Blog para recopilar y compartir mis escritos, fragmentos de lecturas que me han impactado y algunas informaciones útiles para escritores
lunes, 18 de septiembre de 2023
DE VAJILLA FINA Y CAJAS DE PIZZA
sábado, 16 de septiembre de 2023
Ahora que se develaron los misterios
martes, 5 de septiembre de 2023
Matar un elefante.
Y de pronto, sentíamos la poderosa presencia del elefante, como si en una jungla peligrosa una liana se enredara en la conversación y la asfixiara, despacito; a uno se le soltaba una lágrima; el otro se levantaba y se iba a cualquier parte, a hacer cualquier cosa. Entonces el elefante volvía a su rincón que cada vez le quedaba más chico.
— He leído que esos catarros nasales son desahogos disimulados de las broncas. ¡Atchís!
— ¡Atchís! ¿Vos tenés alguna bronca, acaso?
— ¡At… No sé cómo se te ocurre… chís!
— No… Nosotros nos llevamos re bien; pero… ¡Atchís!
— ¿Acaso... ¡Atchís!... hay algún pero? ¡De lleno te estarás quejando!
— Y vos ¿por qué tan… ¡Atchís!... to estornudo, entonces?
— ¡Porque a veces tengo ganas de estornudar, o de lo que sea, qué tanto!—; y esta vez no hubo ¡Atchís!
— No sabía que te faltase nada.
— Nunca dijimos que nos faltara o no nos gustara algo.
Nos miramos raro; estornudar no era para enojarse. Pero algo funcionaba diferente.
Después se notó la oreja del elefante, harta de escuchar elogios y de estar sorda a lo que “hacía ruido”. Más adelante, advertimos la pata del elefante que se había hecho fuerte sobre ilusiones frustradas y sueños no compartidos.
Cada vez nos sentíamos más presos del soberbio gigante que no habitaba en casa, sino que nos habitaba. Cada día éramos más elefante, y menos nosotros.
Y el elefante que éramos bramó estridente cuando se sintió descubierto y señalado.
Ese bramido fue su perdición: mientras desangraba nuestros mutuos rencores, injusticias, incomprensiones, desilusiones, iba perdiendo volumen; quedó reducido a una bolsa de añicos que habría que ir limpiado día a día; recomponer o tirar, aunque eso alcanzara niveles inauditos de rebeldía ante nosotros mismos.
Respiramos y lloramos abrazados a nuestras propias miserias nombradas y aceptadas. Y reímos finalmente, sanamente, sin pretender curarnos con la magia de una relación enferma. Se sentía correr el aire desde la casa hasta el corazón.
Nunca más volveremos a matar un elefante; no habrá más elefantes, sea cual sea nuestro camino.
COUNTRY
I-
Eran las cuatro de la tarde, cuando empezó a llover. Elsa no había aparecido y Ana cambió de idea sobre el partido de tennis; le avisó a Pedro que se volvía a casa y que lo esperaría para ir a tomar algo en el Club del country. Después pedaleó bajo la arboleda.
Cuando sonó la llamada de Ana, Pedro y Elsa terminaban una siesta propicia para disfrutarse mutuamente: la fina belleza dorada de Elsa; la elegante apostura de Pedro y su “savoir faire” de marino retirado y empresario rico. Se despidieron, muy enamorados sin duda.
«Vivir en un country es una bendición» pensó Ana, mientras subía la escalera. «Tener espacios amplios y buenos vecinos, no tiene precio; es la mejor inversión» Abrió el grifo mientras se quitaba la ropa para ducharse. Acarició su pancita de cuatro meses; «Ya se habrá dado cuenta».
Entonces escuchó ruidos en el despacho..
—¿Pedro? ¿Ya volviste? Silencio. Escuchó que cerraban con violencia la caja fuerte, y abrían la puerta del balcón.
—¿Pedro? «Esa puerta… y esta ventana …»Advirtió una sombra acechante. Cerró el grifo y manoteó la toalla. Se estaba envolviendo, preocupada, cuando la sombra se corporizó y se le abalanzó. «Parece …» No le dio tiempo de gritar su conocido nombre; le apretó la garganta, con su brazo bronceado y la calló, tal vez para siempre,
Pedro estaba subiendo las escaleras; silbaba pausado y tranquilo. La puerta posterior del parque se agitaba todavía bajo la lluvia.
Continuará
II-
Aquí yazgo, la ducha está abierta; también la ventana.
A lo lejos, alguien… ¿silba?. Es Pedro; pero no sube las escaleras, ni silba, como creyó la escritora sabihonda. Las está bajando, y ruge furioso. Elsa va con él, nerviosa, aturdida; su brazo dorado apoyado en la baranda… Aquel brazo fino y fuerte de la campeona de tennis hizo su trabajo; pero lo dejó a medias, cuando Pedro arrancó a gritar furioso y burlado. ¡Qué desilusión ese viaje de bodas que planeaban!¡Como la mía cuando lo constaté!
Me voy sin que Pedro encuentre sus dólares. ¿Algún maleante subrepticio en el country? ¿Alguna ONG que recibió mi depósito antes de que yo entrara en la ducha?
Y no habrá "caso". Estaba sola; me desmayé por el embarazo; un paro cardíaco...
Soy Ana y me estoy muriendo bajo la ducha, mareada, asfixiada, enredada con la toalla a la cintura.
Final de mi extraña vida en el country; bah: final de mi vida marcada por la pobreza, la ignorancia y los cuentos de hadas. De secretaria bonita a empleada de servicio (de todo servicio), de Pedro; “mi mujer”, dijo durante un tiempo; madre soltera de un pequeñito que nadie buscó y que nadie quiso conocer.
Final de una vida sin sueños, fría y vulnerada.