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lunes, 18 de septiembre de 2023

DE VAJILLA FINA Y CAJAS DE PIZZA

Crecieron en una familia amorosa y exigente. Había que roer las nueces para encontrar los sabores; había que atender para aprender. Y se aprendía desde un lado de la verdad; y “ESA” era la verdad.  Nadie cuestionaba el tema; la nuez se comía aunque no les gustara.
En la casa había  un aparador para la vajilla de fiesta. Allí se guardaban  los regalos de casamiento de los padres: todo un mundo delicado y exquisito de cristales, lozas  y porcelanas. Embellecían los cumpleaños y  las navidades. Representaban  la felicidad de estar juntos y ser amados. Y también la pulcritud, el orden, los buenos modales; las cosas fundamentales, los principios, esenciales a la dignidad humana, que lucían cuando se terminaba de roer las nueces.  
En el aparador de la cocina, en cambio, todo era aluminios y enlozados; por supuesto, abollados y saltados aunque se repusieran con frecuencia. En este aparador se guardaban las vivencias cotidianas, los ecos de la radio, las risas y las penitencias; el sarampión y las crisis nacionales. 
“La casa está en orden”, se escuchó una vez.
Una mañana cualquiera, todos los hermanitos entraron corriendo desaforados al comedor; a alguno se le enganchó un pie en una pata inestable… y sucedió: el aparador se vino al suelo, con toda su carga de maravillas. Hubo  que tirar un montón a la basura.
En algún momento hubo otros sacudones; muchos y muy fuertes.  La verdad y los principios, se mudaron al aparador de la cocina. Los padres murieron. Ninguno de los hermanos quiso saber nada de la vajilla fina.  Era engorrosa en sus reuniones guitarreras, con sus propios hijos corriendo por el medio, y con el río de nuevas certezas y vivencias que regaba (y también segaba) sus vidas.  Ya eran adictos al tupper, al delivery y a la vajilla descartable (a los trozos de la caja de pizza)..
Vos sos la más grande y nos reunimos siempre en tu casa; guardala vos.
Ella la guardó, para sacarle el polvo,  de vez en cuando, para jugar a las princesas con su nieta,  para secarse un lagrimón rebelde, cuando se le sacuden los estantes y se pierde en las dudas y los miedos.



martes, 5 de septiembre de 2023

Matar un elefante.


Durante años el elefante invisible compartió nuestra historia.  Apareció; ninguno preguntó cómo;  se quedó. Lógicamente, desde que entró en casa, jamás  recibió su cuota nutritiva, ni una de las tantas caricias que iban a nuestras mascotas.  Se sabía que estaba, como todo lo de la casa, pero nadie lo nombró jamás, ni los nenes lo señalaron con sus manitas, como al gato, al perro  o la luna llena.,
¡Éramos tan especiales, tan felices y serenos! Mientras  circulábamos armoniosamente por la casa o por el barrio, irradiando simpatía , el elefante dormía, tal vez detrás de un armario. 
Pero aparecía cuando coincidíamos, mate en mano,  en el patio o en la cocina, o frente al televisor. Charlábamos  despreocupados  sobre nuestros sucesos cotidianos; nos reíamos ante cualquier sorpresa doméstica.
Y de pronto,  sentíamos la poderosa presencia del elefante, como si en una jungla peligrosa una liana se enredara en la conversación y la asfixiara, despacito;  a uno se le soltaba una lágrima; el otro se levantaba y se iba a cualquier parte, a hacer cualquier cosa. Entonces el elefante volvía a su rincón que cada vez le quedaba más chico.
Tanto crecía que empezamos a verlo. Lo primero que se manifestó fue la trompa: una gruesa manguera gris, como la de la aspiradora ¿Y si estornudaba?
Estornudó. Estornudamos. 
Sucedió una noche, antes de acostarnos. Como correspondía, nos acariciamos con bastante entusiasmo como siempre y nos dimos las buenas noches; de pronto comenzaron los estornudos. 
— He leído que esos catarros nasales son desahogos disimulados de las broncas. ¡Atchís! 
— ¡Atchís! ¿Vos tenés alguna bronca, acaso? 
— ¡At… No sé cómo se te ocurre… chís! 
— No… Nosotros nos llevamos re bien; pero… ¡Atchís! 
— ¿Acaso... ¡Atchís!... hay algún pero? ¡De lleno te estarás quejando! 
— Y vos ¿por qué tan… ¡Atchís!... to estornudo, entonces? 
— ¡Porque a veces tengo ganas de estornudar, o de lo que sea, qué tanto!—; y esta vez no hubo ¡Atchís! 
— No sabía que te faltase nada. 
— Nunca dijimos que nos faltara o no nos gustara algo. 
Nos miramos raro; estornudar no era para enojarse. Pero algo funcionaba diferente. 
Después se notó la oreja del elefante, harta de escuchar elogios y de estar sorda a lo que “hacía ruido”. Más adelante, advertimos la pata del elefante que se había hecho fuerte sobre ilusiones frustradas y sueños no compartidos. 
Cada vez nos sentíamos más presos del soberbio gigante que no habitaba en casa, sino que nos habitaba. Cada día éramos más elefante, y menos nosotros. 
Y el elefante que éramos bramó estridente cuando se sintió descubierto y señalado. 
Ese bramido fue su perdición: mientras desangraba nuestros mutuos rencores, injusticias, incomprensiones, desilusiones, iba perdiendo volumen; quedó reducido a una bolsa de añicos que habría que ir limpiado día a día; recomponer o tirar, aunque eso alcanzara niveles inauditos de rebeldía ante nosotros mismos. 
Respiramos y lloramos abrazados a nuestras propias miserias nombradas y aceptadas. Y reímos finalmente, sanamente, sin pretender curarnos con la magia de una relación enferma. Se sentía correr el aire desde la casa hasta el corazón. 
Nunca más volveremos a matar un elefante; no habrá más elefantes, sea cual sea nuestro camino.

COUNTRY

I-

Eran las cuatro de la tarde, cuando empezó a llover. Elsa no había aparecido y Ana cambió de idea sobre el partido de tennis; le avisó a Pedro que se volvía a casa y que lo esperaría para ir a tomar algo en el Club del country. Después pedaleó bajo la arboleda. 

Cuando sonó la llamada de Ana, Pedro y Elsa terminaban una siesta propicia para disfrutarse mutuamente: la fina belleza dorada de Elsa; la elegante apostura de Pedro y su “savoir faire” de marino retirado y empresario rico. Se despidieron, muy enamorados sin duda. 

 «Vivir en un country es una bendición» pensó Ana, mientras subía la escalera. «Tener espacios amplios y buenos vecinos, no tiene precio; es la mejor inversión» Abrió el grifo mientras se quitaba la ropa para ducharse. Acarició su pancita de cuatro meses; «Ya se habrá dado cuenta».

Entonces escuchó ruidos en el despacho..

 —¿Pedro? ¿Ya volviste? Silencio. Escuchó que cerraban con violencia la caja fuerte, y abrían la puerta del balcón. 

 —¿Pedro? «Esa puerta… y esta ventana …»Advirtió una sombra acechante. Cerró el grifo y manoteó la toalla. Se estaba envolviendo, preocupada, cuando la sombra se corporizó y se le abalanzó. «Parece …» No le dio tiempo de gritar su conocido nombre; le apretó la garganta, con su brazo bronceado y la calló, tal vez para siempre, 

 Pedro estaba subiendo las escaleras; silbaba pausado y tranquilo. La puerta posterior del parque se agitaba todavía bajo la lluvia.

 Continuará

  II-

Aquí yazgo, la ducha está abierta; también la ventana.

A lo lejos, alguien… ¿silba?. Es Pedro; pero no sube las escaleras, ni silba, como creyó la escritora sabihonda. Las está bajando, y ruge furioso. Elsa va con él, nerviosa, aturdida; su brazo dorado apoyado en la baranda… Aquel brazo fino y fuerte de la campeona de tennis hizo su trabajo; pero lo dejó a medias, cuando Pedro arrancó a gritar furioso y burlado. ¡Qué desilusión ese viaje de bodas que planeaban!¡Como la mía cuando lo constaté!

Me voy sin que Pedro encuentre sus dólares. ¿Algún maleante subrepticio en el country?  ¿Alguna ONG que recibió mi depósito antes de que yo entrara en la ducha?

Y no habrá "caso". Estaba sola; me desmayé por el embarazo; un paro cardíaco...

Soy Ana y me estoy muriendo bajo la ducha, mareada, asfixiada, enredada con la toalla a la cintura.

Final de mi extraña vida en el country; bah: final de mi vida marcada por la pobreza, la ignorancia y los cuentos de hadas. De secretaria bonita a empleada de servicio (de todo servicio), de Pedro;  “mi mujer”, dijo durante un tiempo;  madre soltera de un pequeñito que nadie buscó y que nadie quiso conocer. 

Final de una vida sin sueños,  fría y vulnerada.

jueves, 16 de marzo de 2023

MÁS ALLÁ DEL HORROR



Hola, amigos de EL TINTERO DE ORO

Este texto se inspira en una escna de "El Pianista", estrenada en 2002
No sé si por su forma (poesía), puede sumarse a la convocartoria actual. Pero me gusta darlo a conocer.
Lánguido, desfalleciente,
Junto a un piano prohibido
aparece
el ratón evasivo, condenado al exilio
del sabor del espíritu…
Encallecida el alma, enfrenta al enemigo.
No teme; casi espera ansioso
la libertad que puede darle
el balazo maníaco..
Y de pronto, la orden: ¡Toca!
Wladyslaw (¿Federico?) transita

desconfiado, al principio,

el teclado perdido.
Y sus dedos renacen. Su corazón estalla
de dolor y de vida.
Y desde el piano, enciende
la estrella de un milagro.
Los horrores se apagan y caen las murallas
en ese instante eterno
de comprensión fraterna,
de esperanza, de vida.
El Pianista-2002




jueves, 19 de agosto de 2021

Madurando

Vos podés- me dije.Y me eché a la espalda
todos los proyectos.
Y pinté en mi cara la mejor sonrisa,
y activé mis pies cual si fueran pétalos
sueltos en la brisa.

Delante de mí, se abría la vida.
Me sobraba el tiempo, toda la energía.
Liviana mochila de espuma de sueños
sostuvo mi vuelo,
hasta que en la esquina…
encontré a  la gente.
La gente concreta,
la que también sale a volar quimeras;
la que necesita no sólo mi espacio, 
también mis oídos,  
mis manos, mi aliento.
O  queda , de pronto, desnuda de ideales,
y solo pretende
que la deje quieta, dormida, cansada,
justo en mi camino, tan dulce y liviano
que ya se ha deshecho.
Ya es hora
De echar  a la espalda las piedras más duras,
Las frutas amargas,
Para que cimenten
Este nuevo vuelo que emprendo en la vida,
Con otra mochila: la de la experiencia.
Prudente, serena, activa, paciente.
Tú puedes, me digo, y avanzo sonriendo.



lunes, 22 de febrero de 2021

MANDATOS DIVINOS*


Se la llevaron vestida de blanco, “almidonada y compuesta”, como dijo Guillén. En vez del erguido moño blanco, llevaba una azucena, ceñida a la cabeza con una cinta de raso. Se llamaba Aurorita.

 Domingo de Primeras Comuniones. Había varias carrozas, carretones, caballos enjaezados.  Los salmos escapaban hacia el atrio, en las volutas de incienso  teñidas del rosa y el dorado de las lámparas. 

Los niños,  vestidos de blanco, “almidonados, compuestos”, se alineaban para entrar a la iglesia. Y allí estaba la niña negra; saludable y feliz.  Madre Graciela, una monja cincuentona y huesuda, mantenía el orden,  con una mirada severa y ardiente.

Repicaron  las campanas. Madre Graciela guió a los niños, y saludó, como al pasar, a unos viejos limosneros,  al tiempo que apoyaba su mano en el hombro de Aurorita.  Cuando volvió a mirarlos, todos los otros chicos seguían caminando hacia la entrada.

 Las familias se pusieron de pie.  La piadosa fila ingresó al templo y ocupó sus escaños con las manos juntas. «¡Oh, Santo Altar, por Ángeles guardado».

 Un cura muy anciano  y unos monaguillos impúberes, salieron de la sacristía; iba a empezar la Misa.

. De pronto,  la ceremonia del templo  se turbó con gritos desesperados y una carrera ansiosa:

     ¡Aurorita, Aurorita! —clamó una señora con trazas de abuela.—¡No ha entrado con los otros niños! ¡Yo se la entregué a la Madre Graciela! ¡Madre, Madre! ¡No está la Madre, ni la niña tampoco!

Hubo un revuelo de curiosidad y miedo. «Anoche empezó el Carnaval. Ya estamos en Cuaresma». «El diablo».  «Las ceremonias en el bosque»  Con mucho recato, para no alterar el clima místico, los vecinos preguntaban, abrazaban, consolaban.

El sacerdote  continuaba imperturbable  los Ritos Iniciales de la Eucaristía. «Amados hermanos: Pidamos perdón por nuestros pecados». «Glorifiquemos al Señor».  «Tuyo es el Reino». Nada parecía más importante que la Celebración; nada podía interferir en Sus Misterios.

Alguien habría  acompañado  a la desesperada mujer hasta la oficina del alguacil. La calma de las plegarias y la emoción familiar envolvían a los fieles.

Afuera, los dos viejos, hombre y mujer,   pasaron de largo por detrás de la iglesia.

Llevaban de la mano a una niña negra, toda vestida de blanco. También eran negros, pobres negros zaparrastrosos, tan viejos que tenían el pelo blanco;  desdentados, retorcidos. Y sus manos hablaban de algodonales bajo el sol ardiente, mientras seguían  su carrera entre trompicones y jadeos  hacia el bosque.

Se escuchaban los tambores.

—Ah, Yemayá—musitaban—. Aquí estamos. No nos sueltes.

Ahora, la niña negra, vestida de blanco, parecía adormilarse, e iba perdiendo el ritmo que le marcaban.

El viejo la alzó en brazos; la mujer sostuvo su cabecita rizada.

En  la linde del bosque, esperaba un hombre. Era  cincuentón y huesudo como la Madre Graciela. Tan severa y apasionada su actitud, como la de ella.

—Orishá—murmuraron los ancianos.

Coronado de plumas, él impuso las manos a los dos viejos:

—Mis devotos fieles: Yemanyá  está contenta;  les devolverá la salud y los colmará de bienes.

—Ashé, ashé— musitaron entre reverencias .

Orishá examinó  a la niña dormida. Desde el cáliz de la azucena en su tocado,  reverberaba un halo: era La Elegida.  Solemne, la llevó en brazos, hacia el ara de troncos, seguido de los ancianos. Una rueda silenciosa de yorubas con sus tambores mudos se inclinaba a su paso.

  Los dos mensajeros la desnudaron; ella la sostuvo en brazos y él colocó sus galas sobre el altar.  El sacerdote  las roció con un líquido ambarino y perfumado  y les prendió fuego.  

Y mientras el ajuar cristiano ardía y se consumía, recibió a Aurorita y le insufló nueva vida, soplando y besando todo su cuerpo.

Después  la vistió  con nuevos hábitos: una pequeña túnica blanca y una tiara de flores amarillas como soles.  Alzó a la niña, por sobre su cabeza, y la presentó a la asamblea. La chiquilla estaba despierta, y cantaba eufórica

—He aquí a nuestra Orishá.  Yemandá la rescató, por nuestra fe, la  fe de sus hijos. La trajo con las manos fieles de sus pobres negros.  Su nuevo nombre es Janaína.  ¡Ella es nuestra; somos su familia!

Despertaron los tambores y se desató la danza frenética.  Los dioses sembraban alegría y vida.

En ese momento,  en el templo, el sacerdote levantaba la Hostia Consagrada, por encima de las cabezas reverentes de los fieles.  «Señor mío y Dios mío»

La brisa mezcló la aclamación con el ostinato de los tambores y los Ashé.

*Publicada en Relatos Compulsivos. Feb. 2021. Consignas: Se la llevaron vestida de blanco... Tres personajes por lo menos. Una flor.

lunes, 18 de enero de 2021

ABISAL


 No sé si fui ciego de nacimiento.  Me abandonaron de pequeño  a la entrada del  monasterio.

Fui  el cachorrito de los monjes: siempre los seguía, y aprendía de mi tacto y mi memoria más de lo que me decían.  Vivía como ellos, de la oración y el trabajo. Cantaba a coro, rezaba a coro; callaba, escuchaba y memorizaba.

Tal vez por por algún rencor innato, no pude  entender aquello de la alegría, el fruto de ese estilo de vida. Cosas del Señor!  ¡Todos somos sus hijos!

Como los peces abisales, yo flotaba en una penumbra  de murmullos distorsionados, sin espacios para la estridencia o los sentimientos. Me nutría en soledad, de las presas que atraían las bacterias luminosas: las voces pastorales firmes y austeras.  Crecí en aquella luz equívoca,  blindado en una coraza  de ideas fantasmagóricas y acérrimas. Era una rutina serena y provechosa que no admitía disonancia.

Me asignaron la responsabilidad de la biblioteca.  Había memorizado su disposición y era capaz de recitar y reconocer los textos  que manipulaba. Sabía del secreto tesoro: aquel libro pecaminoso que alejaba de la paz de Dios.

Cuando comencé a percibir los egoísmos, a sentir cómo se enrarecía la serenidad y crujía la estructura, supe que Satanás alentaba desde aquellos viciosos, mentirosos, soberbios que querían sacarlo a la luz . Yo era  el elegido para asegurar el equilibrio.

Y a pesar de mis ojos blancos e insensibles los fui exterminando.

 Todos saben cómo lo hice. Un tal Umberto Eco se los ha contado

miércoles, 9 de diciembre de 2020

SOLANGE Y EL BOBO

SOLANGE Y EL BOBO

La tarde luminosa se encendía en losj jardines. Alba escudriñó las ventanas cerradas al sol de la siesta y los macizos de flores del parque de la casa;  hora propicia para distenderse en la playa y dar algunos pasos para sentirse madura y serena.

 Desde la cima del promontorio, contempló la caleta. Respiró a pleno el aire cálido, y empezó a bajar. A la distancia, vislumbró sobre la playa áspera,  al bobo, el hombrecito viejo y desharrapado  que juntaba caracolas; casi una sombra, su covacha y su estampa ruin,  contrastaban con el agua irisada de luz.

En la plenitud de aquella tarde, la joven se fue desnudando y desdibujando sobre la arena; una brisa apacible la acariciaba lenta y persistente, y la mecía sobre la marea.

Como siempre,  lenta y precisa, Solange emergió  de su ser y de todo el paisaje. Alba reconocía las manos, y sabía sus trayectos y caprichos. Desde el rumor del mar,  la inundaba de suspiros y le dictaba consignas inesperadas que la  guiaban hacia los recovecos profundos de su cuerpo,  hacia los secretos latidos, los súbitos jadeos, las inesperadas mieles  que rebasaban  sus fuentes… Un sendero hacia la eclosión maravillosa de Solange: su risa, su canto, su danza…

El hombrecito se había erguido,  y notó su presencia:

«Volvió del mar, mucho más hermosa;  como una sirena»

Fascinado,  dejó las caracolas; la miraba acariciarse y bailar como un torbellino de luz.

 «Una sirena. Yo sé que hay sirenas»

Se iban adormeciendo los brillos del agua. Plenamente cansada, Alba se desperezó  sobre la arena, bajo el sol. Solange  susurraba adormilada.

El bobo se acercó expectante.  Con  expresión maravillada le clavó los ojos bovinos  y le tendió la mano derecha, en  actitud de obsequiar: traía un puñado de conchillas. La izquierda aleteaba temblorosa, ansiosa, hacia ese cuerpo vibrante que ahora lucía encogido  de miedo  y de desprecio, mal envuelto en su ropa y en sus propios brazos.

—Hola. Vos tenés pies… ¿No sos una sirena? ¿Querés un regalo?

Tartamudeaba indeciso y ansioso.  

Alba  reaccionó  y lo increpó, furiosa.

—¡Me asustaste, mirón estúpido! ¡Andate o te denuncio! ¡Vas preso!

El hombrecito acercó la mano  a la cabellera cobriza y reluciente.

—Yo… No hice nada… Yo no digo nada… Sólo quería reg…

Entonces, Solange saltó burlona  desde su caparazón secreta.  

—¡Infeliz! ¡Mirá! ¡Mirá por única vez!

Desplegó los brazos, se deshizo otra vez de la ropa,  lo apartó violentamente  y giró, y giró...Reía a carcajadas y amagaba con acercarse al cuerpo del hombrecito. Y entre risas y gritos, seguía amenazándolo.

—Nunca más. ¿Me oiste? ¡Nunca más!

Y él corría hacia su covacha,  arrastrando sus ojotas, sin dejar de volver la cabeza.

Cada tarde, Alba-Solange repetía su número solitario, mientras él la miraba desde lejos, guardando distancia y conchillas entre la arena.

Ella no sabía que el bobo modelaba  monigotes de sirenas  y les enredaba caracolas en la cabellera.

sábado, 18 de julio de 2020

Parecía que nadie descansaba en la dorada colmena del cerebro. Y aunque la reina madre, las reinas vírgenes y los zánganos estaban como aletargados en sus celdas, el frenesí de las obreras llenaba el espacio con un zumbido ensordecedor. Rutinarias, acarreaban toda clase de recuerdos e impresiones; así pergeñaban la nueva jornada. Las recolectoras apilaban imágenes positivas, perfumes de praderas floridas, murmullos de arroyos, y ráfagas propicias del aire del atardecer. Las nodrizas aleteaban para asegurar el confort de los recién nacidos. Las limpiadoras, espantaban los malos momentos, los ruidos estrepitosos y disonantes, los dolores y los miedos; y de paso a algunos zánganos viejos, demasiado pesados para emprender el legendario vuelo nupcial.De pronto, se opacó el traqueteo de las obreras; una imagen muy pesada se resistía a reacomodarse. Opresiva y agobiante, desquiciaba el prolijo zumbido de las abejas. Era como un puzzle con las piezas soldadas a presión: la vejez, un fracaso trágico, una esperanza muerta.
Mientras tanto, dos reinas soñaban.
  1. Una parpadeó en la penumbra y sacudió malhumorada, su letargo. Sus feromonas impregnaban las paredes brillantes de ceras y propóleos. La aturdió el roce de las patas peludas de los zánganos que buscaban salir de sus celdas, Pero sintió que ya se había acabado su tiempo de vuelo,
    En un aleteo mustio, casi reptante, abandonó la colmena y se hundió en la noche…
    Y La Reina del Pop despertó y se sentó en su cama.
En la habitación en penumbras, se apagaba una música lejana; olía a licores y tabaco; a desilusión, traición y soledad.
La llovizna que tintineaba en la ventana terminó de borrar los ecos de la colmena.
En medio de la noche dejó su cama y salió al balcón, arrastrando los pies descalzos.
Cuando amaneció, ella estaba sola, desnuda bajo la lluvia.

domingo, 28 de junio de 2020

JUGUEMOS A QUE YO ERA…


Me gusta mucho jugar. “Hacer como si…” Jugar y disfrazarme para caber en mis propios sueños. Si uno juega, la vida duele menos.  
Esta tarde, especialmente, me hace falta “jugar a que yo era…”
… una nena que se iba al cine, a la “matiné” de la siesta.  
¿Casaca Roja? ¿Lassie? ¿El Llanero Solitario?
Cualquiera de ellos me da igual. Me los sé de memoria.
Aquí estoy a la puerta del cine, con mi falda escocesa, mis zapatos de charol y mis trenzas muy bien peinadas; hay una larga fila de chicos delante de la boletería. No tengo ni un centavo, pero “me cuelo”, sin demasiados escrúpulos; también me prometo birlar un bombón, cuando pase el chocolatinero.
La sala está oscura; todos los chicos somos sombras inquietas y bulliciosas; pero, de pronto, nos apagamos… En el escenario van creciendo la luz y la música, y se siente la tensión de la magia cercana. Desde la butaca más alejada de la pantalla se ve mejor y no hace daño a la vista.
Mis ojos se abren, enormes, ante el paisaje nevado del Canadá. Aunque ha salido el sol, el aire helado me suelta las trenzas, mientras cabalgo, eufórica con mi casaca roja. Lassie me sigue, tan hermosa e inteligente como yo, que ahora me llamo Elizabeth Taylor, y que un día seré famosa. El viento congela mis orejas. Una ramita de abeto, me pincha la cara. Un respingo… Me aferro a la butaca… Cierro los ojos y me lleno de sol y de bosque. Largo ensueño pletórico de vida y de felicidad.
De pronto, me poso, como una libélula sobre una roca. Nada de nieve, ni de abetos.
«¡Socorro!» escucho. Y me asomo al desierto.
¡Los comanches, (o los apaches, o los sioux), han enterrado  al Llanero Solitario y a Toro, su amigo;  les han dejado las cabezas fuera, y los han abandonado ahí para que mueran!
Logro salvarlos, con ayuda de mi caballo y de Lassie, que me ha seguido. «¡Arriba, Plata!. ¡Vamos, Toro!»
Retumban los cascos; chicos y chicas pataleamos y saltamos sobre los asientos. Ahora el calor es intenso, cada vez más insidioso.
¡Una diligencia en llamas; una mujer que aúlla de dolor y tristeza! 
Aquí estamos, el Llanero y yo. Ya no me llamo Elizabeth; ahora soy Grace. Hay que salvarme, aunque me resista por mi familia perdida. Me corre el llanto por la cara; se me desboca el corazón por la angustia...por mi angustia.
El Llanero es muy eficiente;  me levanta en andas y me sube a su caballo. Me marea, el vuelo. Me siento feliz y extraña.
«¡Vamos, Toro!»
¿Toro?  Debe haberse retrasado para traer mi otro caballo… el que quedó en Canadá. O de puro discreto, estará orando a Manitú, para no molestar la escena final.
Espero ansiosa, como la sobreviviente de los sioux, el beso que llegará, a contraluz del ocaso, bajo las alas del sombrero pulcro; y me siento abrazada, recostada sobre esa camisa impoluta, vencedora del desierto y la violencia.
Señora, ¿quiere que suba un poco el aire? Me parece que tiene mucho calor.
Entreabro los ojos. Una máscara, una cara… ¡El Llanero Solitario!
¡Listo! Ya he sacado el nervio de la muela. ¿Cómo se siente? Descanse un rato. Parece que la anestesia le ha tomado muy fuerte.
¡Ya pasó! Gracias, doctor. Buenas tardes.
Perdón, señora. Le recuerdo abonar el servicio a mi secretaria.
¿Qué dice?... ¿Abonar el servicio?
Tenso, el dentista se transforma en un apache desconfiado.
Y yo, inocente campesina, le sonrío.
Ja, ja, ja. Es una broma. No se aflija. Es que me gusta mucho jugar.






jueves, 21 de mayo de 2020

La caída


Aquella  noche sentí que el Eterno me necesitaba para brillar como Todopoderoso: «Aquí no cabe la vanidad». Yo estaba lleno de Ira, Envidia y Avaricia.  Mi Señor era mío y yo no iba a permitir que otros, ángeles o no, disfrutaran de Él.
Me cansé de la paz de los Cielos, y me negué a adorar alguna vez a un hombre: no podía haber  hombres divinos. Me arrojaron al vacío. «Aquí no cabe la Soberbia».
Mientras saltaba.
Mientras  iba cayendo, mis esencias se desprendían sobre la Creación por nacer. Sobre todos los hombres. Tenía en mí mismo las herramientas de mi venganza: la Gula, la Lujuria y la Pereza.
Ellos dos venían paseando por el Edén. ¡Eran tan niños, tan ingenuos  a pesar de sus desnudos cuerpos adultos! No sabían hacer nada sino gozar. Vivían perezoza y lujuriosamente, para gozar y gozarse.
 Tomé una fruta. No recuerdo si era una manzana o un tomate.  La luz del mediodía le prendió brillos refulgentes que compitieron con los de mi piel de esmeralda. Se las ofrecí.
Sin vacilar, la rechazaron.  Ni un cuestionamiento, ni una duda: “El Señor lo ha prohibido”.
Me reconocí, angelito obediente y dócil, mimado por el Amo. ¡Y me sentí tan malo, tan vacío de su presencia!
Y empecé a silbar en la brisa. «¿Por qué no? ¿No sois hijos? ¿No sois dueños? ¿Para qué quiere ël este arbolito igual a cualquier otro? ¿Y si un día lo necesitáis?
Percibí la nueva dimensión en los ojos;  sentí la respiración maravillada por el descubrimiento; los pensamientos  despertaban; la inteligencia maduraba y florecía.
Me retorcí bailando sobre la rama; los vaivenes de mi cuerpo encendieron los suyos y cegaron su humilde, ingenua obediencia. Mientras se poseían y se reconocían desnudos, mientras saboreaban la fruta hasta hartarse, mientras se desplomaban en el césped, vislumbraban cuánto más podían tener si n necesidad de la amorosa y constante vigilancia.
¿Que me castigó a arrastrarme por el suelo? ¡Pero… si así me creó!
 Y lo de hoy activó su profético mandato: “Creced y Multiplicaos”



lunes, 2 de marzo de 2020

Maldiciones y sapos


La Maldición
Varias veces relampagueó  el sol sobre la lengua del sapo. La cacería de moscas le estaba resultando  fructuosa.  Por lo menos no le faltaba comida.
La maldición pesaba sobre su lomo verde y verrugoso; no la tenía presente, en realidad, porque no sólo tenía cuerpo y lengua de sapo, sino también cerebro de sapo. Mientras hubiera mosquitos, y alguna sapa…
Pero Susanita, que estaba sentada al borde del estanque, sabía a ciencia cierta que era un príncipe. Y que lo había maldecido un brujo maligno, envidioso de su felicidad.
En realidad, Susanita no entendía demasiado lo de la felicidad del príncipe; el libro de cuentos que le regaló su abuela, mostraba al príncipe como un flaco larguirucho con una coronita muy graciosa que acompañaba todos los momentos de su vida.  Siempre aparecía rodeado de sirvientes que no lo dejaban ni siquiera atarse los cordones de los botines plateados; o estaba sentado horas de horas en su trono, atendiendo a emisarios con túnicas y turbantes.
  Pero no salía a andar en bicicleta, ni a visitar amigos. ¡Qué aburrimiento! Seguro sería medio “bobito”.
Mientras pensaba estas cosas, Susanita jugaba con un precioso colgante de su mamá.
Se lo había…”pedido prestado en secreto”, y lo sacó del alhajero para ver relucir la esmeralda al sol, y jugar a la princesa.
     Este collar le sienta precioso, alteza se decía arrodillada frente al charco.
     ¿Lo crees así, doncella? ¿Te parece que combina con mis ojitos?
Cantaba, bailaba y charlaba sacudiendo el collar frente a la cara, tironeando, tironeando…
     ¡Que se le caiga!¡Que se le caiga!- croaba el sapo.
 Él sabía sin saber, que vendría bien que Susanita necesitara de sus servicios de buen buceador.
     ¡¡¡Aaaaayyyy!!! ¡Se me rompió!...
Plic, plic, plic, sonó la esmeralda, y se perdió en el agua.
     Croac, croac…
     Callate, sapo tonto- gritó Susanita, mientras escarbaba en vano con un palo de la orilla.
     Croac, croac… croac, croac, croac.
El sapo tenía ganas de llorar. Un poco porque seguía sintiendo que Susanita tenía que hablarle y pedirle algo relacionado con el collar. Algo de volver a un castillo. Otro poco porque no tenía muy claro qué tenía que ver  él con el problema de Susanita.  Qué iba a pasar con su rebaño de moscas y mosquitas, y las sapas que nadaban cerca.
     -Aaaayyy…  Mi mamá me mata…
Lloraba y se revolvía  los rulos, y hurgaba el barro de la orilla… Pero sólo lograba sacar yuyos  medio podridos.
El sapo volvió a croar, y Susanita pensó en el príncipe embrujado que sacaba cosas del agua a cambio de un beso. ¡Puajjj!
     ¿Qué será peor?- pensó- ¿Besarlo,  o que mi mamá se enoje  y me ponga en penitencia?
Sabe Dios cómo, el sapo saltó a la orilla casi sobre el ruedo del jean de Susanita ; en su lengua pegajosa brillaba la esmeralda, entre dos moscas y cinco mosquitos, muertos, por supuesto.
Susanita se decidió: lloraba temblorosa; apretó la nariz con la izquierda y con la derecha manoteó la … lengua del sapo; la esmeralda permanecía pegadita entre los bichos .
Una voz de mariposa le zumbó en la oreja: «A ver, nena, te ayudo» Se asentó en su dedo índice  y con su antenita rozó la boca del sapo y despegó la esmeralda. La joya refulgió en el césped; pero Susanita, atónita se olvidó de ella ; no más sapo ni mariposa, sino un príncipe vestido de verde y una princesa vestida de colores y transparencias. Los dos se besaban con ansias, después de muchos años de embrujo
Y cuando el príncipe y la princesa respiraron antes de un segundo beso, se inclinaron a  recoger la esmeralda y se la devolvieron a Susanita.


viernes, 7 de febrero de 2020

MIENTRAS HAYA MAÍZ

Mientras haya maíz...




1
Amanece. Alfa salta al palo mayor de la cerca, Infla el pecho y apunta con su pico al sol naciente. Majestuoso y brillante, sacude las alas rojas, tensa su cuello dorado y empina la cresta; se para firme sobre su eje, y lanza un sonoro Kikiriquí. Las sílabas se alargan en los ecos. Suena a orgullo servil, a obcecación patriarcal.
Desde los gallineros vecinos, otros gallos se suman al ritual de machos soberbios y engreídos. Un torneo vibrante acorde con las plumas refulgentes y las crestas enhiestas.
Pero algunos suenan preocupados. Y se cuentan sus novedosos e insólitos problemas.
     Las hembras se están volviendo locas. No obedecen. No quieren “Lola”.
     ¿Y qué? ¡Fuércenlas! Para eso hay machos y hembras en un corral.
     Yo ya estoy medio cansado para pelearme y sacudirlas. Uno se pone sentimental.
     ¡Ché! ¡Otro Kikiriqui, que el sol no se despabila!
     Kikiriquiiii. Kikiriquíii…
Final del concierto. Cada uno a lo suyo.  
Pero Alfa y Tritón se quedan haciendo tiempo en una esquina de la cerca.
     ¿Vos sabés que en varios gallineros pasa lo mismo? Merman el aovo y le aflojan la disciplina a las pollitas,
     Es por el gallo Pelao y su Cruzada— explica Alfa.
     ¿De qué hablás?
     Un movimiento feminista en pro de la liberación de las gallinas. Y en contra del “pisado”
     ¿Qué cosa? ¿Cómo sabés eso?
     Una vez lo escuché desde la tele del patrón, y até cabos. No soy tonto. Y también  lo dijeron las pollitas.
     ¡No digás, che! ¿Pero te siguen pasando cosas en el gallinero? ¿Se te cuela el bicho ese?
     Se coló un par de veces, el verano pasado. Pensé que era por las pollitas nuevas, la Clavelina y la Marimoña. Las primeras veces, la Negra y la Perla también se le encocoraron. Lo dejé tatuado a picotazos.
     ¿Y?
     Y empecé a ver que las chiquitas estaban muy rebeldes; y las madres, demasiado tolerantes. Cuchicheaban. No me daban calce para el “apareo”. Y la Clavelina lo dijo: “Tiene razón el Pelao. ¡Basta de mandones!”   
     Estarían cluecas. Y vos, medio viejo para darte cuenta. Por ahí, ya no te importa mucho.
     Puede ser… Mientras haya maíz… Pero el patrón quiere huevos y pollitos… Si no ponen, no hay maíz.
     Cuesta mantenerse joven. ¿No?  Todavía me falta pero me cuido. ¿Y vos lo has visto al Pelao, che?
     Hace mucho; las primeras veces en que se coló y se ganó el sobrenombre. Después se empezó a escapar y se esconde en el baldío. Lo oigo, nomás
     ¿Y qué vas a hacer si sigue entrando?
     No sé. Por ahora, hay maíz. Alborota, pero no se mete conmigo ni me pisa a las damas.

3 
Tritón se aleja, y Alfa empieza su rutina: Se da una vuelta por el nidal. La Negra está “poniendo”. Lo que no pone es atención. Cacarea con la Perla;  el pobre huevo sale despedido y se estrella en el piso.
Y junto con el estallido de bombita de carnaval, una masa cacofónica invade el gallinero:
      “Vamos chiquitinas/ salgan a jugar/ que la vida vuela / y hay que  disfrutar“
     ¡El Pelao! ¡Vamos, Perlita!  No nos perdamos el show.
     ¡Clavelina, Marimoña, esperen!
     Alfa, sacude las orejas y la cresta para alejar el enojo. Después picotea.
     Que corran y griten. Mientras haya maíz… Ya vendrán los pollitos en la primavera.

4
¡Sí! ¡Llegó El Pelao!  Salta y recibe  a sus fans, las pollitas en flor. Y a las gallinas, sospechosamente ágiles en la carrera . Ahí nomás, listo para escaparse, si hace falta, arranca con su show. 
“Pisa y  pisa,
el gallo mandón;
acá hace falta un gallito
que cante de corazón”
Cocococococorocó

“Hay que buscar otro gallo
que se sepa divertir.
Que sepa ser cariñoso
y que nos deje vivir.
Que no ande contando huevos
ni granitos de maíz”

Alfa "pesca" la copla y se le atragantan dos maíces.
—¡Epa! ¡Hijo  ‘e puta!¡Esto no lo tolero!
Corre, alborotado.y llega a la palestra; le cuesta respirar.
Despreocupado de su estampa, el intruso zangolotea  las patas, aletea y cabecea,  y amaga resbalones en los restos de barro y maíz. Su canto es opaco, pero machacón y sibilino. Como tironeadas por un sedal las damas se adelantan para rodearlo.
 ¡Sorpresa! En un revoltijo indigno de  plumas relumbronas y  ojos desorbitados reconoce al famoso Pelao: ¡Tritón! ¡El amigo!
Las dos pollitas se balancean como poseídas.  La Negra y la Perla, sus viejas compañeras de palo, también  se han sumado al festejo. ¡Y hacen señales obscenas!
Alfa se abre paso en la rueda, pisoteando bailarinas; pero las muy chifladas se le enojan y le picotean las patas . Para colmo, Tritón le toma el lomo por escenario y va hilvanando su canción a picotazos.
"¡Este gallo está muy viejo
no maneja el gallinero!
¡Las hembras tienen derechos!
¡Quieren  elegir su gallo! 
¡Aovarán cuando quieran!"
       Y entre carcajadas hacen trencito alrededor de la cerca.

                                                                5
Alfa se endereza como puede y se refugia debajo de los escalones de la casa granjera. Los patrones están mateando.
—¿Qué pasa con las gallinas, Alfa?
— ¡Se han vuelto locas!
La mujer canturrea indiferente.  “Este gallo está muy viejo. No le gusta  el gallinero”.  Alfa reconoce la tonada del Pelao en voz humana.
—Andá a llevarles el maíz, Ramona,  a ver si engorda ese otro gallo. Este va para la sopa, me parece.
—Andá vos, que hace calor.

                                                         6

A veces es cuestión de buscarse otro gallo. No por mucho mandonear se organiza un gallinero.

viernes, 24 de mayo de 2019

PANDORA EN UNA ZAMBA


Me suenas a pandereta; aunque acompañas la zamba.
Ya repican tus sonajas de misterios,
en la caja.
Me despiertas en los giros del pañuelo y de la falda.
Yo miro, a ver si me miran, respiro hondo, y te abro.
Con sólo hacerlo se escapan todos los cepos del alma
que pisoteaban, soberbios, mis sueños amontonados.
Lo prohibido y ponzoñoso se evapora en un jadeo
decidido, apasionado.
Me hueles a adrenalina, a brotes nuevos y frágiles
que se despiertan al sol; a libertad desatada.
Y me voy, saltando cercos, a cazar mis ilusiones;
buzo audaz, en los remansos más ignotos e insinuantes;
astronauta improvisado, registrando maravillas
en la luz de una mirada.
Y en el fondo de la caja, una promesa dorada:
mil madrugadas sin sueño,
imaginando lujurias, en el vuelo de una zamba.

domingo, 6 de enero de 2019

Noche de Reyes

No importa que los mojen las tormentas,
que alguien los robe
o que los mee un perro.
Los sueños necesitan las estrellas
de una noche de Reyes.
Sacá fuera tus sueños,
para que se vean.
Y si mañana sólo encuentras 
tus mismas zapatillas desgastadas,
dale gracias a Dios: 
seguís soñando
y viviendo..

domingo, 10 de junio de 2018

LA OTRA



Soy  Aldonza, labradora curtida en los sembrados; sucia de harina y barro;  tengo varios dientes de menos y muchos kilos de más; cumpliré los cuarenta en esta primavera. Soy molinera y porqueriza,  y cocino las coles y el ajo que cultivo. Arrastro carretillas y ayudo a las marranas en los partos.
Huelo igual que cualquier otro, hombre o mujer, de los que damos de comer a los señores.  Y maldigo a cualquiera que moleste, desde el diablo a los santos si se descuidan en protegernos. 
A la noche, si hay vino y buen humor, soy la primera en la danza; y en la cama, cuando el hombre no tiene sueño y alborota.
Esta mañana apareció el que le dicen Don Quijote con el gordo del burro. Íbamos a la aldea con la Pepa y el Perico cuando escuchamos el repique de latón, y el paso de su rucio;  alzamos unas boñigas para tirarles.
Y entonces… Se apeó, tembleque y corcovado, y le ordenó al amigo que también hiciera lo mismo. Clavó su adarga en el barro y se postró ante mí entre los crujidos de sus huesos y los de la armadura.
«Soberana y alta señora» le escuché decir. «Dulcísima Dulcinea del Toboso »
¿Quién será la Dulcinea? grité entre carcajadas.
El Perico lanzó entre carcajadas la última boñiga, y acertó en la cara del loco.
«¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía, de sin par y sin igual belleza».
El Gordo del burro tironeaba de él y clamaba: “Atienda, mi señor; su merced está haciendo el ridículo;  esta es la Aldonza, la hija de Lorenzo”.
Madredijo la Pepa. ¡A ti te habla!
Y entonces puse atención: «Si tu fermosura me desprecia»«Esta cuita es muy fuerte y duradera» «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Le di un sopapo al Perico, y sacudí a la Pepa, que estaba tan pasmada como yo, y me alejé pensativa...
«Dulcinea, virtuosa emperatriz»… «tu fermosura»… No supe que ese reflejo extraño en mi alma  era el anhelo de ser hermosa y amada; de que se hiciera verdad.