Me gusta mucho jugar. “Hacer como si…” Jugar y disfrazarme
para caber en mis propios sueños. Si uno juega, la vida duele menos.
Esta tarde, especialmente, me hace falta “jugar
a que yo era…”
… una nena que se iba al cine, a la “matiné” de la siesta.
¿Casaca Roja? ¿Lassie? ¿El Llanero Solitario?
Cualquiera de ellos me da igual. Me los sé de memoria.
Aquí estoy a la puerta del cine, con mi falda escocesa, mis
zapatos de charol y mis trenzas muy bien peinadas; hay una larga fila de chicos
delante de la boletería. No tengo ni un centavo, pero “me cuelo”, sin
demasiados escrúpulos; también me prometo birlar un bombón, cuando pase el
chocolatinero.
La sala está oscura; todos los chicos somos sombras
inquietas y bulliciosas; pero, de pronto, nos apagamos… En el escenario van
creciendo la luz y la música, y se siente la tensión de la magia cercana. Desde
la butaca más alejada de la pantalla se ve mejor y no hace daño a la vista.
Mis ojos se abren, enormes, ante el paisaje nevado del
Canadá. Aunque ha salido el sol, el aire helado me suelta las trenzas, mientras
cabalgo, eufórica con mi casaca roja. Lassie me sigue, tan hermosa e
inteligente como yo, que ahora me llamo Elizabeth Taylor, y que un día seré
famosa. El viento congela mis orejas. Una ramita de abeto, me pincha la cara. Un
respingo… Me aferro a la butaca… Cierro los ojos y me lleno de sol y de bosque.
Largo ensueño pletórico de vida y de felicidad.
De pronto, me poso, como una libélula sobre una roca. Nada
de nieve, ni de abetos.
«¡Socorro!» escucho. Y me asomo al desierto.
¡Los comanches, (o los apaches, o los sioux), han enterrado al Llanero Solitario y a Toro, su amigo; les han dejado las cabezas fuera, y los han abandonado
ahí para que mueran!
Logro salvarlos, con ayuda de mi caballo y de Lassie, que me
ha seguido. «¡Arriba, Plata!. ¡Vamos, Toro!»
Retumban los cascos; chicos y chicas pataleamos y saltamos
sobre los asientos. Ahora el calor es intenso, cada vez más insidioso.
¡Una diligencia en llamas; una mujer que aúlla de dolor y
tristeza!
Aquí estamos, el Llanero y yo. Ya no me llamo Elizabeth;
ahora soy Grace. Hay que salvarme, aunque me resista por mi familia perdida. Me
corre el llanto por la cara; se me desboca el corazón por la angustia...por mi
angustia.
El Llanero es muy eficiente; me levanta en andas y me sube a su caballo. Me
marea, el vuelo. Me siento feliz y extraña.
¿Toro? Debe haberse
retrasado para traer mi otro caballo… el que quedó en Canadá. O de puro
discreto, estará orando a Manitú, para no molestar la escena final.
Espero ansiosa, como la sobreviviente de los sioux, el beso
que llegará, a contraluz del ocaso, bajo las alas del sombrero pulcro; y me
siento abrazada, recostada sobre esa camisa impoluta, vencedora del desierto y
la violencia.
—Señora,
¿quiere que suba un poco el aire? Me parece que tiene mucho calor.
Entreabro los ojos. Una máscara, una cara… ¡El Llanero
Solitario!
—¡Listo!
Ya he sacado el nervio de la muela. ¿Cómo se siente? Descanse un rato. Parece
que la anestesia le ha tomado muy fuerte.
—¡Ya
pasó! Gracias, doctor. Buenas tardes.
—Perdón,
señora. Le recuerdo abonar el servicio a mi secretaria.
—¿Qué
dice?... ¿Abonar el servicio?
Tenso, el dentista se transforma en un apache desconfiado.
Y yo, inocente campesina, le sonrío.
—Ja,
ja, ja. Es una broma. No
se aflija. Es que me gusta mucho jugar.
‘
Talentosa, Beba!
ResponderEliminarGraciaaas
EliminarMuy bueno! Me encantó el final. Te felicito
ResponderEliminarMuy bueno Beba. Me sacaste una sonrisa
ResponderEliminarGracias, Unknown.
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