje, baila entre fogonazos de tormenta.  Le zapatea una chacarera a una mujer desnuda y desmelenada.
 Gritamos y aplaudimos desaforados; y, como nunca y nunca jamás, desplegamos un abanico de puteadas inimaginables.
Zupay y la mujer sacuden sus melenas. Ahora estamos bailando, con las piernas enredadas en los pelos largos y grasientos;  “patiatados”, nos van arrastrando hasta la cueva: la Salamanca. Somos tres muñecos rígidos, fascinados por la magia. 
En el repique de mil guitarras ocultas,  late el convite diabólico: “Basta ya de misas y de caridades; fuera los prohibidos y las confesiones; nada de pesares, nada de llorar; vivamos la vida, que no hay otra más”. En un ritmo frenético, la danza se trepa sobre los semitonos más agudos.  Ahogados de adrenalina, vivimos un terrible tironeo entre el miedo y el coraje. Zupay se aproxima. ¡Ahí está: la cara espantosa, los ojos ardientes, los dientes afilados, el aliento sulfuroso!
¡Ay, Diosito! ¡Pésame, Dios mío!— balbucea Felipe. —¡San Miguel Arcángel, ruega por nosotros!
Y el Fer y yo, también; ¡porque estamos pecando!, ¡por Dios!, ¡somos unos Judas! …
Y Dios nos perdona. Nos envuelve piadoso, en un remolino  fresco del huayra*;  nos libera, inánimes, sobre las piedras. Rugiendo, Zupay se encoje; la mujer se diluye. A lo lejos, en la niebla del desmayo, suenan tambores…
—Mocosos de mierda; se han “insolao” los muy pavotes—  grita el abuelo  mientras se apea de la mula. — Si no fuera por el pampero*,  los encontramos secos.  
Vino con los peones; nos dan sorbitos de agua y nos mojan la cabeza; y mientras nos montan atravesados, comentan bien convencidos: «¡Castigo’e Tata Dios! ¡No se juega con los espíritus!»

Glosario:
*Guaguas: bebés; niños pequeños.
*Churquis: vegetación rústica del monte serrano (garabatos, mistoles, piquillín, muña-muña,etc) 
*Salamanca: cueva mítica donde Zupay (el Demonio) hace orgías con sus adeptos.
*Huayra: Viento.
* Pampero: Viento muy frío, de la zona central de Argentina.

miércoles, 4 de abril de 2018

Filosofía de hormiga



Soy hormiga, tenaz y solamente hormiga…
Obrera soy, soy parte de un producto;
Apenas una tuerca
De la máquina productora de comida.
Recorro tus senderos florecidos.
Para ti, son belleza
Para mí, son caminos
De rutina y fatiga.
Enfilada en la senda
Yo no veo colores ni texturas;
El mandato ancestral sólo recae
Sobre el verde nutriente de tus plantas,
O sobre los sangrantes restos de algún pájaro
Vencido en el camino.
Si por casualidad me detuviera
Estaría perdida;
Solitaria y hambrienta , 
Me pisará el tacón de algún zapato
O me secará el sol del mediodía.
A lo mejor, durante mi agonía
Podría percibir  un aire de camelias
O el suave pétalo, caído como yo,
Y como yo, muriendo.

lunes, 2 de abril de 2018

ARIADNA



Despierto del dolor  y el abandono
 en la arena mecida por las olas
del  mar, y me decido:
No  esperaré a Teseos ambiciosos
que,  por matar al monstruo, me destruyan
y me entreguen, sufriente, abandonada,
al eterno capricho de la muerte;
a  estos dioses arcaicos que se visten
de  mágica y divina providencia
para saciar pasiones y soberbia.
Armada de un  ovillo de intuiciones,
de  ensueños, de saberes  que percibo ciertos,
ato el hilo a las piedras de la vida
y  me lanzo  hasta el fondo de mi cueva:
oscuro laberinto  de temores, prejuicios…  
y de ensueños.
Me dejo ir  entre los vericuetos
decidida  a adueñarme de mis miedos.
A veces, suavemente, se desliza el hilo;
otras, se anuda en cicatrices de experiencias muertas.
Si hace falta, lo corto con cuidado, lo anudo nuevamente…
Y sin moverme de la playa ardiente.
Firme, con el ovillo entre las manos,
ilumino  mi propio Minotauro,
mi hermano, al fin y al cabo.
Voy a hacerme su amiga, a alimentarlo
de sueños nuevos, de mis fuerzas nuevas,
de mis recién nacidas libertades…
  Ya nunca más del sacrificio cruento
de mi vida cautiva y pisoteada.

(Para Reto 108 de Territorio de Escritores. ¿Quién mueve los hilos?Ariadna