sábado, 10 de abril de 2021

ONCE*

PARTICIPA DEL CONCURSO DE RELATOS, XXVI EDICIÓN: LA MALDICIÓN DE HILL HOUSE de SHIRLEY JACKSON



Vivíamos cerca del parque de diversiones. ¡Qué linda infancia! Olía a algodón de azúcar y sonaba a valsecitos criollos y a Gaby, Fofó y Miliki. No faltaba alguna mano generosa que nos llevaba a la calesita, a la vuelta al mundo, o solamente a pasear, si no había plata. 

En aquel entonces  yo le tenía miedo al tren fantasma. Cumplí los doce sin haber subido nunca; ni siquiera insinué que quisiera hacerlo.  Por supuesto, todos me instaban a  divertirme  en el tren con mi  hermana. La Eliana parecía disfrutarlo; ya tenía quince. Pero cuando bajaba, se reía raro, como si la obligaran a estar contenta con algo y no pudiera con el miedo.

El tío Manuel, el calesitero,  me hizo entrar una vez, para ver el tren desde la cabina de control, mientras no estaba funcionando. Me pareció  oscuro y hediondo.  Por todas partes colgaban trastos de papel maché: enormes arañas peludas y barrigonas; payasos satánicos, con una sandía pintada bajo la nariz; espadachines anónimos; sobretodos negros y sombreros brujiles  esperando los cuerpos de sus dueños.

Manuel accionó la máquina; estalló el audio traqueteante y estrepitoso; temblaron las luces amarillas y polvorientas;  los figurones se inflaron y sacudieron entre carcajadas horripilantes. Y yo me abracé despavorido a las piernas de mi tío y me juré que no subiría jamás a un tren, de ninguna clase.

Han  pasado los años.  La Eliana se vino a vivir a Buenos Aires. Y aquí estoy, yendo a su casa en un tren, con ella y con el tío Manuel. « Ah, machito… ¿Viste que ibas a subir, Lucas? ¡Y a dos trenes en un día! Ya vamos llegando a Once y estás vivo…»

Yo estoy muy cansado; no pude dormir en el viaje desde Córdoba, aunque el vagón era confortable.  Sabe Dios por qué, me acordaba de la cara de la Eliana cuando bajaba del tren fantasma; venía de hacerse la heroica, la superada; pero el miedo convive con nosotros. ¿Miedo a los fantasmas, a los imprevistos irresponsables, a las viejas historias ajenas? ¿Premoniciones? ¿Al destino final que nos unifica y del que no queremos hablar?

Me adormezco, como tantos otros que madrugaron para ir al trabajo, o al médico… La luz del coche baila en el traqueteo. La acompañan mis amodorradas ideas y ensueños. Un tipo con sobretodo negro está parado  a mi lado. Rarísimo: estamos en pleno verano…

 «como los fantasmas del tren …».  

Sacudón. Estruendo… 

¿Quién  accionó los mecanismos? ¿Eliana grita y se le rompe la cara como una sandía? ¿Una de las piernas protectoras de Manuel patalea suelta, desde abajo del asiento aplastado? ¿Es un caño del pasillo, o una espada, lo que va a traspasarme? ¿El tipo de negro me asfixia cuando se desnuca sobre mí?

Un tic tac desbocado marca las sensaciones del horror. 

Un aullido inmenso de metales y vidrios rotos y vidas destrozadas.

Y yo soy, desde entonces, uno de los fantasmas de Once, el muerto n° 51.

 

*La tragedia de Once:  Buenos Aires, el 22 de febrero de 2012, a las 08:33 a.m, el  tren que se encontraba llegando a la estación terminal de Once no detuvo su marcha y colisionó con los paragolpes de contención.​

Cada uno de los primeros tres coches se fue aplastando  hasta seis metros dentro de los siguientes. Hubo 51 muertos (uno de ellos encontrado tres días después) y 702 heridos.

Muchos de los sobrevivientes informaron haber oído el aplastamiento a modo de una gran explosión que ocasionó la rotura de todos los vidrios.

El incidente desnudó vergonzosas e intensas tramas de corrupción e irresponsabilidad.