viernes, 29 de abril de 2016

La diosa cautiva

Ya era casi de día. Como siempre, Eos, la Aurora, se despedía de Selene; ella se iba a dormir, agotada y malhumorada por su destino: apenas si podía, por unos segundos, disfrutar de la habilidad de su hermana para inundar de tenues pinceladas los mares y las praderas; mucho menos, del poder inmenso de Helios que doraba los trigales y la espuma de las olas; su hermano mayor la enceguecía y no podía ver nada de la Tierra.
Su mundo era, desde siempre, de oscuras rocas y polvo, en medio de un silencio quieto y eterno; altas montañas bordadas de lava; simas hondas con corazones de hierro fundido; algunas redondas como un sombrero de copa hundido en el regolito, el incesante polvo de metales; calores de infierno, fríos imposibles. Y ella estaba allí, plateada y transparente, indestructible, consagrada por Zeus para preservar el equilibrio de los astros. Una diosa cautiva de su honorable deber, como tantas veces sucede.
Cuando Eos pasaba por la Luna —como llamaban los humanos al lóbrego mundo de Selene— le dedicaba unos minutos a su hermana, su gemela. Las dos hablaban y giraban, giraban, porque la vida dependía de su danza. Igual, giraba Helios, pero él era más solemne y parco; la iluminaba y partía.
En las mañanitas azul-gris, mientras hablaban, Eos iba despertando a los pájaros.
— ¿Oyes cómo cantan? —le preguntaba, girando y sacudiendo sus manos transparentes
—No sé si oigo o lo presiento a tu lado. Aquí, en realidad, no se oye nada.
—Es porque no tienes aire ni viento, hermana. Entre nosotras, no hace falta porque estamos tan cerca y nos hablamos con el corazón.
Otras veces le contaba de las flores, de los arroyos. Y, a veces, de la gente y de los poetas.
—¡Cómo te aman en la Tierra! ¡Si supieras cómo cantan sobre ti, cómo te imaginan y anhelan llegar aquí, cómo sueñan con tu luz!
—¡Qué pueden amar y desear! ¡Rocas, lava, silencio!
—Ellos te ven cuando te ilumina el sol; no lo sabes, tal vez, pero te ves muy bella, muy blanca y serena, contra el cielo de la noche.
—Quiero conocer la Tierra. Ayúdame, por favor.
–Se me ocurre algo: Hablaré con nuestros primos, Artemisa y Eolo; sabes que ella protege la naturaleza, y él gobierna los vientos. Tal vez entre los dos… Te veré al amanecer.
Selene, resignada aunque expectante, se recostó a esperar el regreso de su hermana.
Cuando pasó la noche, Eos volvió con un curioso regalo: un cuerno de recambio de una cabra de las montañas.
–Es para ti. Lo encontró Artemisa; es mágico porque ella y Eolo lo han besado; te piden que lo pongas en tu oreja derecha, y lo acerques a la membrana que te rodea. Dos veces en cada jornada, Eolo agitará el viento para que puedas escuchar por aquí, las voces de la tierra; a ver… pruébalo ahora —le dijo mientras le ayudaba a colocárselo.
El pálido rostro de plata de Selene se iluminó, de pronto, con una sonrisa maravillada; por primera vez la acarició el aire y aleteó su cabello en la brisa mágica que brotaba del cuerno áspero y blanquecino.
Entonces escuchó la canción de Federico: «La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos»; la de Gastón Figueiras : «Luna, luna, luna: ¿Tienes madrecita? Dile que esta noche tú quieres jugar. Baja, y con nosotros ven pronto a cantar»; la de Atahualpa Yupanqui: «Yo no le canto a la luna porque alumbra, nada más; le canto porque ella sabe de mi largo caminar»
Avanzaba el día. Eos se fue alejando y Helios relumbró sobre las primeras lágrimas emocionadas de la diosa cautiva.

sábado, 9 de abril de 2016

Memorias de un gato y de otras almas




              Es un  fresco mediodía de otoño. En una ráfaga de recuerdos y deseos, decido buscarla.  Quiero su espacio que es casi mío; sus mimos; el plato con leche… Y deseo acurrucarme en las piernas de ‘Amor’ (debe de ser su nombre), fingir que me he dormido, y absorber toda su historia y la de ‘Querido’.
            Voy avanzando, de tilo en tilo, hasta la copa del más próximo a su ventana. Como siempre, está entreabierta; es maniática de la vida sana y de la ventilación. Atisbo, pero  ella no está en su cuarto. Espero. En realidad,  no tengo apuro por entrar; me recuesto en la rama; mi cola  enroscada toca el hocico;  con los ojos cerrados disfruto del vientito; me anticipo al bienestar de la mullida cama de la señora.
Por la ventana del galponcito se ve la figura maciza y hosca de ‘Querido’. Entonces la veo. Está subiendo a su coche. Parece que sigue muy enojada.  Con un portazo estridente, cierra el auto y arranca.          
                                                                        ***
  Mi esposa acaba de sacar el auto y ya se aleja sin despedirse;  yo sigo acomodando el galponcito; quiero aprovechar el fresco mediodía de otoño; el trabajo puede ser una terapia en las crisis.
«En este rincón, la pala;  en este, las tijeras de podar…» «¡Una llave!» «…los tiempos felices en que, ¡zas!, nos llenábamos el uno del otro en cualquier rincón… » ; «entonces teníamos duplicados de las llaves»;  «ja…nunca se usaban»«se nos perdían y no nos hacían falta».
             La llave me roza el pecho desde el bolsillo de la camisa. Por momentos me siento eufórico por haberla encontrado.  Pero la mano enérgica de la razón «o mi profundo rencor, o mi dolorosa incertidumbre» me devuelve al pozo de trajín y fastidio.
                                                                        ***
       Mientras voy a mediana velocidad hacia el Centro Comercial trato de no pensar en el regreso.
 « A los cuarenta, una se siente plena, activa;  urgida por la vida social y cultural; ¿por qué  no se puede esperar demasiado del marido? Los sábados no se mueve de la casa; todo es el maldito jardín: la niña de sus ojos.  ¿Cuándo se volvió tan hosco, tan primitivo y anodino?; hasta el gato es más interesante, más suave y hermoso; al menos  se calla cuando leo o quiero escuchar música; al menos pasea y disfruta de mi cama. A veces lo sueño, y parece que me comprende.  Bah. No tiene caso…»
«Listo. Pasaré por el Banco a retirar mi renta. Después compraré algo distinguido, fino; no sé si “casual” o “formal”. Y algún otro buen perfume; nunca están de más. Es imperdonable que me deje estar así, hastiada: no soy su abuela; parece que si no es serio y responsable lo van a castigar»
« ¡Oh; viene Andrea Bocelli a la capital! No me lo pierdo; ya mismo compro la entrada; su alteza estará, seguramente, muy fatigado, ocupado o endeudado y no querrá acompañarme; total dirá lo veo por You-Tube».   
***
Mientras mi cabeza busca ordenar el caos de herramientas y trastos inútiles, mi  alma intercambia impulsos, emociones y recuerdos.
En algún momento, el gato se ha metido aquí. Se sentó sobre la pila de latas vacías, y me mira; como siempre, una mezcla de Buda dorado, inspirador y borracho sentado en la vereda.
«¿Por qué esa mirada imperturbable? Me desconcierta. Parece que emitiera mensajes crípticos. Como los que a veces vibran mientras duermo; y  que terminan en alguno de nuestros peores días. ¿Será mi castigo?»
De pronto, la llave vibra en el bolsillo de la camisa; ¿un puente de comunicación?
  «¡Vamos! ¡Sube! ¡Abre!»  
« Es mi castigo. La estoy perdiendo ¿Qué podría hacer yo, en su dormitorio?» « Unos guantes de lona, resecos»  «acariciarnos»  «¡Al  basurero…!»
«Recuéstate en la cama. Espérala»
«Un pedazo del cerco oxidado»  «¿Y si cambiamos este cerco, querido? Todos ven el jardín  cuando pasan. Quiero esperarte boca arriba en el césped hasta que llegues»,  susurraba encendida.  «Fuera. ¡Cuánta basura!»
«No te acobardes. Vuelve a mirarte al espejo, por detrás de su imagen, mientras le deshaces  el peinado…»
«¡Qué bella la tapia con jazmines! Sólo nos mira la luna, amor... la llamaba en secreto.»
«Y de pronto, cualquier noche…Déjame; no estoy de humor; me voy a mi cuarto; no entres.  Sus tacos resonaron en los escalones… Un portazo… Clic, clic, SU llave».
«¿Cuánto hace que estoy amontonando chatarra?»
«¿Qué pasa, corazón? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? »
«No elegiste bien; aguanta tu castigo, hubiera dicho mi abuela».
 «. Exige lo que es tuyo...Vuelve a saciarte de su suave perfume; vuelve a sentir tu cuerpo  ansioso,  ardiente… Y sus brazos y su boca que  responden a los tuyos».
«Ah… Estos bidones viejos… Puro estorbo» «¿Por qué? ¿Por qué?»  
«Merecería que rompieras sus perfumes y rociaras el cuarto con lo que queda del  kerosén…»
         Y salgo, ciego, furioso. Detrás de mí se derrumba una  pila de latas vacías.  El gato corre como espantado y se trepa al tilo. «Abrir la puerta»… «Abrir la Caja de Pandora». «Conocer a los demonios  que te alejan»…
***         
«Se  está poniendo demasiado fresco para ti, gato viejo»
Desenrollo  la cola entre las hojas amarillentas, tan doradas como mi pelo,  y avanzo  hacia la ventana.
«Ah… Restregarme contra los frascos y las maderas perfumadas…Arañar la seda de las colchas… Hundirme en su almohadón de plumas… Leer sus sueños y llenarlos de misterios y fantasías»
Un vuelo breve. «Aquí, aunque ella no esté, se la siente, tan viva, tan cálida; es tan hermoso»
Apenas  una ráfaga sutil, y mis patas, hojas sueltas del tilo, aterrizan sobre los cosméticos, que tambalean. ¡Algo se rompió!. Seré castigado, ya lo sé. Pero no me importa. Hay mucho más que unos gritos y un zapatazo en el lomo.
***
        Trepo la escalara, jadeante, llave en mano. «Quiero esperarte en nuestro cuarto. Besar, acariciar, golpear, sofocar,  poseer, desgarrar»
«Serás castigado»… «Serás castigado…», canta el gato en mi cabeza..
         Detrás de la puerta estallan cristales en el piso.  «¿Has vuelto, amor». Me sobresalto, angustiado.  El fino perfume envuelve el pasillo desde el cuarto cerrado; tiemblo enloquecido de ira, miedo y deseo.
        La llavecita gira. La puerta se abre, chillona, como herrumbrada. Oigo que frena el auto. «¡Tu cabello dorado sobre la almohada…! ¡Has vuelto…!» «¡Este gato odioso; otra vez en la cama!» «¡Y ha roto el perfume!» «¡Debo irme!»...antes de que me … encuentre… y me castigue…»; me duele el pecho… me ahogo… me estoy muriendo… muriendo…  
He caído junto a la cama; percibo el rayo dorado que salta hacia el tilo. La voz del gato (¿dónde está?) me llega otra vez en esas ondas misteriosas: «Claro que es tu castigo. ¿Reconoces los demonios?  Sabes que estás loco, ¿no? Ya hace dos años que chocó en la autopista; manejaba furiosa porque la habías golpeado y roto sus perfumes»
                                                                          ***
  Freno el auto delante del tilo. Nuestro minino gris, rayado de negro, baja perezoso desde la pared con jazmines. Se restriega, mimoso, en los jeans de mi marido, que me espera junto a la cochera.
—¿Ya pasó, amor? Esa carita iluminada me gusta más— Y me envuelve con sus brazos y su sonrisa.
—Mmm… Sí, señor. Así de fácil. Esperar que me vaya al centro a comprar algo lindo, y te
perdone.—  Me acurruco contra él al otro lado del gato.
—Sí; ya sé.  Soy antipático, troglodita; pero me encanta mi casa, el gato y la jardinería; y te amo; no sigás enojada, amor.
—Mmmm ¿Me acompañás a ver a Bocelli, en quince días?; traje entradas para los dos, aunque no te lo merecés.
—¡Derrochona! ¡No tenés remedio! —se ríe.
 Y nos vamos adentro, tomados de la cintura, seguidos de nuestro michi.