domingo, 14 de octubre de 2018

¡¡¡ ABUELITO!!!

 

 Suena el celular. Ya son casi  las tres de la tarde y el sol entra  a raudales en mi dormitorio. Acabo de despertarme y me desperezo sin culpas.

     ¡Linda vida de jubilado! ¡Qué buena noche he pasado con los amigos! ¡Buen asado! ¡Lindas chicas, desenvueltas y divertidas! A ver  quién joroba tanto con el whatsap…

     Hola. papá. Feliz día del abuelo.

     ¿Y eso? ¿Qué abuelo?

     Vos, papi querido… Sos abuelo. Confirmado por el Evatest.

     Loli… Vos sabés que a los niños no los trae la cigüeña. ¿Con quién…? ¿Por qué no te cuidaste?

     Con el Lucho, creo. ¿Con quién va a ser? Hace dos años que estamos juntos. Ya necesitamos un bebé. Cualquier duda, habrá que preguntarle a Don ADN.

     ¡Tengo cuarenta y seis años, caramba! Y vos, veintidós. ¿Cómo voy a ser abuelo?

     Qué sé yo. Nunca fui abuelo ni lo voy a ser. Pensé que te ibas a poner chocho. Todos los viejitos mueren por un nietito para jugar al fútbol.

     ¡Yo no soy un viejito!  Los policías nos jubilamos más temprano que el resto de la gente. Además tengo mi vida; soy libre y me gusta farrear; tengo derecho, supongo. Gracias a Dios,  no tengo ñañas de viejo…

     ¡Qué “ortiva” sos! Hubiera sabido no te daba la alegría de esperarlo; te lo plantaba delante en octubre, como pienso hacer con la mami.

     ¡Ah! ¡Ya me parecía! ¿Seguro que no te asesoró tu mamá? ¡Ustedes las mujeres…! ¡Y yo soy el ogro!

     Nooo… Para nada…Pero ya está…  Sos abuelo. Nacerá en octubre, cerca de tu cumpleaños. ¡Qué regalo, sí señor! ¿Cuento con el “huevito” para el auto?

     ¿Qué huevito? Los míos están bastante ajetreados con este lío que me estás planteando.

     Es un silloncito para llevarlo en el auto.

     ¿El Lucho tiene auto, o vos?

     ¡Vos tenés un autazo! No se lo vas a negar a tu nietito.

     Mirá, Lolita; estoy muy mal con esto. No termino de estabilizarme.  No sé… Después hablamos.  Me voy a la Obra Social , tenemos asamblea.

     ¡Ah!  ¡Cierto! Casi me olvido… ¡Afiliame,”porfi”,  así controlo el embarazo y el parto! Nosotros no tenemos Obra Social.

Corto.  Salgo a la calle y me siento en un banco del parque. Veo chicos que juegan con sus abuelos. Todos contentos. Charlan con ellos. ¿Les habrá tocado cambiarles los pañales? Me emociona.  Tengo ganas de llorar. Ahora sé lo que es ser viejo… Y por anticipado, para colmo. 

domingo, 10 de junio de 2018

LA OTRA



Soy  Aldonza, labradora curtida en los sembrados; sucia de harina y barro;  tengo varios dientes de menos y muchos kilos de más; cumpliré los cuarenta en esta primavera. Soy molinera y porqueriza,  y cocino las coles y el ajo que cultivo. Arrastro carretillas y ayudo a las marranas en los partos.
Huelo igual que cualquier otro, hombre o mujer, de los que damos de comer a los señores.  Y maldigo a cualquiera que moleste, desde el diablo a los santos si se descuidan en protegernos. 
A la noche, si hay vino y buen humor, soy la primera en la danza; y en la cama, cuando el hombre no tiene sueño y alborota.
Esta mañana apareció el que le dicen Don Quijote con el gordo del burro. Íbamos a la aldea con la Pepa y el Perico cuando escuchamos el repique de latón, y el paso de su rucio;  alzamos unas boñigas para tirarles.
Y entonces… Se apeó, tembleque y corcovado, y le ordenó al amigo que también hiciera lo mismo. Clavó su adarga en el barro y se postró ante mí entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura.
«Soberana y alta señora» le escuché decir. «Dulcísima Dulcinea del Toboso »
¿Quién será la Dulcinea? grité entre carcajadas.
El Perico lanzó entre carcajadas la última boñiga, y acertó en la cara del loco.
«¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza».
El Gordo del burro tironeaba de él y clamaba: “Atienda, mi señor; su merced está haciendo el ridículo;  esta es la Aldonza, la hija de Lorenzo”.
Madredijo la Pepa. ¡A ti te habla!
Y entonces puse atención: «Si tu fermosura me desprecia»«Esta cuita es muy fuerte y duradera» «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Le di un sopapo al Perico, y sacudí a la Pepa, que estaba tan pasmada como yo, y me alejé pensativa...
«Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»… No supe que ese reflejo extraño en mi alma  era el anhelo de ser hermosa y amada; de que se hiciera verdad.



viernes, 1 de junio de 2018

SÓCRATES

 

El padre lo bautizó Sócrates, porque el chico era rápido para entender y explicar cosas; una rústica familia de labriegos analfabetos, los Sosa. Él no fue brillante en la escuela, pero siempre se lucía como zapateador y caballero colonial en las fiestas patrias

Cuando se quedó solo, aunque no era demasiado leído ni avispado, fue sacando adelante su campito: una hectárea de pastos y frutales,  bien trabajada y rendidora;  algunas cabras y un par de caballos; un buen partido.

También se amañó para farrear y enamorar “chinitas”, y escabullirse de las madres; con los padres no había problema: eran desconocidos, o compinches de cualquier otro masculino cercano.

Las “chinitas” lo perseguían. Y él se dejaba querer, sin más compromiso que acompañarlas como bailarín en las fiestas de la escuela, algún beso robado, o un piropo al paso. Sacaba cuentas de tiempo libre, gustos y gastos; se daba los primeros, y evitaba los segundos.  Nada de regalos caros por más que fuera el cumpleaños, o la Fiesta Patronal. Ya se sabe, las mujeres abundan y los hombres escasean, como en todas partes. ¡Para qué encadenarse si tenía buena estampa y estaba siempre listo y satisfecho! 

A la Etelvina le tenía ganas; le gustaba vestirse lindo y andar perfumada para las fiestas. Como había heredado animales y casa y se manejaba sola con el campito, no le andaba rogando  La Etelvina era vivísima y sabía esperar: algún día…Pero, mientras tanto,  le aceptaba bailes y mimos.

Así es que Sócrates Sosa se estaba haciendo viejo y seguía solito y sin apuro.

Bastante cuarentón, se volvía cada día “más o más”; dependía de lo sobrio que estuviera: más atrevido y piropeador, si “no”;  o más huraño y negativo, si “sí”.

Una siesta de otoño, en uno de los días “sí”,  estaba sentado tomando unos mates Y entró a pensar en su vida; y sintió cosquillas en la cabeza y en la barriga. ¡Ave María Purísima! ¡Estaba deseando y pesando a la vez! ¡La cabeza y el corazón trabajaban juntos!

Se le prendió la lamparita de los sueños: Una noche de invierno, bien abrazadito a “la Etelvina”; una tarde de otoño, un paseo a caballo con la china abrazada a la cintura, sintiendo las pataditas del chico por nacer. Le latió el corazón y se le pintó una sonrisa.

«¡Pucha! Me gustaría tener una mujer linda, para mí solo, y un hijo, o dos».

 ¿Será que era su día de suerte? Como si la hubiera conjurado, vio a la Etelvina que venía pastoreando unas cabras.

Linda, linda, no era; por algo estaba sola a los “treintaytantos”. Pero sí, coquetona y decidida. Zonza, tampoco; el campito de Sócrates era rendidor, y el rancho, grande y limpio.

—Buenas, Etelvina. ¡Cómo está la primavera, que hasta las flores andan!

—¡Qué primavera, si es junio! ¡Ya está por caer la helada!

—¿Vos decís? ¿No tendrás frío a la noche, tan solita?

—¡Tan preguntón! ¡ Cosa mía, supongo! ¡Vos también sos solo!
Pestañeó. Se arregló la trenza 
Es tarde...Me voy. Ayudame a guardar las cabras, si querés.

—Y me quedo con vos, ¿ah? Nos cuidemos juntos. — Y tentó un avance a la blusa colorada y al poncho bordado de flores.

— ¿Quién te ha dado confianza para que me andés tanteando? Quedate solo, no más. Ya te veo las intenciones. Mirá que yo soy cristiana y no me “acollaro”; “casorio”, o nada. — Y empezó a irse seguida de las cabras.
¡Se iba!... El corazón de Sócrates le hizo saltar las barricadas, alcanzar el último cabrito y arrastrar las alpargatas a su ritmo. Casi oía tintinear sus principios: libertad y bienestar. ¿O le tintineaban las monedas que tendría que gastar a partir del “Sí” de la Etelvina?
Sócrates, el griego, dijo: «Cásate: tu mujer te hará feliz, o te hará filósofo».  Como Sócrates Sosa ya lo era, optó por la felicidad, según parece… No sé si no cambió el vino por la cicuta…
 
 

domingo, 27 de mayo de 2018

EN LA QUINTA ESQUINA

Uno más de tantos encuentros vacíos, rutinarios, en el hotelucho de siempre. Se estaba haciendo de noche. Julieta se acomodó la melena rubia, se maquilló con esmero y se enfundó  en uno de sus soleros negros bordados con mostacillas. Pablo se puso pantalón y camisa limpios; luchó con los botones y el cinto para lucir más esbelto, y disimuló su calvicie con un peluquín. Ella taconeó sobre sus agujas hacia la puerta; él la siguió, cabizbajo, decepcionado,  sin una sonrisa ni un beso. Había que ir a abrir "La Quinta..."  Pronto llegarían los clientes. 
 “La Quinta Esquina”, se llamaba la zona de calles en diagonal; y también el bodegón. Todas las noches los tahúres se sentaban alrededor de una mesa pentagonal;  los lugares estaban numerados, del uno al cinco El dueño, el anotador  se ubicaba siempre en la  quinta esquina, cerca de la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono.  En el número uno, Julieta, la preciosa bailarina treintañera, brillante de lentejuelas, acompañaba la ronda, sentada sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran “pelarlo”.
Esta vez, el  tipo estaba de suerte; ganaba puntualmente.  Y Julieta parecía extrañamente modosa; disfrutaba, coqueteaba,  pero no le arruinaba los juegos. Entonces, Pablo Flores dejó la mesa y se fue  a dar una vuelta.
Cerca de la medianoche, las luces amarillentas del bodegón  pintaban  el tronco de un paraíso y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en tinieblas.  Pero la música estridente alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo  volvió a entrar y se sumergió en el bullicio de “La Quinta Esquina”. Quedó extático; no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en un charco de bebidas,  flotaba un revoltijo de dados y ceniceros llenos. La bailarina yacía retorcida y ensangrentada sobre una alfombra de vasos y botellas en añicos. Las manos  rígidas hablaban del  espanto; la derecha, empinada sobre la muñeca, como frenándolo; la izquierda, crispada sobre un bollo negro; de la mugre del suelo, sin duda.
No se espantó por los ojos desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su tremenda barriga  no  le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la comisaría» pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro; se sentó y se puso a mirar el cadáver de la chica.
Varias veces habían estado juntos,  por las tardes, en cualquier albergue próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico de jubilado, no colmaban las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir clientes  para un barcito, en  un barrio apartado.  Ahora que  tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo había venido  a buscarla; pero ya era tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó la calva. Aunque  el bolsillo estuviera más próspero, él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
« Después de todo» caviló «ella volvería a irse».
No entendía el por qué de esa incomodidad creciente….en el pie… en la cabeza…Con esfuerzo levantó un vaso roto que le estaba punzando bajo  la zapatilla. Algo le molestaba también en la calva, o debajo de ella, o a causa de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que  afloraba en su cabeza agotada.  Apoyó el codo en la quinta esquina de la mesa.  Alguna vez había estado… cuando se fue… ¿anotando?… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?  

Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano  de Julieta se crispaba, en realidad,  sobre su ausente peluquín.
En ese  instante  se  le encendió una ola inmensa de recuerdos; se había  ido, borracho y furioso porque  el de la primera esquina  toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía ganando. Furioso porque ella  lo disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró y la tironeó  hacia el vaso que acababa de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.
 Una sirena aullante acompañó la frenada del  auto policial. 
Antes de que lo alcanzaran,  Pablo hundió violentamente el trozo de vidrio en su propio cuello.


sábado, 26 de mayo de 2018

El Choque


Cada año, el Día de Reyes, la procesión del Candombe salía a las calles del Buenos Aires virreinal. 
Varias crónicas recogen la copla dominante:
“ Celebran el seis de enero/ el día de San Balthazar/,
el Santo más candombero/que se pueda imaginar”.
Aunque se alertaba desde los púlpitos sobre el origen pagano del festejo, los blancos asistían al espectáculo desde veredas y balcones.  No faltaban los frailes que dirigían el Rosario y las beatas que pasaban el cepillo de la limosna.
Desde el cielo gris, la tormenta urgía a la concurrencia. Pero  el Poderoso Olorún sujetaba las nubes amenazantes; así complacía el ruego ancestral.
Cientos de africanos y criollos, puros o mulatos, viboreaban al son de panderetas, collares de vainas secas, o cualquier trasto resonante; y entre las coplas en castellano, se filtraban  las plegarias bantú, las preces de hechizos y bendiciones y los requiebros sensuales y obscenos. Los tambores  guiaban a cada Cofradía.  Con estandartes rústicos  y colorinches se identificaban las distintas barriadas  y sus santos cristianos protectores. Dioses  amasijados en el sincretismo que aseguraba la supervivencia…  
 El negro Balthazar inauguraba el desfile. Lucía joven, vibrante y fuerte con su ropa de esclavo: camisa y pantalón blanco, pies descalzos.
Los suyos lo habían reconocido como el elegido de Olorún por su maestría innata con el tambor y su don de gentes. Y por algo como un halo invisible: aquella chispa ladina y fosforescente en sus ojos negrísimos.
Desde sus brazos, el instrumento traducía las voces del espíritu: ora, un lánguido rumor adormilado y sensual, de fatalismo;  ora un estrepitoso despertar  de orgullo; y siempre, como un entramado poderoso, el redoble, el corazón de los dioses. Emanaba una sabiduría superior, que rebajaba la soberbia de los amos. 
Aquellos ojos especiales  permanecían fijos en el horizonte del puerto;  tal vez en la evocación de su tierra y de su viaje de esclavo.  
De pronto, giraron apenas hacia la izquierda.
De una de las iglesias salió una procesión: un acólito con incensario y otro con un Crucifijo de largo pie,  precedían a cuatro sacerdotes viejísimos; ellos sostenían sobre los hombros temblorosos un altar portátil de la Dolorosa, con sus manitas orantes y su corazón ensangrentado. Detrás de los ancianos, un grupo de niños vestidos de angelitos cantaba “Perdón, Señor”, “Líbranos del Maligno”.
El redoble magistral del tambor cambió a un ostinato bronco, amenazante;  se alteró la marcha de la serpiente multicolor; el paso vibrante se volvió aleteo sigiloso.
Entonces, Balthazar sacudió las baquetas en el aire. Silencio tembloroso.  Hubo un estallido atronador, y  el rayo estrepitoso se desprendió del cielo amenazante.  En medio de alaridos de terror  la gente se arrodillaba y se persignaba.  Los chiquillos y los viejitos corrieron espantados al templo, y la buena María alcanzó a ser atrapada entre el aire y los adoquines por dos creyentes próximos: uno blanco y uno negro.
Y la tormenta siguió extática sobre la muchedumbre. Ni una sola gota. Ni un relámpago más. Ni un leve brisa.
El candombe reinició la marcha. Balthazar brillaba impasible, majestuoso y eficiente.
 Detrás, las carcajadas desvergonzadas sacudían el cielo expectante.

domingo, 22 de abril de 2018

ATORMENTADA



Se alzan las murallas de la injusticia, del rencor y del recelo  y nos cortan el paso hacia el azul que ni siquiera podemos adivinar. Amontonan pesadas cataratas, diluvios de venganzas.  Hijas de las mismas olas sobre las que se yerguen.  Hijas del egoísmo y de los miedos.  ¡Tanto llanto latente y silenciado! ¡Tanta furia amordazada! Hace mucho que taparon el sol;  alrededor y por encima de ellas,  todo es lóbrego.
Pero desde abajo, desde lo íntimo, desde la cueva en la que se refugia el alma, un reflejo pálido habla de… ¿rebeldía y esperanza?  Y va trepando por la ladera, sueño asustado, pero valiente.
¿Cuánto falta para que pueda liberarse? ¿Cuánto para que arraigue en cicatrices sanas? ¿Cuánto para que llueva, dulcemente sobre los sueños rotos y caigan derruidas las murallas? Entonces se abrirá un horizonte azul y renovado; y alzará su vuelo, asida a un barrilete.

Enlace: ATORMENTADA

miércoles, 18 de abril de 2018

DESAFÍO

"Un adolescente es una caja de sorpresas; tres primos adolescentes, son un cartucho de dinamita listo para estallar."
Así piensan nuestros padres; por eso nos mandan al campo, a la estancia, para que detonemos al aire libre sin que nadie perezca en el evento. 
Pero no hay garantías.
¡A quién se le ocurre, más que a los abuelos, traernos de vacaciones  a Santiago del Estero y hacernos dormir la siesta! Por suerte, los dos roncan a mil decibeles y hemos podido salir sigilosos hasta la tranquera.
Anoche, después del Rosario con la abuela, hubo cuentos de fogón, con  los peones más viejos… 
«Pa’ que se asusten las guaguas*»  comentaron los mayores, con risitas socarronas y desafiantes.
- Guaguas… Je… ¡Somos “La banda de la efe” (Felipe, Federico y Fernando… y feronomas) y esta será la hazaña gloriosa de las vacaciones!
 Después, se viene el rígido molde del Colegio San Miguel, al que estamos destinados por la orgullosa tradición familiar.
Desde el fondo de nuestra masculinidad arrancan blasfemias, chistes sucios, canciones prohibidas. Todo a los gritos, para que repique lejos. Para que nos oiga el diablo, y sepa que venimos a conocerlo, sin miedo a nada.
Arden las piedras y los churquis* reverberan; y también nuestras cabezas; fugados por el monte, lanzados a la búsqueda de la Salamanca y el Zupay*, no vamos a andar pensando en sombrero y cantimplora.
Un silencio poblado de siseos nos va envolviendo desde las sombras rústicas de los mistoles. Desde el oeste asoman unos nubarrones premonitorios. A cada paso, se nos apagan los gritos y los saltos y las carcajadas.
Somos un trío silencioso y fatigado el que se encuentra, de pronto, ante la boca de la cueva.
    Debe de ser esta; asomáte, Fede, a ver si ves algo.
    ¿Yo solo? ¿por qué? Vos y el Fer,  son machos como yo, creo.
Precavido, Fernando está juntando piedras… por las dudas. Y hurga el fondo del bolsillo. No; no trajo el rosario.
Lo llamemos propone Felipe. Los tres juntos. Vamos… ¡Zupay! ¡Zupay!
Y, créase o no, desde adentro de la cueva empieza a salir una polvareda sonora  de  farra y bailanta. Los árboles zarandean sus ramas espinosas y crujientes.  Zupay, una silueta negra y retorcida,  un garabato más en el paisaje, baila entre fogonazos de tormenta.  Le zapatea una chacarera a una mujer desnuda y desmelenada.
 Gritamos y aplaudimos desaforados; y, como nunca y nunca jamás, desplegamos un abanico de puteadas inimaginables.
Zupay y la mujer sacuden sus melenas. Ahora estamos bailando, con las piernas enredadas en los pelos largos y grasientos;  “patiatados”, nos van arrastrando hasta la cueva: la Salamanca. Somos tres muñecos rígidos, fascinados por la magia. 
En el repique de mil guitarras ocultas,  late el convite diabólico: “Basta ya de misas y de caridades; fuera los prohibidos y las confesiones; nada de pesares, nada de llorar; vivamos la vida, que no hay otra más”. En un ritmo frenético, la danza se trepa sobre los semitonos más agudos.  Ahogados de adrenalina, vivimos un terrible tironeo entre el miedo y el coraje. Zupay se aproxima. ¡Ahí está: la cara espantosa, los ojos ardientes, los dientes afilados, el aliento sulfuroso!
¡Ay, Diosito! ¡Pésame, Dios mío!— balbucea Felipe. —¡San Miguel Arcángel, ruega por nosotros!
Y el Fer y yo, también; ¡porque estamos pecando!, ¡por Dios!, ¡somos unos Judas! …
Y Dios nos perdona. Nos envuelve piadoso, en un remolino  fresco del huayra*;  nos libera, inánimes, sobre las piedras. Rugiendo, Zupay se encoje; la mujer se diluye. A lo lejos, en la niebla del desmayo, suenan tambores…
—Mocosos de mierda; se han “insolao” los muy pavotes—  grita el abuelo  mientras se apea de la mula. — Si no fuera por el pampero*,  los encontramos secos.  
Vino con los peones; nos dan sorbitos de agua y nos mojan la cabeza; y mientras nos montan atravesados, comentan bien convencidos: «¡Castigo’e Tata Dios! ¡No se juega con los espíritus!»

Glosario:
*Guaguas: bebés; niños pequeños.
*Churquis: vegetación rústica del monte serrano (garabatos, mistoles, piquillín, muña-muña,etc) 
*Salamanca: cueva mítica donde Zupay (el Demonio) hace orgías con sus adeptos.
*Huayra: Viento.
* Pampero: Viento muy frío, de la zona central de Argentina.

miércoles, 4 de abril de 2018

Filosofía de hormiga



Soy hormiga, tenaz y solamente hormiga…
Obrera soy, soy parte de un producto;
Apenas una tuerca
De la máquina productora de comida.
Recorro tus senderos florecidos.
Para ti, son belleza
Para mí, son caminos
De rutina y fatiga.
Enfilada en la senda
Yo no veo colores ni texturas;
El mandato ancestral sólo recae
Sobre el verde nutriente de tus plantas,
O sobre los sangrantes restos de algún pájaro
Vencido en el camino.
Si por casualidad me detuviera
Estaría perdida;
Solitaria y hambrienta , 
Me pisará el tacón de algún zapato
O me secará el sol del mediodía.
A lo mejor, durante mi agonía
Podría percibir  un aire de camelias
O el suave pétalo, caído como yo,
Y como yo, muriendo.

lunes, 2 de abril de 2018

ARIADNA



Despierto del dolor  y el abandono
 en la arena mecida por las olas
del  mar, y me decido:
No  esperaré a Teseos ambiciosos
que,  por matar al monstruo, me destruyan
y me entreguen, sufriente, abandonada,
al eterno capricho de la muerte;
a  estos dioses arcaicos que se visten
de  mágica y divina providencia
para saciar pasiones y soberbia.
Armada de un  ovillo de intuiciones,
de  ensueños, de saberes  que percibo ciertos,
ato el hilo a las piedras de la vida
y  me lanzo  hasta el fondo de mi cueva:
oscuro laberinto  de temores, prejuicios…  
y de ensueños.
Me dejo ir  entre los vericuetos
decidida  a adueñarme de mis miedos.
A veces, suavemente, se desliza el hilo;
otras, se anuda en cicatrices de experiencias muertas.
Si hace falta, lo corto con cuidado, lo anudo nuevamente…
Y sin moverme de la playa ardiente.
Firme, con el ovillo entre las manos,
ilumino  mi propio Minotauro,
mi hermano, al fin y al cabo.
Voy a hacerme su amiga, a alimentarlo
de sueños nuevos, de mis fuerzas nuevas,
de mis recién nacidas libertades…
  Ya nunca más del sacrificio cruento
de mi vida cautiva y pisoteada.

(Para Reto 108 de Territorio de Escritores. ¿Quién mueve los hilos?Ariadna

lunes, 19 de marzo de 2018

Crecer



De pie, mirando al cielo se sintió demasiado pequeño, apabullado por esa presencia silenciosa y ajena.
Era cierto que de ella fluía una paz inalterable, infinita… pero agobiante; nada existía, fuera de los límites de la música ignota. Él era una partícula más, prisionero de una órbita, y no podía permitirse ni un suspiro ni una lágrima; mucho menos un grito, que desequilibrara el prodigio.
¿Qué prodigio? ¿El paso inalterable de las horas? ¿Las sempiternas gotas de una vida inerte?
Entonces recordó el huerto de las manzanas prohibidas;  la magia de desobedecer, de saltar al abismo; de erguirse por encima del caos en otra realidad  y seguir vivo; vivir con otro corazón, con otro cerebro;  con miedos nuevos y con goces nuevos; con caminos nuevos. Y lloró y gritó mientras destrozaba  fetiches inservibles.
En el fondo de su noche, entre los astros eternos, parpadeaba un lucero nuevo; sintió el gozo de volver a estar de pie, mirando al cielo.

sábado, 17 de marzo de 2018

SUPERARSE



Hierve la calle al mediodía.
Corriendo sin pensar en su rodilla
Que lanza artrósicos siseos
Avanza hacia el taller en que suscribe.
¿Taller de qué? ¿Qué día es hoy? ¿Danzas latinas?
¿O será, por ventura, PNL,
Para avivar sus dotes perceptivas
Y llenarse de amigas, (o de amigos)?
¡Cómo ha logrado superarse, Amalia,
De tejer escarpines para un nieto
O contarle recuerdos, en las tardes
Tan solas y aburridas del domingo!
Agitando su bolso de cuadernos
Anda esquivando motos, colectivos…
No importa, ella es feliz; es una superada
Recluta de la vida renacida;
A la tercera edad, rengueando y acezando,
Sigue ahuyentando los fantasmas tristes…
La triste soledad y el polvo silencioso
Que han quedado
 de los años felices.

CRISIS



Cierto día, Penélope entró en crisis: Ulises no volvería jamás.
¿Qué estaba haciendo ella? No era tan necia como para no intuir a Calipso y la nueva familia. ¿Por qué cuidaba tanto el fuego del hogar, y dejaba que su propia hoguera se llenara de cenizas? ¿Y esto de tejer de día y destejer de noche una mortaja para su suegro?
Desde la sala llegaba el bullicio obsceno de sus pretendientes. ¡Pretendientes de las comilonas que estaban fundiendo su patrimonio! ¿Quién pagaba por todo esto?
Aquella tarde se presentó en la sala del banquete y brindó:
¡A vuestra salud! Necesito descansar, amigos. Os ruego que volváis mañana y tendréis una hermosa sorpresa.
                Al otro día, los moscardones encontraron las puertas cerradas y un  gran cartel lascivo y burbujeante: “Túnicas… y algo más…”. Intrigados,  se prestaron al juego y esperaron en los jardines; imagino que  ellos pasaron el día en su pórtico, ansiosos de estrenar una nueva túnica. Sin duda sería más divertido que pasear en pos de Platón, por los jardines. Dos inmensos mastines custodiaban la verja.
A media mañana aparecieron dos hermosas esclavas que guardaron a los animales y comenzaron a tomar las medidas de los clientes: el mejor dotado entró al palacio, para que la tejedora verificara  y valorara  sus dimensiones. Los demás debían sacar turno al día siguiente.
Satisfecha, Penélope tejió telas, chismes y leyendas, mientras que sus esclavas mantuvieron latente el interés, para asegurar el resultado.
Al caer el sol,   Penélope entregó la túnica al favorecido del día, con una bella sonrisa. Él le dio un espléndido bolsillo de monedas y se insinuó con el acostumbrado despliegue masculino, en busca de “algo más”. Pero ella susurró: “No, Anacleto (u Orión, o Teófilo)¡¡¡ Estoy tan cansada!!!” En realidad, él también estaba extenuado con el ajetreo de las ayudantes medidoras; por cierto, no reconocería jamás en público que seguía sin conocer la cama de Penélope.
Así, ella asoció a sus esclavas, creó una empresa sustentable, superó su frustrante condición de princesa abandonada. Y, además, pasó como mujer virtuosa y fiel al Panteón de la Historia Universal.
  

domingo, 11 de marzo de 2018

MARIPOSA

 La primavera ha hecho de mi jardín inhóspito
 una fragante coctelera de flores coloridas.
En la vibrante conmoción de trinos, en el compañerismo del perfume,
 has venido al banquete, bailarina,
Embriágate, bonita mariposa  Invítame a soñar con días de cordura
 mientras sigues tu régimen de rosas y jazmines.
Llena de calma este vacío oscuro, de amor y de confianza; y borra lo obsoleto de mi rencor antiguo. Es mágico.
En la línea sinuosa de tu vuelo  la amarga ingratitud se desdibuja,
el odio se diluye.
Territorio- 2016

El perdón


Juana y Blanca murieron el mismo día, a la misma hora: un Viernes Santo a las tres de la tarde.
Esto determinó que la separación que se habían impuesto cinco años atrás terminara, de golpe, a la Puerta del Paraíso. 
Una historia de amor frustrado, engaño, envidia y muerte había separado a las hermanas. En el medio estaba el fantasma de Ismael. Blanca lo amaba y Juana se lo había quitado con un embarazo fingido. Blanca se confió a una bruja, y el bebedizo que ella le dio para recobrarlo resultó mortal para Ismael. 
Junto a la puerta, Juana y Blanca se agitaban enfrentadas en anhelos de sangre; pero no había uñas, ni manos, ni carótidas: sólo el odio, mal sepultado bajo una montaña de buenas obras con las que buscaron, inútilmente, sanar en vida su ira y remordimiento, 
La Puerta del Paraíso estaba cerrada con un grueso candado de nubes indestructibles: pero el frenesí de los sentimientos de las mujeres sacudió la Puerta; Jesús y el bueno de San Pedro alcanzaron a oírlo.
—Maestro— rezongó el viejo portero—Son las que mataron a Ismael. Otro par de almas indignas, que pretenden la bienaventuranza. Justamente en este día… 
Jesús hizo un gesto de infinita paciencia: «Pedro… no te olvides del gallo…! Avísale a Ismael y a los querubines» 
Como en el “Hágase” del Paraíso, Ismael apareció en medio de las hermanas y las abrazó en silencio. Los angelitos rompieron a cantar: «Perdón, perdón. Mi alma tienes sed de Ti», Y ellas lo coreaban bañadas de lágrimas y de luz. «Perdón, hermana,» sollozó Blanca». «Perdón, hermana,» suspiró Juana.
Ahora la puerta estaba abierta. Las manos de Jesús, claveteadas y resucitadas desde la eternidad, dibujaban sobre sus cabezas las buenas obras que habían realizado.
«Yo soy el Perdón», sintieron más que oyeron. 
Y se encontraron en el Cielo.
Territorio de Escritores - 2016 
El perdón

Aquí y ahora (2016)


(Para Territorio de Escritores- 2016)
Cuando leí “Autorretrato”, corrí a esconderme detrás de mi armario de paradojas: timidez y audacia; humildad y  soberbia…   Finalmente, después de alinear mis chakras, decidí sumarme al reto.
Me autoanalizo mientras busco mis anteojos. En la maceta de clavelinas, no. En el piano, no. ¿En la heladera? ¡Sííí!… ¡Y también el mate! Por suerte lo encontré antes de prepararme a cebar.
Bueno. Es normal, a mis agostos, tener la memoria errática; y este es un rasgo notable de mi retrato.
Aquí va otro: Salgo a la calle con la misma ropa que usé para arreglar el jardín: bermudas, musculosa y ojotas; y con el mismo despeinado que maduró en ese proceso; total, voy hasta el almacén de la esquina… Después, seguramente,  omitiré maquillaje y  peluquería antes de ir a una reunión social.
Me presento: Soy maestra y artista.  A lo largo del camino aprendí a leer, a cantar, a tocar el piano y la guitarra, a escribir literatura. Fui maestra desde los dieciséis años; me jubilé hace veinticinco; y sigo dando clases en Centros de Jubilados. 
Soy única, como cualquier otro mortal, pero me encanta la complementariedad, que se va haciendo a fuerza de arriesgarse a “meter la pata” y sacarla sin salpicarse;  en los “gracias” y los “perdona” que van pasando por la vida.
Ella me ha ido dando mil oportunidades de ser buena persona. La más importante, mi familia de origen, numerosa, luchadora y disciplinada. La otra, paradójicamente, el desastre argentino del “Proceso”, que me puso de cara ante la responsabilidad política y las decisiones personales maduras. Y, finalmente, mi queridísimo marido, tan diferente y tan indispensable. Hace cuarenta y dos años formamos nuestra nueva familia. Tenemos tres hijos y dos nietitos. Realmente, nos amamos.
Creo que soy, ante todo, honesta; le hago mucho caso a mi conciencia; es lo que me quedó de la estricta religiosidad de mis padres.
Mi aprendizaje y mi enseñanza más valiosos: observar y esperar mi turno para hablar y enseñar.
Algo lindo y frecuente es este whatsapp: “Abu, cantanos un cuentito tuyo”.


Mirándome


(Texto redactado en 2016, para Territorio de escritores)
Soy una viejita distraída y bastante sorda que pierde los anteojos y los encuentra en la heladera; que se enreda con el teclado del celular, y no tiene problemas para ir vestida como quiere y despeinada a donde se le antoja. 
Y que no sabe de un gozo más grande que este frecuente whatsapp: “Abu, hacenos un cuento para cantar, que vamos esta tarde a tu casa.”
Bien; por lo menos soy realista.
Al objetivo, entonces: autorretrato
Soy una linda planta que ha crecido a fuerza de “adelantes”, “permisos”, “disculpas” y “muchas gracias”. 
Lo mismo que cualquiera, soy única, mortal y perfectible. Mi sueño de inmortalidad está en los frutos del árbol de mi vida; y no hay árbol si no hay fecundación, contacto; si hay demasiadas piedras de caprichos, y demasiados yuyos de pereza. 
Creo que lo mejor de mí, es la voz de mi conciencia; ella regula mis impulsos y me da energía para seguir creciendo.
Me defino maestra y artista; tal vez las dos palabras suenen a soberbia, pero son verdades. He sido y soy docente de por vida; pero fui modelando los ímpetus de rehacer el mundo a mi manera; a veces no fue fácil, pero aprendí a escuchar, a observar, a esperar los tiempos y las ilusiones de los otros; a rechazar la violencia y a aceptar que existe lo imposible..
Y soy artista, porque soy creativa: pongo mi voz en la música, en las letras, en el jardín, en la cocina… y en el amor a mi familia: mi marido, mis hijos y mis nietos.
Así voy abriendo desagües en mis propias macetas, para que no se ahoguen mis raíces,Mirándome

jueves, 22 de febrero de 2018

Poema para una imagen




  • I) Bate el mar en la costa su llamado,
  • su incesante caricia milenaria;
  • y la tierra, eterna adolescente
  • inflamada de soles, se alboroza,
  • y se hace madre de árboles,
  • de los mismos que albergan nuestra historia.
  • II) Baten mis manos el parche
  • de mi tambor de madera.
  • Baten tus pies, en la danza,
  • tu cadera adolescente.
Palmera entre las palmeras
respondes a mi llamado
como la costa al océano.
Y muy cerca, a la sombra del castaño,
espera mi cabaña de madera.
Allí somos los dos, de mar y tierra;
vida bullente, savia de los hijos,
savia de árboles nuevos.
III- Y ahora vamos llorando, en la barcaza,
fugitivos del mar y la violencia.
Arrancados de cuajo, somos árboles
portadores de historias y de sueños,
¿Habrá otra tierra para que podamos
arraigarnos en paz, vivir sin miedos?
¿Habrá para nosotros un regreso
aunque la madre esté tan lejos, tan ajena?


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EN EL CIRCO (Poesía)



¡Sorpréndeme otra vez, carpa del circo,
dromedario sentado en el baldío!
Presa de la nostalgia, 
la vejez me zambulle
en la inefable distracción que me prometes.
Y me gusta sentir cómo me invade
la paz de mi inocencia
mientras trepo la escarpada gradería
que me acerca a los sueños.
Aquí veré de cerca al saltimbanqui
Y a la volatinera tan deseada
que vuela de la soga hasta el trapecio
como una mariposa colorida.
¿Cómo puede existir algo tan bello
bajo esta vieja lona agujereada?
Cuando suena el telón de los tambores
me sacudo el ensueño y voy bajando,
como por un acantilado
en busca de un payaso badulaque 
que me haga reír a carcajadas;
así me alejaré por un momento,
entre sueños y aplausos, 
de la demencia injusta e inhumana
que espía amenazante nuestros pasos.

RETO Nº 70: EL JUEGO DE LAS PALABRAS- 2016. (Territorio de Escritores)

jueves, 8 de febrero de 2018

Gabriela


Desde niña disfruté los poemas de Gabriela Mistral; finalizando el secundario supe de su notable carrera como pedagoga y de su añoranza de la maternidad que le negó la vida. Me permito, entonces, jugar un poco con su biografía: inventar episodios, re interpretar lo que puedo saber de ella en la Red, y recrear una Gabriela que quiebra mi voz cuando les canto a mis nietos: “Es verdad, no es un cuento/ hay un Ángel Guardián/  que te toma y te lleva como el viento/ y con los niños va por donde van”.  

Toda la tarde, Lucila había jugado  a la ronda con sus vecinas: “Aserrín aserrán/ piden queso, piden pan”. Las hojas del otoño modulaban en medio del ritmo infantil.
Pero ya era hora de entrar a casa; pronto haría frío.  Anochecía y empezaban a titilar las estrellas.  El canto infinito de las olas llegaba mortecino desde la playa cercana. A través del vidrio cerrado, ella miraba el cielo bordado de luces e improvisaba canturreando:
“Los astros son rondas de niños/jugando la tierra a espiar...
Los trigos son talles de niñas /jugando a ondular..., a ondular...
Los ríos son rondas de niños/ jugando a encontrarse en el mar...
Las olas son rondas de niñas /jugando la Tierra a abrazar...”
Mamá escuchaba desde la cocina:
 —¿Quién canta? —preguntó. —¿Lucila o Gabriela?.
Era el juego de todas las noches; Lucila inventaba poemas y canciones y mamá los escribía en un cuaderno precioso, lleno de flores y haditas. En cuanto Lucila aprendiera a escribir, lo haría sola.
 ¿Y por qué Gabriela? Lucila había elegido su pseudónimo: Gabriela, la mensajera;  y la mamá había sugerido Mistral, para el apellido. “Mensajera del viento”, explicaba Lucila a su familia; “el Mistral es un viento molesto y frío, pero suena bonito”.
Lucila vivía una infancia feliz; no la envanecía su talento; jugaba, trepaba, corría; se sabía amada y mimada por la vida.
Pasaron los años. Empezó a publicar y el mundo aplaudió su poesía clara, elegante y alegre. Y jerarquizó su pseudónimo: “Es Gabriela, por el italiano Gabriel  D’Annunzio, y Mistral, por Fréderic Mistral, poeta occitano”. ¡No importa! Su voz siguió corriendo como el viento, llena de mensajes claros y emotivos.
Un día llegó  el amor; después,  la esperanza frustrada de un hijo; y el desencanto y el suicidio del amado.
Desesperada, Lucila estaba sepultando a Gabriela…  Lucila se resistía al paisaje sereno de sus versos.
Pero todo tiene su tiempo para madurar; un día, el dolor floreció en poemas.
Y entre lágrimas, algunas rabiosas, otras nostálgicas, muchas esperanzadas, le escribió a la muerte, al vacío (“El viento hace a mi casa su ronda de sollozos/ y de alarido, y quiebra,/como un cristal, mi grito”) ; a los niños de pies descalzos (“Piececitos de niño, /azulosos de frío, /¡cómo os ven y no os cubren, /Dios mío!”);   al  hijito que se acurrucaba en sus recuerdos y al que sentía latir en cada niño (“¡Un hijo, un hijo, un hijo! /Yo quise un hijo tuyo y mío/, allá en los días del éxtasis ardiente, /en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo /y un ancho resplandor creció sobre mi frente”)…
Gabriela Mistral vivió intensa y serenamente su solitario periplo: audaz  pedagoga autodidacta, embajadora, literata; primer Premio Nobel de Literatura para una mujer latinoamericana.  
Cuando repaso su historia o me estremezco con su luminoso sentir,  digo con Bécquer: “Poesía eres tú”.


lunes, 29 de enero de 2018

(de Ariel Victoriano) Desde el otro lado

 ¿Qué puedo decirte desde aquí? desde donde no me podés escuchar. Hay un tabique en el tiempo que está muy firme al lado de mi cama, un antes y un después que no puedo remover. Me impide ver al otro lado y quedo confinado, aquí, en una zona blanca, yerma, quedo aislado en una tersa nube de claridad.
   Tengo los brazos quietos al lado de mi cuerpo, la cama se parece a un féretro inamovible que me mantiene quieto, inmóvil. No tiene adornos ni asas para permitir el transporte de mis huesos, que, supongo encalados cuando observo mi recubrimiento casi transparente atravesado por pálidas venas azules. Tengo la piel adherida a las partes óseas, ya casi me he convertido en un cadáver.
   No exagero, casi me he consumido. Pero mantengo intactas todas las sensaciones, menos el gusto. Puedo sentir el frío del aire quieto en la habitación estéril. Es muy difícil poder pensar en cosas lindas para decirte porque te veo poco y debo recurrir a la memoria que se apaga lentamente. Seguro que recuerdas el crepúsculo que vimos juntos aquel día, en la Casa Blanca, en Punta Ballena, cuando la bola de fuego se escondía entre las hilachas de las nubes y, se hundía lentamente en el horizonte del río.
   Y, por supuesto, tampoco puedo escribir. No me lo han prohibido, no, pero mi sistema nervioso se ha desconectado. Por eso me es imposible, además, poder brindarte una caricia, ni siquiera la que tenía en mente antes de que ocurriera el trágico suceso que me ha traído hasta aquí.
   Aunque no me lo han dicho hay algo que no funciona bien dentro mío y, hace que, aunque mis oídos oigan, no pueda hacer gestos ni girar el rostro. Quisiera ofrecerte los labios para que me des un beso. No podés darte cuenta, cuando estás a mi lado, el esfuerzo que hago para hablarte, pero ni siquiera alcanzo a girar mis ojos para que repares en la tristeza que me invade. Por lo tanto, estás muy distante, tanto como la estrella del universo más cercana al pequeño mundo de encierro que son los límites de mi cuerpo. Ni siquiera mis ojos me obedecen. Estoy encerrado en mi propia cáscara. No sé hasta qué punto me puedo considerar vivo todavía.
   Las personas de guardapolvo que vienen a verme a diario con cofias y guantes color crema, con instrumentos y agujas, a veces me hablan y esperan que responda, pero no tienen suerte. Ya he intentado hacerlo muchas veces. Ahora ya he desistido y me abandono sin remedio al aislamiento. Me he resignado a dialogar conmigo.
   Cuando me venís a ver, a vos también te exigen el protocolo de la vestimenta y, eso me acongoja. No podés conocer mis respuestas a las preguntas de tu mirada, pero si pudieras oír mis gritos interiores te pondrías contenta porque aún puedo percibir los estímulos del amor. Las cosquillas que me recorren el pecho cuando te veo son reales, aunque no la registren todos estos aparatos que nos rodean, con relojes indiferentes y luces de colores álgidos que hacen más patético el sitio en el que me tienen confinado sin remedio.

   Porque en realidad ya no hay regreso para mí. He tenido el último episodio, he cruzado un umbral del que no se vuelve. Asisto a una nueva angustia que me corroe la mente y me aleja del ámbito de tu corazón. Te siento lejana, cada vez que venís, todos los lunes, a sentarte a mi lado. Advierto cómo me mirás, cómo me acariciás con tu mano que pasa suave sobre la mía, cómo se te caen las lágrimas casi sin que te des cuenta.
   Si hubiese alguna ventana en el tiempo que transcurre, si tuviésemos algún instante, pequeño, para decirnos algo, seleccionaría mis mejores frases, las más lindas que tengo, para tocar tu corazón, sin que se hiele, aunque solo sea para ver el esplendor de tu sonrisa.
   Pero los he visto y he escuchado a estos gélidos hombres de blanco que murmuran al pie de mi cama, con los rostros endurecidos y abrumados, más por su fracaso para sacarme de aquí que por lo que yo significo para vos.
   Y no saben que yo escucho todavía. Ya sé que casi he llegado al lugar al que todos arribamos, nuestro destino inapelable, la orilla en la cual el mar de la vida deposita nuestra existencia para siempre. Pero, escuchame, no te maltrates, no vale la pena sufrir por lo que no tiene remedio.
   ¡Ha sido tan hermoso haberte conocido! Todavía recuerdo la primera vez que nos vimos. Hay días en la vida que son mágicos, tienen más dimensión que los otros que pasan al costado, los que la corriente monótona de un arroyo hace murmurar entre las piedras. Pero ese día, ¡qué bien que lo recuerdo!; el sol brillaba de otro modo, los pájaros de Palermo cantaban estridentes, el río se agitaba alegre moviendo las caderas en su baile contra el Muelle de los Pescadores. Buenos Aires se hamacaba bajo su cielo de gloria porque había nacido una nueva felicidad, una nueva delicia se sumaba a su historia derrotando a la desdicha, a las innumerables pasiones contrariadas de los porteños. La Dama Fluvial revive su esperanza con fortunas como la nuestra. Se alimenta del néctar de los amantes para aliviar las condenas de los miserables desgraciados, de los torturados que vienen a buscar el sustento a la Costanera en los días pesarosos.
   Desde aquí no puedo ver el cielo que está por encima de los techos del hospital desierto y callado. El afuera me está vedado. Mi lecho se encuentra muy lejos de la ventana y, además, la veo alta. Ni siquiera la atraviesa el brillo de algún astro frío, de esos que transitan el firmamento cuando cae la noche. La luna no pasa por ahí. El encierro me deja inaccesible, alejado e irreparable, un juguete roto recluido en la celda del recogimiento.
   Mi reloj se va a detener de un momento a otro y, no tengo manera de dejarte las palabras que he pensado para vos, las más bellas. No sé si alguien te las podrá hacer llegar, no se me ocurre el hay modo de que salgan del cofre del pecho. Quisiera decirte adiós, pero ni eso me permite mi cuerpo.

   Tendrás que ser vos la que vengas aquí a despedirme cuando llegue mi ocaso. Tratá de que sea en un día soleado, no me demuestres la pena de tu alma, decime algo lindo y, solo levantá la mano al irte. Mirame a los ojos antes de desaparecer por esta puerta que va a permanecer muda, dejame que tu recuerdo se duerma en mi memoria hasta que se apague para siempre.