domingo, 10 de junio de 2018

LA OTRA



Soy  Aldonza, labradora curtida en los sembrados; sucia de harina y barro;  tengo varios dientes de menos y muchos kilos de más; cumpliré los cuarenta en esta primavera. Soy molinera y porqueriza,  y cocino las coles y el ajo que cultivo. Arrastro carretillas y ayudo a las marranas en los partos.
Huelo igual que cualquier otro, hombre o mujer, de los que damos de comer a los señores.  Y maldigo a cualquiera que moleste, desde el diablo a los santos si se descuidan en protegernos. 
A la noche, si hay vino y buen humor, soy la primera en la danza; y en la cama, cuando el hombre no tiene sueño y alborota.
Esta mañana apareció el que le dicen Don Quijote con el gordo del burro. Íbamos a la aldea con la Pepa y el Perico cuando escuchamos el repique de latón, y el paso de su rucio;  alzamos unas boñigas para tirarles.
Y entonces… Se apeó, tembleque y corcovado, y le ordenó al amigo que también hiciera lo mismo. Clavó su adarga en el barro y se postró ante mí entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura.
«Soberana y alta señora» le escuché decir. «Dulcísima Dulcinea del Toboso »
¿Quién será la Dulcinea? grité entre carcajadas.
El Perico lanzó entre carcajadas la última boñiga, y acertó en la cara del loco.
«¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza».
El Gordo del burro tironeaba de él y clamaba: “Atienda, mi señor; su merced está haciendo el ridículo;  esta es la Aldonza, la hija de Lorenzo”.
Madredijo la Pepa. ¡A ti te habla!
Y entonces puse atención: «Si tu fermosura me desprecia»«Esta cuita es muy fuerte y duradera» «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Le di un sopapo al Perico, y sacudí a la Pepa, que estaba tan pasmada como yo, y me alejé pensativa...
«Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»… No supe que ese reflejo extraño en mi alma  era el anhelo de ser hermosa y amada; de que se hiciera verdad.



viernes, 1 de junio de 2018

SÓCRATES

 

El padre lo bautizó Sócrates, porque el chico era rápido para entender y explicar cosas; una rústica familia de labriegos analfabetos, los Sosa. Él no fue brillante en la escuela, pero siempre se lucía como zapateador y caballero colonial en las fiestas patrias

Cuando se quedó solo, aunque no era demasiado leído ni avispado, fue sacando adelante su campito: una hectárea de pastos y frutales,  bien trabajada y rendidora;  algunas cabras y un par de caballos; un buen partido.

También se amañó para farrear y enamorar “chinitas”, y escabullirse de las madres; con los padres no había problema: eran desconocidos, o compinches de cualquier otro masculino cercano.

Las “chinitas” lo perseguían. Y él se dejaba querer, sin más compromiso que acompañarlas como bailarín en las fiestas de la escuela, algún beso robado, o un piropo al paso. Sacaba cuentas de tiempo libre, gustos y gastos; se daba los primeros, y evitaba los segundos.  Nada de regalos caros por más que fuera el cumpleaños, o la Fiesta Patronal. Ya se sabe, las mujeres abundan y los hombres escasean, como en todas partes. ¡Para qué encadenarse si tenía buena estampa y estaba siempre listo y satisfecho! 

A la Etelvina le tenía ganas; le gustaba vestirse lindo y andar perfumada para las fiestas. Como había heredado animales y casa y se manejaba sola con el campito, no le andaba rogando  La Etelvina era vivísima y sabía esperar: algún día…Pero, mientras tanto,  le aceptaba bailes y mimos.

Así es que Sócrates Sosa se estaba haciendo viejo y seguía solito y sin apuro.

Bastante cuarentón, se volvía cada día “más o más”; dependía de lo sobrio que estuviera: más atrevido y piropeador, si “no”;  o más huraño y negativo, si “sí”.

Una siesta de otoño, en uno de los días “sí”,  estaba sentado tomando unos mates Y entró a pensar en su vida; y sintió cosquillas en la cabeza y en la barriga. ¡Ave María Purísima! ¡Estaba deseando y pesando a la vez! ¡La cabeza y el corazón trabajaban juntos!

Se le prendió la lamparita de los sueños: Una noche de invierno, bien abrazadito a “la Etelvina”; una tarde de otoño, un paseo a caballo con la china abrazada a la cintura, sintiendo las pataditas del chico por nacer. Le latió el corazón y se le pintó una sonrisa.

«¡Pucha! Me gustaría tener una mujer linda, para mí solo, y un hijo, o dos».

 ¿Será que era su día de suerte? Como si la hubiera conjurado, vio a la Etelvina que venía pastoreando unas cabras.

Linda, linda, no era; por algo estaba sola a los “treintaytantos”. Pero sí, coquetona y decidida. Zonza, tampoco; el campito de Sócrates era rendidor, y el rancho, grande y limpio.

—Buenas, Etelvina. ¡Cómo está la primavera, que hasta las flores andan!

—¡Qué primavera, si es junio! ¡Ya está por caer la helada!

—¿Vos decís? ¿No tendrás frío a la noche, tan solita?

—¡Tan preguntón! ¡ Cosa mía, supongo! ¡Vos también sos solo!
Pestañeó. Se arregló la trenza 
Es tarde...Me voy. Ayudame a guardar las cabras, si querés.

—Y me quedo con vos, ¿ah? Nos cuidemos juntos. — Y tentó un avance a la blusa colorada y al poncho bordado de flores.

— ¿Quién te ha dado confianza para que me andés tanteando? Quedate solo, no más. Ya te veo las intenciones. Mirá que yo soy cristiana y no me “acollaro”; “casorio”, o nada. — Y empezó a irse seguida de las cabras.
¡Se iba!... El corazón de Sócrates le hizo saltar las barricadas, alcanzar el último cabrito y arrastrar las alpargatas a su ritmo. Casi oía tintinear sus principios: libertad y bienestar. ¿O le tintineaban las monedas que tendría que gastar a partir del “Sí” de la Etelvina?
Sócrates, el griego, dijo: «Cásate: tu mujer te hará feliz, o te hará filósofo».  Como Sócrates Sosa ya lo era, optó por la felicidad, según parece… No sé si no cambió el vino por la cicuta…