martes, 8 de junio de 2021

La Niña Milagrosa



—¡Lástima que sea  tan traviesa  e indisciplinada! ¡Con decirle que espía por la verja del claustro!

—  cuchichearon  Sor Josefa y  Sor Martirio.

—Es Culpa de esas canciones profanas y eróticas que se aprenden en la televisión. Pero  ya estoy  formándola; debe usar su voz para alabar al Señor.

—¡Los Misterios del Señor!— suspiró la Superiora.—En la música vuela el alma noble de los seres humanos.

“Doona, noobis, paaaacem, pacem”... cantó Normita, con las manos al cielo y los ojos cerrados.

Un hálito místico aleteó en las velas del altar. El incienso adormecía sus efluvios en los tapices y en los reclinatorios. Las últimas sílabas de la plegaria temblaron sutiles, ansiosas, confiadas.

—Sor Bernarda… Sor Bernarda… ¡Esta niña es milagrosa!

—Es sublime, Reverenda Madre. Vea usted cómo tiene en suspenso a todas las alumnas, con su voz  vibrante, sincera…

— ¡Y qué latín tan perfecto! ¡A Cappella!  ¡A los diez años!

Sor Martirio ordenó a las pequeñas feligresas que se postraran en adoración;  y Sor Bernarda  con pasitos tenues, para no romper el éxtasis, se acercó a Normita y la invitó a arrodillarse frente  al  Sagrario.

Pero algo chasqueó en su cabeza y empezó a temblar.

Y, de pronto, la niña milagrosa lanzó un aullido oscilante y disonante;  un Do 4, de 7 tiempos de compás de amalgama. Sus trenzas se desataron rebeldes en la cabeza.  Su cara aparecía distorsionada, cejijunta,

 De alguna parte del cielorraso venían bajando unas guitarras eléctricas, unas baterías aterradoras  y unas tijeras diligentes que recortaron hasta la ingle todas las primorosas y discretas polleritas del uniforme. 

Sor Bernarda retrocedió aterrorizada. Normita convulsionaba, montada en su Do4, mientras las otras niñas marcaban el ritmo atípico y visceral,  zapateaban sobre los bancos del coro y trajinaban eficientes, con los instrumentos y los estribillos:

—¡Yeeeaaa! Yeeaaa!

¡Ahí vienen las monjas, no quieren  bailar!

Y como estoy "rock and roleandooooo"

soy la diabla del lugar!"

 "Me asomé al patio del claustro.

 Con asombro  descubrí:

las monjas  no usan bombachas

de seda o de plumetí."

"Yeeea yeeea

Lo sé, los vi…

Sé que  usan unos calzones,

largos como pantalones

para cubrir el cu…tis.

 Jijijí. Jiiiií"

Los tomacorrientes echaban humo. Las otras Hermanas habían desaparecido.  La Madre Superiora lanzaba baldes de agua bendita desde un tragaluz, y el cortocircuito parecía inminente.

***

Sor Bernarda se sentó, de repente, en medio del patio, sobresaltada, con el hábito empapado, dolorida  por el cachetazo con que la Superiora la hizo reaccionar.

—¡Sor Bernarda! ¡Usted nos matará a disgustos! ¡Sabe que no debe atosigarse de chocolate; que le sube la presión y se desmaya!

Las alumnas se apiñaban junto  al mástil, derechitas, respetuosas, con sus polleritas al borde de las medias tres cuartos y los mocasines marrones.

Y en la fila zigzagueaba el chismorreo:

—¡Bien merecido se lo tiene! No me deja cantar más que los Salmos y la Misa! En el coro, no, porque le canté un rap la otra mañana.

—¿Le diste el chocolate con peyote que te dio tu primo?

—Lo dejé caer, de pasada a la Capilla. Venía detrás de mí. La muy glotona se lo comió durante la misa.

Sor Josefa palmeó para dirigir el Himno de la Juventud, con el que se despedían diariamente.

“Juventud, bulliciosa caravana/ llama viva que enciende el ideal.

Nuestro paso saludan las campanas/juvenil encarnación de claridad…”

Hasta mañana, señoritas. Dios las bendiga  y las mantenga alejadas del mal