Soy Aldonza, labradora curtida en los sembrados;
sucia de harina y barro; tengo varios
dientes de menos y muchos kilos de más; cumpliré los cuarenta en esta
primavera. Soy molinera y porqueriza, y
cocino las coles y el ajo que cultivo. Arrastro carretillas y ayudo a las
marranas en los partos.
Huelo igual
que cualquier otro, hombre o mujer, de los que damos de comer a los
señores. Y maldigo a cualquiera que
moleste, desde el diablo a los santos si se descuidan en protegernos.
A la noche,
si hay vino y buen humor, soy la primera en la danza; y en la cama, cuando el
hombre no tiene sueño y alborota.
Esta mañana
apareció el que le dicen Don Quijote con el gordo del burro. Íbamos a la aldea
con la Pepa y el Perico cuando escuchamos el repique de latón, y el paso de su rucio; alzamos unas boñigas para tirarles.
Y entonces…
Se apeó, tembleque y corcovado, y le ordenó al amigo que también hiciera lo
mismo. Clavó su adarga en el barro y se postró ante mí entre los crujidos de
sus huesos y los de la armadura.
«Soberana y alta
señora» le escuché decir. «Dulcísima
Dulcinea del Toboso »
—¿Quién será la Dulcinea?— grité
entre carcajadas.
El Perico lanzó entre carcajadas la última boñiga, y
acertó en la cara del loco.
«¡Oh bella ingrata,
amada enemiga mía, de sin par y sin
igual belleza».
El Gordo del burro tironeaba de él y clamaba: “Atienda, mi señor; su
merced está haciendo el ridículo; esta
es la Aldonza, la hija de Lorenzo”.
—Madre—dijo la Pepa—. ¡A ti te habla!
Y entonces puse atención: «Si
tu fermosura me desprecia»…«Esta cuita es muy fuerte y duradera»… «Si gustares de socorrerme, tuyo soy».
Le di un sopapo al Perico, y sacudí a la Pepa, que estaba
tan pasmada como yo, y me alejé pensativa...
«Dulcinea, virtuosa
emperatriz»… «tu fermosura»… No supe que ese reflejo
extraño en mi alma era el anhelo de ser
hermosa y amada; de que se hiciera verdad.
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