domingo, 28 de junio de 2020

JUGUEMOS A QUE YO ERA…


Me gusta mucho jugar. “Hacer como si…” Jugar y disfrazarme para caber en mis propios sueños. Si uno juega, la vida duele menos.  
Esta tarde, especialmente, me hace falta “jugar a que yo era…”
… una nena que se iba al cine, a la “matiné” de la siesta.  
¿Casaca Roja? ¿Lassie? ¿El Llanero Solitario?
Cualquiera de ellos me da igual. Me los sé de memoria.
Aquí estoy a la puerta del cine, con mi falda escocesa, mis zapatos de charol y mis trenzas muy bien peinadas; hay una larga fila de chicos delante de la boletería. No tengo ni un centavo, pero “me cuelo”, sin demasiados escrúpulos; también me prometo birlar un bombón, cuando pase el chocolatinero.
La sala está oscura; todos los chicos somos sombras inquietas y bulliciosas; pero, de pronto, nos apagamos… En el escenario van creciendo la luz y la música, y se siente la tensión de la magia cercana. Desde la butaca más alejada de la pantalla se ve mejor y no hace daño a la vista.
Mis ojos se abren, enormes, ante el paisaje nevado del Canadá. Aunque ha salido el sol, el aire helado me suelta las trenzas, mientras cabalgo, eufórica con mi casaca roja. Lassie me sigue, tan hermosa e inteligente como yo, que ahora me llamo Elizabeth Taylor, y que un día seré famosa. El viento congela mis orejas. Una ramita de abeto, me pincha la cara. Un respingo… Me aferro a la butaca… Cierro los ojos y me lleno de sol y de bosque. Largo ensueño pletórico de vida y de felicidad.
De pronto, me poso, como una libélula sobre una roca. Nada de nieve, ni de abetos.
«¡Socorro!» escucho. Y me asomo al desierto.
¡Los comanches, (o los apaches, o los sioux), han enterrado  al Llanero Solitario y a Toro, su amigo;  les han dejado las cabezas fuera, y los han abandonado ahí para que mueran!
Logro salvarlos, con ayuda de mi caballo y de Lassie, que me ha seguido. «¡Arriba, Plata!. ¡Vamos, Toro!»
Retumban los cascos; chicos y chicas pataleamos y saltamos sobre los asientos. Ahora el calor es intenso, cada vez más insidioso.
¡Una diligencia en llamas; una mujer que aúlla de dolor y tristeza! 
Aquí estamos, el Llanero y yo. Ya no me llamo Elizabeth; ahora soy Grace. Hay que salvarme, aunque me resista por mi familia perdida. Me corre el llanto por la cara; se me desboca el corazón por la angustia...por mi angustia.
El Llanero es muy eficiente;  me levanta en andas y me sube a su caballo. Me marea, el vuelo. Me siento feliz y extraña.
«¡Vamos, Toro!»
¿Toro?  Debe haberse retrasado para traer mi otro caballo… el que quedó en Canadá. O de puro discreto, estará orando a Manitú, para no molestar la escena final.
Espero ansiosa, como la sobreviviente de los sioux, el beso que llegará, a contraluz del ocaso, bajo las alas del sombrero pulcro; y me siento abrazada, recostada sobre esa camisa impoluta, vencedora del desierto y la violencia.
Señora, ¿quiere que suba un poco el aire? Me parece que tiene mucho calor.
Entreabro los ojos. Una máscara, una cara… ¡El Llanero Solitario!
¡Listo! Ya he sacado el nervio de la muela. ¿Cómo se siente? Descanse un rato. Parece que la anestesia le ha tomado muy fuerte.
¡Ya pasó! Gracias, doctor. Buenas tardes.
Perdón, señora. Le recuerdo abonar el servicio a mi secretaria.
¿Qué dice?... ¿Abonar el servicio?
Tenso, el dentista se transforma en un apache desconfiado.
Y yo, inocente campesina, le sonrío.
Ja, ja, ja. Es una broma. No se aflija. Es que me gusta mucho jugar.