martes, 22 de diciembre de 2015

DE AMOR Y PERDÓN

Afuera la noche está helada y las ramas resecas y retorcidas blanquean bajo la nieve y la luna.
Una silueta imprecisa avanza entre volando y patinando hacia la casona.
La he preparado para recibirlo. Algunas nimiedades: polvo en los rincones, vidrios salpicados... No hará falta encender el hogar ni las luces; el corazón es más fuerte. En realidad, no se necesita más que este polvoriento salón para el encuentro.
Mientras atisbo su llegada, pienso en la breve felicidad que albergó nuestra casa.
Cuando percibo que el fantasma de afuera ha traspasado las paredes, cuando me llegan sus primeros ayes y el aire me aletea en la cara, levanto la cruz que tengo entre las manos y grito:—Dios te ha perdonado. Yo te perdono. Descansa en paz.
Afuera, unas campanadas lejanas. Adentro, un gemido; y dos aves inesperadas que atraviesan la ventana y vuelan entre sorprendidas y felices.
Y yo yazgo en el suelo de ladrillos, con la cruz clavada en mi pecho.
El mismo corazón que él había ido destrozado poco a poco, durante años lo ha redimido y liberado.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Los cuentos crecen

Los cuentos crecen

Todo había ido bien hasta aquel día, doscientos años atrás, cuando el Espejo Que No Sabía Mentir cambió el conjuro y sacudió para siempre a los pequeños oyentes de cuentos de abuelas:
“Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?”
“¡Oh, reina, que sin duda la más hermosa eras, ahora Blancanieves mil veces te supera!”
***
Esta tarde el sol pugnaba por invadir el castillo. Las ventanas eran pequeños ojales en el ropaje de piedra, pero un rayo más audaz que los otros logró filtrarse al interior del cuarto y se reflejó en un espejo manchado por la humedad y el paso del tiempo; entonces la magia centenaria empezó a desperezarse, a sacudir el polvo, a restaurar los muebles carcomidos, a iluminar el cortinaje de terciopelo. Una mariposa multicolor que acompañaba al sol, aprovechó para desaparecer entre los pliegues.
También Su Majestad brotó del suelo; levitaba graznando, ajena al paso del tiempo y a su condena cotidiana.
El saloncito que revivía era el tocador de la Reina Vanidosa y Cruel, la que siempre corroboraba su belleza con las lisonjas de su espejo.
—¿Quién más bella que yo? Ya no está Blancanieves.
“Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?” recitó ansiosa.
Era la señal; cuando el espejo respondiera, en los cinco minutos siguientes, el corazoncito volvería a sangrar para que ella merendara su juventud eterna.
—Anda, viejo insoportable —le graznó al espejo—, termina el conjuro, que se va el tiempo.
—¿Y dónde está, Blancanieves, después de todo? —reflexionó el espejo, como si no la hubiera oído—. No es fácil seguir el rastro a esta locuela. ¿Supiste algo de ella después de que se fugara con esa panda de enanos a la casita del, uuhmmm, booosque?.
Una nube de furia roja envolvió la enhiesta figura de la Reina; así, vestida de negro, con las manos engarfiadas y agresivas, era un cuervo espantoso y temible. El tintineo de su corona, que rebotaba por el suelo, se mezcló con los hipos risueños del espejo.
—Cálmate, Majestad. Yo sé tus secretos; sé todo sobre el corazoncito que guardas celosamente; pero me ahoga la risa cuando digo “Bosque” y se te cae la corona. ¡Ja, ja, ja!
—¡Impertinente! —graznó la Soberana— ¡Te haré cortar…! ¡Bah. Ni siquiera tienes una cabeza! ¡Responde al conjuro: “Espejo de cristal y luz de estrellas, ¿quién en el mundo es la mujer más bella?” Vamos, dí lo que falta.
—¿Yooo? Reina, Reinita; ya pasas de los doscientos; eres todo lo bella que te permiten tu conciencia… y tus cremas.
—¡Ordinario! —gritó la Reina.
Su voz tensa y exasperada combinaba con las manos sarmentosas que sostenían al espejo, listas para hacerlo añicos contra el suelo.
—¡Ja, ja, ja! —rió el espejo con su carcajada chirriante de vidrio rayado. —Yo también paso de los doscientos, y vaya a saber cuántos. No es para tanto. Olvida lo de la conciencia; fue una broma…
—¡No me provoques la bilis! ¡Responde como debes!
Desde la cortina, un aleteo cortó por un instante el rayo de sol y avisó que se terminaba el tiempo.
—“Eres hermosa, oh Reina Soberana”—carraspeó el espejo—; “nada ensombrece la luz de tu mirada.”
—¿Dijiste “cof- cof” en medio del conjuro?
—No, fue una flema inoportuna, Reinita. Disculpa. A los viejos se nos escapa. Enseguida estarás renovada y bella como siempre.
La Reina suspiró y lo dejó sobre la consola del tocador en medio de un millón de cremas exóticas; con vuelo agitado abrió un pequeño cofre de oro; allí, el corazoncito del lechón sangraba otra vez, gracias al conjuro trucado.
Doscientos años habían pasado desde que el Hada Madrina le enseñó al espejo la fórmula nueva: “Sólo tose en medio del verso; así funcionará, para que Blancanieves pueda vivir feliz, para siempre”.
«¡Oh, la pócima de las maravillas! ¡Cómo huele, por Dios! Como su podrido corazón… Como mi propio corazón que se volvió mentiroso por su culpa».
¿Sufría? ¡Bah! Casi al instante se desternillaba de risa.
«Ya pasó. ¿Por qué ocultarlo? Ahora soy un duende tramposo; un cínico inteligente y divertido».
La reina se apretó la nariz, cerró los ojos y bebió haciendo arcadas. No advirtió que se deshacía otra vez, negra y fantasmal, en la ruina del castillo.
Desde los pliegues del cortinaje, la mariposa brillante regresaba al bosque:
—Hasta mañana, Hada Madrina,—saludó el espejo, que también se diluía perezosamente—. Cariños a Blancanieves.

domingo, 29 de noviembre de 2015

El Lápiz Mágico y La Vida




Versión ampliada de “El lápiz mágico” (En Literautas, nov. 2015)

    I-  Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo de cincuenta  chicos y chicas; disfrutábamos de una sana amistad y vivíamos en un sereno y organizado régimen scout.  Ya era un milagro un campamento mixto, con un cura que no usaba sotana, nadaba entre todos nosotros,  y nos hablaba de un Dios que nos quería libres y responsables.  Reflexiones, fogones, caminatas y escaladas, tardes de río… y “la espera del sol”.

jueves, 26 de noviembre de 2015

El lápiz mágico Para Literautas, Noviembre 2015


El Lápiz Mágico
    I-  Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo de sesenta  chicos y chicas; disfrutábamos de una sana amistad y

domingo, 27 de septiembre de 2015

Demonios, rutinas y cafecito




 Pereza, Hastío, Desilusión y Malhumor, me despertaron. Mis demonios suelen aparecer varias veces al año, en especial en invierno: la panorámica de mi jornada no podía ser más propicia para ellos. El clima no se cuidaba de ser simpático: frio, viento, llovizna... El entorno social pintaba pesado. Investigué a conciencia mi cuerpo en busca de todos los males posibles para no salir de la cama; pero “un dedo artrósico y unos mocos alérgicos no te absuelven” apuntó Rutina, un hada vieja que heredé de mi mamá.
« ¿Y un vacío interior? ¡Si no les haces falta, no aparece nadie! Están bien contentos y no tienen ganas de jugar a la familia Ingalls» me cuchichearon Malhumor y Hastío.
Le tironeé las colchas a Rutina, que rezongaba algo sobre “sentido del deber”, y me propuse seguir dándole fuelle a la “depre”.
Siempre listos, mis Demonios prepararon un show de otras historias mal superadas, nefastas, en donde los malentendidos devenían en ingratitudes y rencores; muy a conciencia me servían cucharadas amargas y ardientes de sus menjunjes ponzoñosos.
Y entonces lo sentí. Posiblemente, Angelito de la Guarda había logrado sentarse sobre mi vejiga. Había que ir al baño, sí señor.
No hay crisis que justifique mojar la cama cuando uno tiene todo para ser feliz me susurró en medio del “plin, plin”.
Cumplido el trámite, me sentí algo más animada. Rutina me puso delante del espejo; abrí la canilla para lavarme la cara;  pero a media tarea, otra  vez, los Demonios me llenaron de cicuta: arrugas, gesto duro, nariz colorada, pelo seco y enredado, dientes postizos. Malhumor me tapaba las cremas y cepillos con los que podría equilibrar algo de la carga. Todo estaba al alcance de la mano, pero no lo veía…
  Todo para ser feliz, aunque no quieras intervino Hastío. Y yo empecé a chancletear otra vez hacia  el dormitorio.
Supongo que fue Angelito el que tiró el peine al suelo, a la salida del baño… Y Rutina me empujó hacia adelante para levantarlo; empecé a peinarme, como despertando.
¡Loca! ¡Volvé a la cama! gritó Pereza Hace un frío de perros.
Pretexto me llenó la cara de polvo y empecé a estornudar; otra vez en la cama, mi nariz era un grifo mal cerrado. Busqué las Carilinas que siempre aparecían obedientes, debajo de la almohada; ahora, no; ¿tal vez Angelito? ¿tal vez Rutina?...
¡Pero, caramba! ¿No se puede dormir tranquila? ¿Por qué no me dejan en paz? ¿Dónde metí las Carilinas?
Tenía tantas ganas de limpiarme la nariz que los Demonios se replegaron unos pasos: ya no les estaba prestando atención. Las Carilinas debían estar sobre la mesita de luz; pero Angelito me las debió de esconder debajo de mi cuaderno de notas, que había quedado abierto en mis últimas líneas de ayer: “una perfumada tacita de café”…
Angelito me cosquilleaba ideas, pero Rutina me empujó para que me hiciera un café… Sentada, a medio peinar, sonreí disfrutando mi pocillo; en el tímido rayo de sol de invierno que entraba por la ventana vi diluirse a mis demonios hasta la próxima “depre”.

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lunes, 21 de septiembre de 2015

Un pequeño sueño brillante (b)




Soñé con estrellas. Bellísimos globos de luz giraban alrededor de mi casa, y entretejían una danza de milenios, para asomarse de a dos o tres, por mi ventana, entre los brazos de un árbol oscuro y viejo, o los negros jirones del vacío.

Alguna vez me hablaron de la “música de los astros”, del perfecto equilibrio que  sostiene a las estrellas mientras bailan, pausadas y encendidas; también leí un precioso poema que describe ese latir incesante sobre la muda oscuridad del cielo: “la distancia es silencio y la visión es sonido”…

Y todo estaba en mi sueño, para que yo lo gozara absorta y en pacífico suspenso.

Viví un pequeño sueño brillante, de paz y luz; nada pugnaba por destacarse; todo fluía y refulgía en concierto armonioso;  y mi alma cantaba, en lo profundo, las cadencias de mi propia historia en el seno de mi madre: las voces de mi propio misterio recién descubierto.

Sentí que me levantaba para bailar, tomado de las manos con el infinito; para girar en mi propia  órbita; y supe que me elevaba en el espacio, desde mi esencia inocente,hacia Lo Sublime, …

La Danza de los Astros- Alfonso Cortés.

La Danza de los Astros

La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo

que estremece el inmóvil movimiento del cielo;

la distancia es silencio, la visión es sonido;

el alma se nos vuelve como un místico oído

en que tienen las formas propia sonoridad:

luz antigua en sollozos estremece el Abismo,

y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.

Los violines del éter pulsan su claridad.

Poema metafísico de Alfonso Cortés, nicaragüense, (9 de diciembre de 1893 - 3 de febrero de 1969). Desde 1927,se manifiesta su esquizofrenia violenta, que  llevó a los suyos a mantenerlo encadenado, muchos años; pero durante este tiempo, hasta su muerte, escribió poemas que le valieron importantes premios y menciones.

martes, 8 de septiembre de 2015

Mínimo sueño brillante



El semáforo en rojo la obligó a detenerse frente a la joyería. Mientras esperaba el verde, la Yeni echó una ojeada rápida a la vidriera. Y entonces…se olvidó del semáforo. La  gente ya cruzaba la calle, pero ella se acercó fascinada por el anillito; irradiaba luces desde su pequeño estuche de terciopelo; los reflejos verdes, rojos, dorados y blancos, se dispersaban en abanico desde un centro de flores mínimas. Para la Yeni, esa joyita minúscula eclipsaba todo el infinito despligue de collares, aros y pulseras.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Don Quijote.

Hoy recibí  un excelente  envío "Don Quijote a trote PPS" ¡Qué pena que te lo "enchufen" en el secundario sin cuentagotas! Así "picoteado" e ilustrado es como impacta y mueve a pensar, aunque mantenga el lenguaje y estilo. El Quijote es como una Biblia; a ella la han traducido y adaptado (Vulgata. Latinoamericana), y hay que leer y masticar pedacitos; igual que todo texto sagrado de cualquier origen. 
Lo importante es ponerlo en el propio corazón, en lo cotidiano.

jueves, 3 de septiembre de 2015

miércoles, 26 de agosto de 2015

Viajando en el Tren de las Nubes



Escrito en 2014.
Durante las últimas vacaciones de invierno, tuve ocasión de viajar en el Tren de las Nubes.

Tortuga

tortuga


Un cuento de tortugas
Una  isla como cualquier otra: sol, mar, arena, palmeras; sombrillas, reposeras,  tragos con sombrillita… Esta también.  Salvo porque tiene una tortuguera dentro de un gran círculo de rocas; allí se aparean y anidan miles de tortugas hasta que llega el momento de volver al mar. Es raro lo que me pasa con estos bichos: algo como “amor-odio”, diría un psicólogo; me fascinan y repelen casi a un tiempo.
Hoy estaba sola en la playa; me puse a tomar sol, cerca de la tortuguera, sentada en la arena, los pies en el agua; nadie requería mi presencia, como de costumbre. La gente no busca a los pensadores sensibles e inteligentes. ¿Y para qué desperdiciar talento donde no se lo valora?  Mis padres dicen que así voy mal, que no se puede vivir sin amigos, que parece que tengo caparazón.  Por lo tanto me han mandado, sin más vueltas, al “viaje de los 15”.
Seguramente los chicos andarán en alegre montón, ridículos, a las carcajadas y empujones; yo, soy yo, y no me van esas cosas. No los busco, ni los necesito.
«¿Sola?» dije . He aquí que Martín se me sienta al lado. Casi un nadie con su flacura quinceañera, un sombrerito blanco y enormes anteojos de sol.
—Hola.
—..aa— dije, porque no me sentí inspirada para contestarle  “hol”.
—¿Viniste a ver las tortugas, de nuevo?
—…mmm
    ¡Jua! ¡A qué va a ser, si no! Soy pavo cuando quiero charlar. ¿Te gustan? 
    No sé — contesto un poco menos irritada.  Son raras…
    A mí me interesan mucho. Son muy especiales. ¿Las oís?. Ya están “emparejadas”
 Las  tortugas se apareaban entre suspiros “trompetosos”. Cada una con su cada uno, supongo. (A lo mejor también se levantaron los tabúes en el mundo de las tortugas… Je, je…)
Entonces la vimos; era grandota, boba y oscura.  Casi se arrastraba en el paso a paso.  Marchaba como un pesado tractor hacia la colonia de tortugas donde ella había llegado tarde, y sola; para mí, su llegada era un suceso intrascendente e ineficaz porque todos debían estar emparejados, ya; le había costado montones, pero no le iba a servir de nada.
No sé porqué se me ocurrió alzarla; entonces noté que tenía un caparazón muy especial, veteado de rojo;  y que miraba como a lo lejos, o muy adentro, tal vez.  A mi lado, Martín disfrutaba señalándome algo sobre “la especie”, “los caparazones veteados”… Y yo lo escuchaba, como si estuviera más cómoda, menos enojada.
¡Tonta!—dije ¿Para qué los buscás? ¿Acaso se molestaron en esperarte?
Los busco porque estoy viva; y quiero vivir con ellos.
Aunque la tortuga no parecía muy comunicativa, yo la escuché. (O a lo mejor era un loro en una palmera).  No: era Martín. No había dicho “los busco”, “estoy”, “quiero”; sino “busca”, “está”, “quiere”; pero igual, el comentario hizo “clic” en mi propio caparazón.
En algún momento la pusimos otra vez en el suelo; y la rara, boba, siguió a paso fijrme, se hundió en el montón y se perdió detrás de las piedras.
«¿Habrá un roto para un descosido, como dice mi abuela?»
Y entonces… ¡Milagro!… Contra todo pronóstico, nuestra tortuga boba, oscura y veteada de rojo ha encontrado compañía. ¿Cómo sé que es ella en el montón que la envuelve? ¡Qué sé yo! No la veo, ni la distingo, pero hay una certeza dentro de mí; absolutamente seguro: es ella.
—Ja, ja.  Seguro que ya no está sola.  ¿Por qué no?— Parece que Martín me oye pensar— Nos vemos en el comedor, che. —Y se va corriendo.
Como en el tango, “se me pianta un lagrimón”; mi coraza se ha rajado y gotea. Estoy llorando y deseando ser menos especial. Corriendo, entre lágrimas, con el corazón que se me va soltando, voy en busca del contingente (¿o de Martín?), porque yo también estoy viva y quiero vivir.

martes, 25 de agosto de 2015

El amor es un regalo maravilloso

El amor es un regalo maravilloso


Cada atardecer, la historia vuelve a repetirse. Entramos a la capilla iluminada por el sol del ocaso y, de rodillas, tendemos los brazos al altar. Los dos pequeños vitrales, a izquierda y derecha, tamizan los colores sobre los bancos polvorientos y las vigas del techo; por unos minutos, les encienden chispitas.  No huele a cirios ni a incienso; huele un poco a murciélago y a encierro húmedo; y otro poco, a selva. Tampoco suena el armonio centenario; pero repican los trinos de los pájaros que se llaman al nido; ya viene la noche. María nos presta al Niño, Magdalena lo sienta en su falda de seda y yo lo dejo jugar con los amuletos y el rosario que llevo al cuello.  Y nos recostamos, felices, al pie del altar.

Entonces me envuelve una nube de recuerdos; los  días de infancia en un paraíso verde y marrón, donde Tupá y sus amigos nos mimaban desde los rayos de sol y las aguas del río; no nos pedían más que un pececito que volvíamos al agua, o una fruta que no cortábamos y dejábamos en el árbol para su deleite, o el de los pájaros; y los días de la sumisión cuando los españoles y los portugueses –frailes y soldados- nos cambiaron los dioses y la vida:

Aprended a trabajar; la pereza es pecado.  Tejed ropa, porque es pecado andar desnudos. Separaos de las niñas porque eso despierta la lujuria, que es pecadosermoneaban los frailes.

No estábamos demasiado tristes entonces; aprendimos a vivir así, como Dios quería.

    Muy bien, Elías— asentía Fray Pérez mientras me escuchaba leer y cantar los salmos.

—Muy bien, Elías— decía el cacique, a quien llamaban corregidor, cuando yo le recitaba, en secreto, conjuros ancestrales para la salud y el bienestar del pueblo.

             Una mañana de verano el Capitán Centeno llegó a visitar a Fray Pérez e inspeccionar la Misión. Lo acompañaba Magdalena, su hija.                                                                                                          Magdalena  tenía, como yo, doce años;  y su encanto me alejó de las rutinas; fue para mí más fuerte que las burlas de mis amigos. Yo viví, entonces, la experiencia de sostener un racimo de magia entre las manos; de mirar el sol sin enceguecer. Dulce y rubia Magdalena que eludía al Capitán y a las dueñas, y a los frailes, y al cacique, para sentarse a mirarme pescar, o seguirme por los senderos en busca de frutas. Y que escuchaba mis canciones y reclamos de pájaros, maravillada, absorta.  Dulce y rubia Magdalena que me contaba sobre su vida, sus libros, su clavecín, y cantaba, para mí, romances de caballeros olvidadizos y dueñas llorosas.                         

 Y la historia se repetía todas las tardes, cuando volvíamos de nuestras andadas, felices con la mutua compañía:

     ¡Pues no, señorita! ¡Que ya Su Señoría se lo ha vedado! ¡Que usted es mujer de alcurnia, y él un indio! ¡Que no quiere Dios que hombre y mujer, aunque niños, anden ocultos y solos! ¡Que vaya a pedir perdón a la Virgen por sus desobediencias!

     No fuiste al taller con tu gente, Elías; y estuviste de zarandajas con la Señorita Centeno. ¡Vete a la capilla a pedir perdón por tu pereza y tu lujuria!                                  Y también: — ¡Ya sabes que no quiere Dios que hombre y mujer, aunque niños, anden vagabundos, ocultos y solos! Y no hagas que te dé una pena mayor.

Y yo la seguía hasta la capilla donde estaba la Madre de Dios. Y los dos  nos sentábamos a mirarla, y a mirarnos, sin saber muy bien qué era lujuria; pero dispuestos a estar juntos.

    —Mis pequeños, mis hijitos— decían los ojos de la Virgen. —No pierdan la alegría de quererse.  El Amor es un maravilloso regalo de Dios.

  ¿Soñábamos?...  Nos prestaba al Niño Jesús y lo sosteníamos entre Magdalena y yo, mientras María tocaba nuestras cabezas.

    Estábamos tan absortos en nuestro mundo de ilusiones y milagros que no advertimos que había llegado el día de la partida de los Centeno. Atardecía cuando Magdalena me lo contó en la capilla y lloramos juntos, abrazados por primera vez, descubriéndonos más allá de la seda y el rústico tipoy. No nos escuchábamos, entre sollozos y planes desquiciados; ni sentíamos el paso de  las horas y la llegada de la oscuridad.

     Yo iré por detrás de ustedes, nadando día y noche.

     ¡Es tan lejos, y está todo tan guardado!

       Tupá y la Virgen me sostendrán.

        —Te matarían. Los indios no se acercan a nuestras casas; no quiero irme.

        —Me subiré a un árbol y trinaré para que me oigas y te asomes y…

     El portazo nos dejó aterrados cuando  entraron Fray Pérez y el Capitán, con el Comendador. Venían envueltos en una atmósfera de imprecaciones y violencia. El capitán abofeteó a Magdalena y la sacó en volandas, desmayada, hacia su cabaña; el corregidor me golpeó sin piedad  delante de mi familia y me encerró en el calabozo; y Fray Pérez se quedó rezando por nosotros, casi sin advertir que la Virgen y el Niño  parecían descascararse y encogerse.

      «Pronto habrá que reparar la capilla; esta humedad…». Salió chancleteando hacia su celda y colgó el rosario en el cíngulo.

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     ¡Madre de Dios, se me muere la niña! ¡Piedad, Jesús!— sollozaba el Capitán en la capilla.

Era de madrugada y Magdalena, exangüe, deliraba sollozando mi nombre. Y yo oía su llamado.

     ¡Fray Pérez! ¡Elías está muerto! No creí haberlo golpeado tanto, pero ha muerto…

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      Llovía a mares y nos estaban sepultando entre salmos, cirios y sollozos. Pero nosotros corríamos de la mano, a través de la selva; mientras tanto, se iba el día… los días… los años… los siglos…

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      Como todos los atardeceres, la Capilla renace de las ruinas; María, el Niño, los bancos, los vitrales, esperan que lleguemos en el canto del río, para dormirnos juntos hasta el alba.

……….

La Morocha