lunes, 18 de septiembre de 2023

DE VAJILLA FINA Y CAJAS DE PIZZA

Crecieron en una familia amorosa y exigente. Había que roer las nueces para encontrar los sabores; había que atender para aprender. Y se aprendía desde un lado de la verdad; y “ESA” era la verdad.  Nadie cuestionaba el tema; la nuez se comía aunque no les gustara.
En la casa había  un aparador para la vajilla de fiesta. Allí se guardaban  los regalos de casamiento de los padres: todo un mundo delicado y exquisito de cristales, lozas  y porcelanas. Embellecían los cumpleaños y  las navidades. Representaban  la felicidad de estar juntos y ser amados. Y también la pulcritud, el orden, los buenos modales; las cosas fundamentales, los principios, esenciales a la dignidad humana, que lucían cuando se terminaba de roer las nueces.  
En el aparador de la cocina, en cambio, todo era aluminios y enlozados; por supuesto, abollados y saltados aunque se repusieran con frecuencia. En este aparador se guardaban las vivencias cotidianas, los ecos de la radio, las risas y las penitencias; el sarampión y las crisis nacionales. 
“La casa está en orden”, se escuchó una vez.
Una mañana cualquiera, todos los hermanitos entraron corriendo desaforados al comedor; a alguno se le enganchó un pie en una pata inestable… y sucedió: el aparador se vino al suelo, con toda su carga de maravillas. Hubo  que tirar un montón a la basura.
En algún momento hubo otros sacudones; muchos y muy fuertes.  La verdad y los principios, se mudaron al aparador de la cocina. Los padres murieron. Ninguno de los hermanos quiso saber nada de la vajilla fina.  Era engorrosa en sus reuniones guitarreras, con sus propios hijos corriendo por el medio, y con el río de nuevas certezas y vivencias que regaba (y también segaba) sus vidas.  Ya eran adictos al tupper, al delivery y a la vajilla descartable (a los trozos de la caja de pizza)..
Vos sos la más grande y nos reunimos siempre en tu casa; guardala vos.
Ella la guardó, para sacarle el polvo,  de vez en cuando, para jugar a las princesas con su nieta,  para secarse un lagrimón rebelde, cuando se le sacuden los estantes y se pierde en las dudas y los miedos.



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