Es
un fresco mediodía de otoño. En una
ráfaga de recuerdos y deseos, decido buscarla.
Quiero su espacio que es casi mío; sus mimos; el plato con leche… Y
deseo acurrucarme en las piernas de ‘Amor’ (debe de ser su nombre), fingir que
me he dormido, y absorber toda su historia y la de ‘Querido’.
Voy
avanzando, de tilo en tilo, hasta la copa del más próximo a su ventana. Como
siempre, está entreabierta; es maniática de la vida sana y de la ventilación. Atisbo,
pero ella no está en su cuarto. Espero.
En realidad, no tengo apuro por entrar;
me recuesto en la rama; mi cola
enroscada toca el hocico; con los
ojos cerrados disfruto del vientito; me anticipo al bienestar de la mullida
cama de la señora.
Por la ventana del galponcito se ve la figura maciza y hosca
de ‘Querido’. Entonces la veo. Está subiendo a su coche. Parece que sigue muy
enojada. Con un portazo estridente,
cierra el auto y arranca.
***
Mi esposa acaba de sacar el auto y ya se aleja
sin despedirse; yo sigo acomodando el
galponcito; quiero aprovechar el fresco mediodía de otoño; el trabajo puede ser
una terapia en las crisis.
«En este rincón, la pala; en este, las tijeras de podar…» «¡Una llave!» «…los tiempos felices en que, ¡zas!,
nos llenábamos el uno del otro en cualquier rincón… » ; «entonces teníamos duplicados de
las llaves»; «ja…nunca
se usaban»…
«se
nos perdían y no nos hacían falta».
La llave
me roza el pecho desde el bolsillo de la camisa. Por momentos me siento
eufórico por haberla encontrado. Pero la
mano enérgica de la razón «o mi profundo rencor, o mi dolorosa
incertidumbre» me devuelve al pozo de trajín y fastidio.
***
Mientras voy a mediana velocidad hacia el Centro Comercial
trato de no pensar en el regreso.
« A
los cuarenta, una se siente plena, activa;
urgida por la vida social y cultural; ¿por qué no se puede esperar demasiado del marido? Los
sábados no se mueve de la casa; todo es el maldito jardín: la niña de sus
ojos. ¿Cuándo se volvió tan hosco, tan primitivo
y anodino?; hasta el gato es más interesante, más suave y hermoso; al
menos se calla cuando leo o quiero
escuchar música; al menos pasea y disfruta de mi cama. A veces lo sueño, y parece que me
comprende. Bah. No tiene caso…»
«Listo. Pasaré por el Banco a retirar mi renta. Después
compraré algo distinguido, fino; no sé si “casual” o “formal”. Y algún otro
buen perfume; nunca están de más. Es imperdonable que me deje estar así, hastiada: no
soy su abuela; parece que si no es serio y responsable lo van a castigar»
« ¡Oh; viene Andrea Bocelli a la capital! No me lo pierdo; ya
mismo compro la entrada; su alteza estará, seguramente, muy fatigado, ocupado o
endeudado y no querrá acompañarme; total —dirá— lo veo por You-Tube».
***
Mientras mi cabeza busca ordenar el caos de herramientas y
trastos inútiles, mi alma intercambia
impulsos, emociones y recuerdos.
En algún momento, el gato se ha metido aquí. Se sentó sobre
la pila de latas vacías, y me mira; como siempre, una mezcla de Buda dorado, inspirador
y borracho sentado en la vereda.
«¿Por qué esa mirada imperturbable? Me desconcierta. Parece que
emitiera mensajes crípticos. Como los que a veces vibran mientras duermo;
y que terminan en alguno de nuestros
peores días. ¿Será mi castigo?»
De pronto, la llave vibra en el bolsillo de la camisa; ¿un puente de
comunicación?
«¡Vamos!
¡Sube! ¡Abre!»
« Es mi castigo. La estoy perdiendo ¿Qué podría hacer yo, en su
dormitorio?» « Unos guantes de lona, resecos» «acariciarnos»… «¡Al
basurero…!»
«Recuéstate en la cama. Espérala»
«Un pedazo del cerco oxidado»…
«¿Y
si cambiamos este cerco, querido? Todos ven el jardín cuando pasan. Quiero esperarte boca arriba en
el césped hasta que llegues»,
susurraba encendida. «Fuera.
¡Cuánta basura!»
«No te acobardes. Vuelve a mirarte al espejo, por detrás de su imagen,
mientras le deshaces el peinado…»
«¡Qué bella la tapia con jazmines! Sólo nos mira la luna, amor... la
llamaba en secreto.»
«Y de pronto, cualquier noche…Déjame; no estoy de humor; me voy a mi
cuarto; no entres. Sus tacos resonaron
en los escalones… Un portazo… Clic, clic, SU llave».
«¿Cuánto hace que estoy amontonando chatarra?»
«¿Qué pasa, corazón? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? »
«¿Qué pasa, corazón? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? »
«No elegiste bien; aguanta tu castigo, hubiera dicho mi abuela».
«. Exige lo que es tuyo...Vuelve a
saciarte de su suave perfume; vuelve a sentir tu cuerpo ansioso,
ardiente… Y sus brazos y su boca que
responden a los tuyos».
«Ah… Estos bidones viejos… Puro estorbo»… «¿Por qué? ¿Por qué?»
«Merecería que rompieras sus perfumes y rociaras el cuarto con lo que
queda del kerosén…»
Y salgo, ciego,
furioso. Detrás de mí se derrumba una
pila de latas vacías. El gato
corre como espantado y se trepa al tilo. «Abrir la puerta»… «Abrir la Caja de
Pandora». «Conocer a los demonios que te
alejan»…
***
«Se está poniendo demasiado
fresco para ti, gato viejo»
Desenrollo la cola entre las
hojas amarillentas, tan doradas como mi pelo,
y avanzo hacia la ventana.
«Ah… Restregarme contra los frascos y las maderas perfumadas…Arañar la
seda de las colchas… Hundirme en su almohadón de plumas… Leer sus sueños y
llenarlos de misterios y fantasías»
Un vuelo breve. «Aquí, aunque ella no esté, se la siente, tan viva,
tan cálida; es tan hermoso»
Apenas una ráfaga sutil, y mis
patas, hojas sueltas del tilo, aterrizan sobre los cosméticos, que tambalean. ¡Algo
se rompió!. Seré castigado, ya lo sé. Pero no me importa. Hay mucho más que
unos gritos y un zapatazo en el lomo.
***
Trepo la escalara,
jadeante, llave en mano. «Quiero esperarte en nuestro cuarto. Besar, acariciar,
golpear, sofocar, poseer, desgarrar»
«Serás castigado»… «Serás castigado…», canta el gato en mi cabeza..
Detrás de la puerta
estallan cristales en el piso. «¿Has
vuelto, amor». Me sobresalto, angustiado.
El fino perfume envuelve el pasillo desde el cuarto cerrado; tiemblo
enloquecido de ira, miedo y deseo.
La llavecita gira. La
puerta se abre, chillona, como herrumbrada. Oigo que frena el auto. «¡Tu
cabello dorado sobre la almohada…! ¡Has vuelto…!» «¡Este gato odioso; otra vez
en la cama!» «¡Y ha roto el perfume!» «¡Debo irme!»...antes de que me … encuentre… y
me castigue…»; me duele el pecho… me ahogo… me estoy muriendo… muriendo…
He caído junto a la cama; percibo el rayo dorado que salta hacia el
tilo. La voz del gato (¿dónde está?) me llega otra vez en esas ondas
misteriosas: «Claro que es tu castigo. ¿Reconoces los demonios? Sabes que estás loco, ¿no? Ya hace dos años
que chocó en la autopista; manejaba furiosa porque la habías golpeado y roto sus perfumes»
***
***
Freno el auto delante del tilo.
Nuestro minino gris, rayado de negro, baja perezoso desde la pared con
jazmines. Se restriega, mimoso, en los jeans de mi marido, que me espera junto
a la cochera.
—¿Ya pasó, amor? Esa carita iluminada me gusta más— Y me envuelve con
sus brazos y su sonrisa.
—Mmm… Sí, señor. Así de fácil. Esperar que me vaya al centro a comprar
algo lindo, y te
perdone.— Me acurruco contra él
al otro lado del gato.
—Sí; ya sé. Soy antipático,
troglodita; pero me encanta mi casa, el gato y la jardinería; y te amo; no sigás
enojada, amor.
—Mmmm ¿Me acompañás a ver a Bocelli, en quince días?; traje entradas
para los dos, aunque no te lo merecés.
—¡Derrochona! ¡No tenés remedio! —se ríe.
Y nos vamos adentro, tomados de
la cintura, seguidos de nuestro michi.
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