Combino las palabras DIRIMIR, AGRADECER, PERDONAR, VOLTEAR, ESGRIMIR, ESFORZAR, AMANECER, AMAR, SABOREAR, APAPACHAR, SUPERAR, OLVIDAR, REIR, RALENTIZAR Y ARMONIZAR (Reto de Territorio de Escritores- Set 2019
Blog para recopilar y compartir mis escritos, fragmentos de lecturas que me han impactado y algunas informaciones útiles para escritores
martes, 7 de mayo de 2024
PRIMAVERA
Combino las palabras DIRIMIR, AGRADECER, PERDONAR, VOLTEAR, ESGRIMIR, ESFORZAR, AMANECER, AMAR, SABOREAR, APAPACHAR, SUPERAR, OLVIDAR, REIR, RALENTIZAR Y ARMONIZAR (Reto de Territorio de Escritores- Set 2019
domingo, 5 de mayo de 2024
El cuarto estaba vacío (juegos narrativos/ Territorio de Escritores)
miércoles, 1 de mayo de 2024
ceremonia secreta
lunes, 18 de septiembre de 2023
DE VAJILLA FINA Y CAJAS DE PIZZA
martes, 5 de septiembre de 2023
Matar un elefante.
Y de pronto, sentíamos la poderosa presencia del elefante, como si en una jungla peligrosa una liana se enredara en la conversación y la asfixiara, despacito; a uno se le soltaba una lágrima; el otro se levantaba y se iba a cualquier parte, a hacer cualquier cosa. Entonces el elefante volvía a su rincón que cada vez le quedaba más chico.
— He leído que esos catarros nasales son desahogos disimulados de las broncas. ¡Atchís!
— ¡Atchís! ¿Vos tenés alguna bronca, acaso?
— ¡At… No sé cómo se te ocurre… chís!
— No… Nosotros nos llevamos re bien; pero… ¡Atchís!
— ¿Acaso... ¡Atchís!... hay algún pero? ¡De lleno te estarás quejando!
— Y vos ¿por qué tan… ¡Atchís!... to estornudo, entonces?
— ¡Porque a veces tengo ganas de estornudar, o de lo que sea, qué tanto!—; y esta vez no hubo ¡Atchís!
— No sabía que te faltase nada.
— Nunca dijimos que nos faltara o no nos gustara algo.
Nos miramos raro; estornudar no era para enojarse. Pero algo funcionaba diferente.
Después se notó la oreja del elefante, harta de escuchar elogios y de estar sorda a lo que “hacía ruido”. Más adelante, advertimos la pata del elefante que se había hecho fuerte sobre ilusiones frustradas y sueños no compartidos.
Cada vez nos sentíamos más presos del soberbio gigante que no habitaba en casa, sino que nos habitaba. Cada día éramos más elefante, y menos nosotros.
Y el elefante que éramos bramó estridente cuando se sintió descubierto y señalado.
Ese bramido fue su perdición: mientras desangraba nuestros mutuos rencores, injusticias, incomprensiones, desilusiones, iba perdiendo volumen; quedó reducido a una bolsa de añicos que habría que ir limpiado día a día; recomponer o tirar, aunque eso alcanzara niveles inauditos de rebeldía ante nosotros mismos.
Respiramos y lloramos abrazados a nuestras propias miserias nombradas y aceptadas. Y reímos finalmente, sanamente, sin pretender curarnos con la magia de una relación enferma. Se sentía correr el aire desde la casa hasta el corazón.
Nunca más volveremos a matar un elefante; no habrá más elefantes, sea cual sea nuestro camino.
COUNTRY
I-
Eran las cuatro de la tarde, cuando empezó a llover. Elsa no había aparecido y Ana cambió de idea sobre el partido de tennis; le avisó a Pedro que se volvía a casa y que lo esperaría para ir a tomar algo en el Club del country. Después pedaleó bajo la arboleda.
Cuando sonó la llamada de Ana, Pedro y Elsa terminaban una siesta propicia para disfrutarse mutuamente: la fina belleza dorada de Elsa; la elegante apostura de Pedro y su “savoir faire” de marino retirado y empresario rico. Se despidieron, muy enamorados sin duda.
«Vivir en un country es una bendición» pensó Ana, mientras subía la escalera. «Tener espacios amplios y buenos vecinos, no tiene precio; es la mejor inversión» Abrió el grifo mientras se quitaba la ropa para ducharse. Acarició su pancita de cuatro meses; «Ya se habrá dado cuenta».
Entonces escuchó ruidos en el despacho..
—¿Pedro? ¿Ya volviste? Silencio. Escuchó que cerraban con violencia la caja fuerte, y abrían la puerta del balcón.
—¿Pedro? «Esa puerta… y esta ventana …»Advirtió una sombra acechante. Cerró el grifo y manoteó la toalla. Se estaba envolviendo, preocupada, cuando la sombra se corporizó y se le abalanzó. «Parece …» No le dio tiempo de gritar su conocido nombre; le apretó la garganta, con su brazo bronceado y la calló, tal vez para siempre,
Pedro estaba subiendo las escaleras; silbaba pausado y tranquilo. La puerta posterior del parque se agitaba todavía bajo la lluvia.
Continuará
II-
Aquí yazgo, la ducha está abierta; también la ventana.
A lo lejos, alguien… ¿silba?. Es Pedro; pero no sube las escaleras, ni silba, como creyó la escritora sabihonda. Las está bajando, y ruge furioso. Elsa va con él, nerviosa, aturdida; su brazo dorado apoyado en la baranda… Aquel brazo fino y fuerte de la campeona de tennis hizo su trabajo; pero lo dejó a medias, cuando Pedro arrancó a gritar furioso y burlado. ¡Qué desilusión ese viaje de bodas que planeaban!¡Como la mía cuando lo constaté!
Me voy sin que Pedro encuentre sus dólares. ¿Algún maleante subrepticio en el country? ¿Alguna ONG que recibió mi depósito antes de que yo entrara en la ducha?
Y no habrá "caso". Estaba sola; me desmayé por el embarazo; un paro cardíaco...
Soy Ana y me estoy muriendo bajo la ducha, mareada, asfixiada, enredada con la toalla a la cintura.
Final de mi extraña vida en el country; bah: final de mi vida marcada por la pobreza, la ignorancia y los cuentos de hadas. De secretaria bonita a empleada de servicio (de todo servicio), de Pedro; “mi mujer”, dijo durante un tiempo; madre soltera de un pequeñito que nadie buscó y que nadie quiso conocer.
Final de una vida sin sueños, fría y vulnerada.
jueves, 16 de marzo de 2023
MÁS ALLÁ DEL HORROR
jueves, 19 de agosto de 2021
Madurando
lunes, 22 de febrero de 2021
MANDATOS DIVINOS*
Se la llevaron vestida de blanco, “almidonada y compuesta”, como dijo Guillén. En vez del erguido moño blanco, llevaba una azucena, ceñida a la cabeza con una cinta de raso. Se llamaba Aurorita.
Domingo de Primeras Comuniones. Había varias carrozas, carretones, caballos enjaezados. Los salmos escapaban hacia el atrio, en las volutas de incienso teñidas del rosa y el dorado de las lámparas.
Los niños, vestidos de blanco, “almidonados, compuestos”, se alineaban para entrar a la iglesia. Y allí estaba la niña negra; saludable y feliz. Madre Graciela, una monja cincuentona y huesuda, mantenía el orden, con una mirada severa y ardiente.
Repicaron las campanas. Madre Graciela guió a los niños, y saludó, como al pasar, a unos viejos limosneros, al tiempo que apoyaba su mano en el hombro de Aurorita. Cuando volvió a mirarlos, todos los otros chicos seguían caminando hacia la entrada.
Las familias se
pusieron de pie. La piadosa fila ingresó
al templo y ocupó sus escaños con las manos juntas. «¡Oh, Santo Altar, por Ángeles
guardado».
Un cura muy anciano y unos monaguillos impúberes, salieron de la sacristía; iba a empezar la Misa.
. De pronto, la ceremonia del templo se turbó con gritos desesperados y una carrera ansiosa:
— ¡Aurorita, Aurorita! —clamó una señora con trazas de abuela.—¡No ha entrado con los otros niños! ¡Yo se la entregué a la Madre Graciela! ¡Madre, Madre! ¡No está la Madre, ni la niña tampoco!
Hubo un revuelo de curiosidad y miedo. «Anoche empezó el Carnaval. Ya estamos en Cuaresma». «El diablo». «Las ceremonias en el bosque» Con mucho recato, para no alterar el clima místico, los vecinos preguntaban, abrazaban, consolaban.
El sacerdote
continuaba imperturbable los
Ritos Iniciales de la Eucaristía. «Amados hermanos: Pidamos perdón por
nuestros pecados». «Glorifiquemos al Señor». «Tuyo es el Reino». Nada parecía más importante que la
Celebración; nada podía interferir en Sus Misterios.
Alguien habría acompañado a la desesperada mujer hasta la oficina del alguacil. La calma de las plegarias y la emoción familiar envolvían a los fieles.
Afuera, los dos viejos, hombre y mujer, pasaron de largo por detrás de la iglesia.
Llevaban de la mano a una niña negra, toda vestida de blanco. También eran negros, pobres negros zaparrastrosos, tan viejos que tenían el pelo blanco; desdentados, retorcidos. Y sus manos hablaban de algodonales bajo el sol ardiente, mientras seguían su carrera entre trompicones y jadeos hacia el bosque.
Se escuchaban los tambores.
—Ah, Yemayá—musitaban—. Aquí estamos. No nos sueltes.
Ahora, la niña negra, vestida de blanco, parecía adormilarse, e iba perdiendo el ritmo que le marcaban.
El viejo la alzó en brazos; la mujer sostuvo su cabecita rizada.
En la linde del bosque, esperaba un hombre. Era cincuentón y huesudo como la Madre Graciela. Tan severa y apasionada su actitud, como la de ella.
—Orishá—murmuraron los ancianos.
Coronado de plumas, él impuso las manos a los dos viejos:
—Mis devotos fieles: Yemanyá está contenta; les devolverá la salud y los colmará de bienes.
—Ashé, ashé— musitaron entre reverencias .
Orishá examinó a la niña dormida. Desde el cáliz de la azucena en su tocado, reverberaba un halo: era La Elegida. Solemne, la llevó en brazos, hacia el ara de troncos, seguido de los ancianos. Una rueda silenciosa de yorubas con sus tambores mudos se inclinaba a su paso.
Los dos mensajeros la desnudaron; ella la sostuvo en brazos y él colocó sus galas sobre el altar. El sacerdote las roció con un líquido ambarino y perfumado y les prendió fuego.
Y mientras el ajuar cristiano ardía y se consumía, recibió a Aurorita y le insufló nueva vida, soplando y besando todo su cuerpo.
Después la vistió con nuevos hábitos: una pequeña túnica blanca y una tiara de flores amarillas como soles. Alzó a la niña, por sobre su cabeza, y la presentó a la asamblea. La chiquilla estaba despierta, y cantaba eufórica
—He aquí a nuestra Orishá. Yemandá la rescató, por nuestra fe, la fe de sus hijos. La trajo con las manos fieles de sus pobres negros. Su nuevo nombre es Janaína. ¡Ella es nuestra; somos su familia!
Despertaron los tambores y se desató la danza frenética. Los dioses sembraban alegría y vida.
En ese momento, en el templo, el sacerdote levantaba la Hostia Consagrada, por encima de las cabezas reverentes de los fieles. «Señor mío y Dios mío»
La brisa mezcló la aclamación con el ostinato de los tambores y los
Ashé.
*Publicada en Relatos Compulsivos. Feb. 2021. Consignas: Se la llevaron vestida de blanco... Tres personajes por lo menos. Una flor.
lunes, 18 de enero de 2021
ABISAL
No sé si fui ciego de nacimiento. Me abandonaron de pequeño a la entrada del monasterio.
Fui el cachorrito de
los monjes: siempre los seguía, y aprendía de mi tacto y mi memoria más de lo
que me decían. Vivía como ellos, de la
oración y el trabajo. Cantaba a coro, rezaba a coro; callaba, escuchaba y
memorizaba.
Tal vez por por algún rencor innato, no pude entender aquello de la alegría, el fruto de
ese estilo de vida. Cosas del Señor!
¡Todos somos sus hijos!
Como los peces abisales, yo flotaba en una penumbra de murmullos distorsionados, sin espacios
para la estridencia o los sentimientos. Me nutría en soledad, de las presas que
atraían las bacterias luminosas: las voces pastorales firmes y austeras. Crecí en aquella luz equívoca, blindado en una coraza de ideas fantasmagóricas y acérrimas. Era una
rutina serena y provechosa que no admitía disonancia.
Me asignaron la responsabilidad de la biblioteca. Había memorizado su disposición y era capaz
de recitar y reconocer los textos que
manipulaba. Sabía del secreto tesoro: aquel libro pecaminoso que alejaba de la
paz de Dios.
Cuando comencé a percibir los egoísmos, a sentir cómo se enrarecía la serenidad y crujía la estructura, supe que Satanás alentaba desde aquellos viciosos, mentirosos, soberbios que querían sacarlo a la luz . Yo era el elegido para asegurar el equilibrio.
Y a pesar de mis ojos blancos e
insensibles los fui exterminando.
miércoles, 9 de diciembre de 2020
SOLANGE Y EL BOBO
SOLANGE Y EL BOBO
La tarde luminosa se encendía en losj jardines. Alba escudriñó las ventanas cerradas al sol de la siesta y los macizos de flores del parque de la casa; hora propicia para distenderse en la playa y dar algunos pasos para sentirse madura y serena.
Desde la cima del promontorio, contempló la caleta. Respiró a pleno el aire cálido, y empezó a bajar. A la distancia, vislumbró sobre la playa áspera, al bobo, el hombrecito viejo y desharrapado que juntaba caracolas; casi una sombra, su covacha y su estampa ruin, contrastaban con el agua irisada de luz.
En la plenitud de aquella tarde, la joven se fue desnudando y desdibujando sobre la arena; una brisa apacible la acariciaba lenta y persistente, y la mecía sobre la marea.
Como siempre, lenta y precisa, Solange emergió de su ser y de todo el paisaje. Alba reconocía las manos, y sabía sus trayectos y caprichos. Desde el rumor del mar, la inundaba de suspiros y le dictaba consignas inesperadas que la guiaban hacia los recovecos profundos de su cuerpo, hacia los secretos latidos, los súbitos jadeos, las inesperadas mieles que rebasaban sus fuentes… Un sendero hacia la eclosión maravillosa de Solange: su risa, su canto, su danza…
El hombrecito se había erguido, y notó su presencia:
«Volvió del mar, mucho más hermosa; como una sirena»
Fascinado, dejó las caracolas; la miraba acariciarse y bailar como un torbellino de luz.
«Una sirena. Yo sé que hay sirenas»
Se iban adormeciendo los brillos del agua. Plenamente cansada, Alba se desperezó sobre la arena, bajo el sol. Solange susurraba adormilada.
El bobo se acercó expectante. Con expresión maravillada le clavó los ojos bovinos y le tendió la mano derecha, en actitud de obsequiar: traía un puñado de conchillas. La izquierda aleteaba temblorosa, ansiosa, hacia ese cuerpo vibrante que ahora lucía encogido de miedo y de desprecio, mal envuelto en su ropa y en sus propios brazos.
—Hola. Vos tenés pies… ¿No sos una sirena? ¿Querés un regalo?
Tartamudeaba indeciso y ansioso.
Alba reaccionó y lo increpó, furiosa.
—¡Me asustaste, mirón estúpido! ¡Andate o te denuncio! ¡Vas preso!
El hombrecito acercó la mano a la cabellera cobriza y reluciente.
—Yo… No hice nada… Yo no digo nada… Sólo quería reg…
Entonces, Solange saltó burlona
desde su caparazón secreta.
—¡Infeliz! ¡Mirá! ¡Mirá por única vez!
Desplegó los brazos, se deshizo otra vez de la ropa, lo apartó violentamente y giró, y giró...Reía a carcajadas y amagaba con acercarse al
cuerpo del hombrecito. Y entre risas y gritos, seguía amenazándolo.
—Nunca más. ¿Me oiste? ¡Nunca más!
Y él corría hacia su covacha, arrastrando sus ojotas, sin dejar de volver la
cabeza.
Cada tarde, Alba-Solange repetía su número solitario, mientras él la miraba desde lejos, guardando distancia y conchillas entre la arena.
Ella no sabía que el bobo modelaba monigotes de sirenas y les enredaba caracolas en la cabellera.
sábado, 18 de julio de 2020
- Una parpadeó en la penumbra y sacudió malhumorada, su letargo. Sus feromonas impregnaban las paredes brillantes de ceras y propóleos. La aturdió el roce de las patas peludas de los zánganos que buscaban salir de sus celdas, Pero sintió que ya se había acabado su tiempo de vuelo,
En un aleteo mustio, casi reptante, abandonó la colmena y se hundió en la noche…
Y La Reina del Pop despertó y se sentó en su cama.
La llovizna que tintineaba en la ventana terminó de borrar los ecos de la colmena.
En medio de la noche dejó su cama y salió al balcón, arrastrando los pies descalzos.
Cuando amaneció, ella estaba sola, desnuda bajo la lluvia.
domingo, 28 de junio de 2020
JUGUEMOS A QUE YO ERA…


jueves, 21 de mayo de 2020
La caída
lunes, 2 de marzo de 2020
Maldiciones y sapos
viernes, 7 de febrero de 2020
MIENTRAS HAYA MAÍZ
Mientras haya maíz...
Pero algunos suenan preocupados. Y se cuentan sus novedosos e insólitos problemas.