Supo que el vaso estaba lleno nuevamente.
El mozo, comedido,
regresaba a la barra, indiferente.
Desde su mesa
arrancó con poemas enredados
y con coplas pastosas
e incoherentes.
Ni una vez, medio vaso;
una y otra, dos tres… vaso completo.
«A
medias, media luna»,
recitaba.
«O
unas medias tramadas de agujeros».
Y rompiendo a cantar, desafinaba:
«A
medias, incompleto,
cosas de perezoso o indeciso».
Y animado de aplausos y silbidos
Continuaba su terco desvarío.
«La
vida es todo o nada, ¡viva el vino
que por el vidrio espía
mis pesares!»
«Ya
no me duele el alma, flota lánguida
entre las viejas penas olvidadas
que el vino fiel, ahoga
cada tarde».