viernes, 25 de marzo de 2022

MEMORIAS DE LAS CASTAS AMERICANAS


Tenía siete años cuando fui con mis padres a Buenos Aires en el tren que venía del norte, desde La Quiaca. Para ir a la capital había que viajar doce horas, con buena suerte.

El guarda nos acompañó a un coqueto camarote, pulcro y perfumado, revisó los boletos y se fue; creo que nos dormimos enseguida.

En algún momento desperté con muchas ganas de hacer pis. Me confié de mi experiencia viajera y encontré pronto un baño, aunque estaba cerrado con llave.

Bastante apurada, avancé bamboleante en la penumbra hasta una puerta. Detrás, otra realidad: el olor penetrante a comida vieja, vino y orines me golpeó la nariz y el estómago; resaltaban los bultos de gente dormida en el suelo, envuelta en ponchos coloridos y con los sombreros puestos; en medio de las personas había un desparramo de canastos, ollas y… hasta algunas ‘pelelas’.

Un muchacho se sentó en su ‘cama’ y me miró sorprendido; me sonrió, pero yo le tuve miedo: era ‘un pobre’; y los pobres eran todos malos, borrachos y ladrones… Yo estaba paralizada de horror y vergüenza: me estaba orinando. Empecé a gritar: “mamá, papá…”

Apareció el guarda muy eficiente; me tomó la mano de inmediato y me llevó con mis padres, que ni siquiera habían notado mi ausencia: otra vez el bienestar, los mimos. Yo no olía a rosas, para espanto de mi mamá; pero lo solucionamos enseguida; en el camarote había un bañito ‘paquete’ y en mi maleta, ropa suficiente para abrir una tienda.

Cuando fuimos a desayunar al comedor, pregunté por los pasajeros ‘pobres’.

—Son “collas”— dijo papá.— ¡Pobre gente! Casi cuarenta horas de viaje, sin plata y con los baños cerrados. No saben usarlos y los ensucian y atascan.

—¿Vos sabés que hace mucho eran príncipes en las montañas?— preguntó mamá, como de pasada.

—¿Y por qué van así a Buenos Aires con todas sus cosas y sus hijos? ¿Para qué?

—Para ver si consiguen trabajar. Pobres— volvió a decir— ¡qué destino!

Las masitas del desayuno se me volvieron amargas… Me quedé cautiva de este mundo extraño al que acababa de asomarme. 

jueves, 17 de marzo de 2022

MIGRACIONES


Por haber, solamente hay un océano

y un chucrún de tragedias.

El único equipaje es la impotencia

que trata de ahogar cualquier Chinchín

de esperanza y de renacimiento.

La patera encalló sobre la playa,

Chucrún, grajea un ancla inexistente...

¡En el fondo del mar se asientan tantas penas! 

Ojalá haya un Chinchín: La vida sigue, 

y puja por ganarle a la violencia.

Y en baúles secretos, incorpóreos

germinan los recuerdos, las costumbres,

las canciones de cuna y oraciones

por si hay un Dios que es justo y providente...