jueves, 22 de febrero de 2018

Poema para una imagen




  • I) Bate el mar en la costa su llamado,
  • su incesante caricia milenaria;
  • y la tierra, eterna adolescente
  • inflamada de soles, se alboroza,
  • y se hace madre de árboles,
  • de los mismos que albergan nuestra historia.
  • II) Baten mis manos el parche
  • de mi tambor de madera.
  • Baten tus pies, en la danza,
  • tu cadera adolescente.
Palmera entre las palmeras
respondes a mi llamado
como la costa al océano.
Y muy cerca, a la sombra del castaño,
espera mi cabaña de madera.
Allí somos los dos, de mar y tierra;
vida bullente, savia de los hijos,
savia de árboles nuevos.
III- Y ahora vamos llorando, en la barcaza,
fugitivos del mar y la violencia.
Arrancados de cuajo, somos árboles
portadores de historias y de sueños,
¿Habrá otra tierra para que podamos
arraigarnos en paz, vivir sin miedos?
¿Habrá para nosotros un regreso
aunque la madre esté tan lejos, tan ajena?


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EN EL CIRCO (Poesía)



¡Sorpréndeme otra vez, carpa del circo,
dromedario sentado en el baldío!
Presa de la nostalgia, 
la vejez me zambulle
en la inefable distracción que me prometes.
Y me gusta sentir cómo me invade
la paz de mi inocencia
mientras trepo la escarpada gradería
que me acerca a los sueños.
Aquí veré de cerca al saltimbanqui
Y a la volatinera tan deseada
que vuela de la soga hasta el trapecio
como una mariposa colorida.
¿Cómo puede existir algo tan bello
bajo esta vieja lona agujereada?
Cuando suena el telón de los tambores
me sacudo el ensueño y voy bajando,
como por un acantilado
en busca de un payaso badulaque 
que me haga reír a carcajadas;
así me alejaré por un momento,
entre sueños y aplausos, 
de la demencia injusta e inhumana
que espía amenazante nuestros pasos.

RETO Nº 70: EL JUEGO DE LAS PALABRAS- 2016. (Territorio de Escritores)

jueves, 8 de febrero de 2018

Gabriela


Desde niña disfruté los poemas de Gabriela Mistral; finalizando el secundario supe de su notable carrera como pedagoga y de su añoranza de la maternidad que le negó la vida. Me permito, entonces, jugar un poco con su biografía: inventar episodios, re interpretar lo que puedo saber de ella en la Red, y recrear una Gabriela que quiebra mi voz cuando les canto a mis nietos: “Es verdad, no es un cuento/ hay un Ángel Guardián/  que te toma y te lleva como el viento/ y con los niños va por donde van”.  

Toda la tarde, Lucila había jugado  a la ronda con sus vecinas: “Aserrín aserrán/ piden queso, piden pan”. Las hojas del otoño modulaban en medio del ritmo infantil.
Pero ya era hora de entrar a casa; pronto haría frío.  Anochecía y empezaban a titilar las estrellas.  El canto infinito de las olas llegaba mortecino desde la playa cercana. A través del vidrio cerrado, ella miraba el cielo bordado de luces e improvisaba canturreando:
“Los astros son rondas de niños/jugando la tierra a espiar...
Los trigos son talles de niñas /jugando a ondular..., a ondular...
Los ríos son rondas de niños/ jugando a encontrarse en el mar...
Las olas son rondas de niñas /jugando la Tierra a abrazar...”
Mamá escuchaba desde la cocina:
 —¿Quién canta? —preguntó. —¿Lucila o Gabriela?.
Era el juego de todas las noches; Lucila inventaba poemas y canciones y mamá los escribía en un cuaderno precioso, lleno de flores y haditas. En cuanto Lucila aprendiera a escribir, lo haría sola.
 ¿Y por qué Gabriela? Lucila había elegido su pseudónimo: Gabriela, la mensajera;  y la mamá había sugerido Mistral, para el apellido. “Mensajera del viento”, explicaba Lucila a su familia; “el Mistral es un viento molesto y frío, pero suena bonito”.
Lucila vivía una infancia feliz; no la envanecía su talento; jugaba, trepaba, corría; se sabía amada y mimada por la vida.
Pasaron los años. Empezó a publicar y el mundo aplaudió su poesía clara, elegante y alegre. Y jerarquizó su pseudónimo: “Es Gabriela, por el italiano Gabriel  D’Annunzio, y Mistral, por Fréderic Mistral, poeta occitano”. ¡No importa! Su voz siguió corriendo como el viento, llena de mensajes claros y emotivos.
Un día llegó  el amor; después,  la esperanza frustrada de un hijo; y el desencanto y el suicidio del amado.
Desesperada, Lucila estaba sepultando a Gabriela…  Lucila se resistía al paisaje sereno de sus versos.
Pero todo tiene su tiempo para madurar; un día, el dolor floreció en poemas.
Y entre lágrimas, algunas rabiosas, otras nostálgicas, muchas esperanzadas, le escribió a la muerte, al vacío (“El viento hace a mi casa su ronda de sollozos/ y de alarido, y quiebra,/como un cristal, mi grito”) ; a los niños de pies descalzos (“Piececitos de niño, /azulosos de frío, /¡cómo os ven y no os cubren, /Dios mío!”);   al  hijito que se acurrucaba en sus recuerdos y al que sentía latir en cada niño (“¡Un hijo, un hijo, un hijo! /Yo quise un hijo tuyo y mío/, allá en los días del éxtasis ardiente, /en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo /y un ancho resplandor creció sobre mi frente”)…
Gabriela Mistral vivió intensa y serenamente su solitario periplo: audaz  pedagoga autodidacta, embajadora, literata; primer Premio Nobel de Literatura para una mujer latinoamericana.  
Cuando repaso su historia o me estremezco con su luminoso sentir,  digo con Bécquer: “Poesía eres tú”.