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viernes, 29 de abril de 2016

La diosa cautiva

Ya era casi de día. Como siempre, Eos, la Aurora, se despedía de Selene; ella se iba a dormir, agotada y malhumorada por su destino: apenas si podía, por unos segundos, disfrutar de la habilidad de su hermana para inundar de tenues pinceladas los mares y las praderas; mucho menos, del poder inmenso de Helios que doraba los trigales y la espuma de las olas; su hermano mayor la enceguecía y no podía ver nada de la Tierra.
Su mundo era, desde siempre, de oscuras rocas y polvo, en medio de un silencio quieto y eterno; altas montañas bordadas de lava; simas hondas con corazones de hierro fundido; algunas redondas como un sombrero de copa hundido en el regolito, el incesante polvo de metales; calores de infierno, fríos imposibles. Y ella estaba allí, plateada y transparente, indestructible, consagrada por Zeus para preservar el equilibrio de los astros. Una diosa cautiva de su honorable deber, como tantas veces sucede.
Cuando Eos pasaba por la Luna —como llamaban los humanos al lóbrego mundo de Selene— le dedicaba unos minutos a su hermana, su gemela. Las dos hablaban y giraban, giraban, porque la vida dependía de su danza. Igual, giraba Helios, pero él era más solemne y parco; la iluminaba y partía.
En las mañanitas azul-gris, mientras hablaban, Eos iba despertando a los pájaros.
— ¿Oyes cómo cantan? —le preguntaba, girando y sacudiendo sus manos transparentes
—No sé si oigo o lo presiento a tu lado. Aquí, en realidad, no se oye nada.
—Es porque no tienes aire ni viento, hermana. Entre nosotras, no hace falta porque estamos tan cerca y nos hablamos con el corazón.
Otras veces le contaba de las flores, de los arroyos. Y, a veces, de la gente y de los poetas.
—¡Cómo te aman en la Tierra! ¡Si supieras cómo cantan sobre ti, cómo te imaginan y anhelan llegar aquí, cómo sueñan con tu luz!
—¡Qué pueden amar y desear! ¡Rocas, lava, silencio!
—Ellos te ven cuando te ilumina el sol; no lo sabes, tal vez, pero te ves muy bella, muy blanca y serena, contra el cielo de la noche.
—Quiero conocer la Tierra. Ayúdame, por favor.
–Se me ocurre algo: Hablaré con nuestros primos, Artemisa y Eolo; sabes que ella protege la naturaleza, y él gobierna los vientos. Tal vez entre los dos… Te veré al amanecer.
Selene, resignada aunque expectante, se recostó a esperar el regreso de su hermana.
Cuando pasó la noche, Eos volvió con un curioso regalo: un cuerno de recambio de una cabra de las montañas.
–Es para ti. Lo encontró Artemisa; es mágico porque ella y Eolo lo han besado; te piden que lo pongas en tu oreja derecha, y lo acerques a la membrana que te rodea. Dos veces en cada jornada, Eolo agitará el viento para que puedas escuchar por aquí, las voces de la tierra; a ver… pruébalo ahora —le dijo mientras le ayudaba a colocárselo.
El pálido rostro de plata de Selene se iluminó, de pronto, con una sonrisa maravillada; por primera vez la acarició el aire y aleteó su cabello en la brisa mágica que brotaba del cuerno áspero y blanquecino.
Entonces escuchó la canción de Federico: «La luna vino a la fragua/ con su polisón de nardos»; la de Gastón Figueiras : «Luna, luna, luna: ¿Tienes madrecita? Dile que esta noche tú quieres jugar. Baja, y con nosotros ven pronto a cantar»; la de Atahualpa Yupanqui: «Yo no le canto a la luna porque alumbra, nada más; le canto porque ella sabe de mi largo caminar»
Avanzaba el día. Eos se fue alejando y Helios relumbró sobre las primeras lágrimas emocionadas de la diosa cautiva.

sábado, 9 de abril de 2016

Memorias de un gato y de otras almas




              Es un  fresco mediodía de otoño. En una ráfaga de recuerdos y deseos, decido buscarla.  Quiero su espacio que es casi mío; sus mimos; el plato con leche… Y deseo acurrucarme en las piernas de ‘Amor’ (debe de ser su nombre), fingir que me he dormido, y absorber toda su historia y la de ‘Querido’.
            Voy avanzando, de tilo en tilo, hasta la copa del más próximo a su ventana. Como siempre, está entreabierta; es maniática de la vida sana y de la ventilación. Atisbo, pero  ella no está en su cuarto. Espero. En realidad,  no tengo apuro por entrar; me recuesto en la rama; mi cola  enroscada toca el hocico;  con los ojos cerrados disfruto del vientito; me anticipo al bienestar de la mullida cama de la señora.
Por la ventana del galponcito se ve la figura maciza y hosca de ‘Querido’. Entonces la veo. Está subiendo a su coche. Parece que sigue muy enojada.  Con un portazo estridente, cierra el auto y arranca.          
                                                                        ***
  Mi esposa acaba de sacar el auto y ya se aleja sin despedirse;  yo sigo acomodando el galponcito; quiero aprovechar el fresco mediodía de otoño; el trabajo puede ser una terapia en las crisis.
«En este rincón, la pala;  en este, las tijeras de podar…» «¡Una llave!» «…los tiempos felices en que, ¡zas!, nos llenábamos el uno del otro en cualquier rincón… » ; «entonces teníamos duplicados de las llaves»;  «ja…nunca se usaban»«se nos perdían y no nos hacían falta».
             La llave me roza el pecho desde el bolsillo de la camisa. Por momentos me siento eufórico por haberla encontrado.  Pero la mano enérgica de la razón «o mi profundo rencor, o mi dolorosa incertidumbre» me devuelve al pozo de trajín y fastidio.
                                                                        ***
       Mientras voy a mediana velocidad hacia el Centro Comercial trato de no pensar en el regreso.
 « A los cuarenta, una se siente plena, activa;  urgida por la vida social y cultural; ¿por qué  no se puede esperar demasiado del marido? Los sábados no se mueve de la casa; todo es el maldito jardín: la niña de sus ojos.  ¿Cuándo se volvió tan hosco, tan primitivo y anodino?; hasta el gato es más interesante, más suave y hermoso; al menos  se calla cuando leo o quiero escuchar música; al menos pasea y disfruta de mi cama. A veces lo sueño, y parece que me comprende.  Bah. No tiene caso…»
«Listo. Pasaré por el Banco a retirar mi renta. Después compraré algo distinguido, fino; no sé si “casual” o “formal”. Y algún otro buen perfume; nunca están de más. Es imperdonable que me deje estar así, hastiada: no soy su abuela; parece que si no es serio y responsable lo van a castigar»
« ¡Oh; viene Andrea Bocelli a la capital! No me lo pierdo; ya mismo compro la entrada; su alteza estará, seguramente, muy fatigado, ocupado o endeudado y no querrá acompañarme; total dirá lo veo por You-Tube».   
***
Mientras mi cabeza busca ordenar el caos de herramientas y trastos inútiles, mi  alma intercambia impulsos, emociones y recuerdos.
En algún momento, el gato se ha metido aquí. Se sentó sobre la pila de latas vacías, y me mira; como siempre, una mezcla de Buda dorado, inspirador y borracho sentado en la vereda.
«¿Por qué esa mirada imperturbable? Me desconcierta. Parece que emitiera mensajes crípticos. Como los que a veces vibran mientras duermo; y  que terminan en alguno de nuestros peores días. ¿Será mi castigo?»
De pronto, la llave vibra en el bolsillo de la camisa; ¿un puente de comunicación?
  «¡Vamos! ¡Sube! ¡Abre!»  
« Es mi castigo. La estoy perdiendo ¿Qué podría hacer yo, en su dormitorio?» « Unos guantes de lona, resecos»  «acariciarnos»  «¡Al  basurero…!»
«Recuéstate en la cama. Espérala»
«Un pedazo del cerco oxidado»  «¿Y si cambiamos este cerco, querido? Todos ven el jardín  cuando pasan. Quiero esperarte boca arriba en el césped hasta que llegues»,  susurraba encendida.  «Fuera. ¡Cuánta basura!»
«No te acobardes. Vuelve a mirarte al espejo, por detrás de su imagen, mientras le deshaces  el peinado…»
«¡Qué bella la tapia con jazmines! Sólo nos mira la luna, amor... la llamaba en secreto.»
«Y de pronto, cualquier noche…Déjame; no estoy de humor; me voy a mi cuarto; no entres.  Sus tacos resonaron en los escalones… Un portazo… Clic, clic, SU llave».
«¿Cuánto hace que estoy amontonando chatarra?»
«¿Qué pasa, corazón? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? »
«No elegiste bien; aguanta tu castigo, hubiera dicho mi abuela».
 «. Exige lo que es tuyo...Vuelve a saciarte de su suave perfume; vuelve a sentir tu cuerpo  ansioso,  ardiente… Y sus brazos y su boca que  responden a los tuyos».
«Ah… Estos bidones viejos… Puro estorbo» «¿Por qué? ¿Por qué?»  
«Merecería que rompieras sus perfumes y rociaras el cuarto con lo que queda del  kerosén…»
         Y salgo, ciego, furioso. Detrás de mí se derrumba una  pila de latas vacías.  El gato corre como espantado y se trepa al tilo. «Abrir la puerta»… «Abrir la Caja de Pandora». «Conocer a los demonios  que te alejan»…
***         
«Se  está poniendo demasiado fresco para ti, gato viejo»
Desenrollo  la cola entre las hojas amarillentas, tan doradas como mi pelo,  y avanzo  hacia la ventana.
«Ah… Restregarme contra los frascos y las maderas perfumadas…Arañar la seda de las colchas… Hundirme en su almohadón de plumas… Leer sus sueños y llenarlos de misterios y fantasías»
Un vuelo breve. «Aquí, aunque ella no esté, se la siente, tan viva, tan cálida; es tan hermoso»
Apenas  una ráfaga sutil, y mis patas, hojas sueltas del tilo, aterrizan sobre los cosméticos, que tambalean. ¡Algo se rompió!. Seré castigado, ya lo sé. Pero no me importa. Hay mucho más que unos gritos y un zapatazo en el lomo.
***
        Trepo la escalara, jadeante, llave en mano. «Quiero esperarte en nuestro cuarto. Besar, acariciar, golpear, sofocar,  poseer, desgarrar»
«Serás castigado»… «Serás castigado…», canta el gato en mi cabeza..
         Detrás de la puerta estallan cristales en el piso.  «¿Has vuelto, amor». Me sobresalto, angustiado.  El fino perfume envuelve el pasillo desde el cuarto cerrado; tiemblo enloquecido de ira, miedo y deseo.
        La llavecita gira. La puerta se abre, chillona, como herrumbrada. Oigo que frena el auto. «¡Tu cabello dorado sobre la almohada…! ¡Has vuelto…!» «¡Este gato odioso; otra vez en la cama!» «¡Y ha roto el perfume!» «¡Debo irme!»...antes de que me … encuentre… y me castigue…»; me duele el pecho… me ahogo… me estoy muriendo… muriendo…  
He caído junto a la cama; percibo el rayo dorado que salta hacia el tilo. La voz del gato (¿dónde está?) me llega otra vez en esas ondas misteriosas: «Claro que es tu castigo. ¿Reconoces los demonios?  Sabes que estás loco, ¿no? Ya hace dos años que chocó en la autopista; manejaba furiosa porque la habías golpeado y roto sus perfumes»
                                                                          ***
  Freno el auto delante del tilo. Nuestro minino gris, rayado de negro, baja perezoso desde la pared con jazmines. Se restriega, mimoso, en los jeans de mi marido, que me espera junto a la cochera.
—¿Ya pasó, amor? Esa carita iluminada me gusta más— Y me envuelve con sus brazos y su sonrisa.
—Mmm… Sí, señor. Así de fácil. Esperar que me vaya al centro a comprar algo lindo, y te
perdone.—  Me acurruco contra él al otro lado del gato.
—Sí; ya sé.  Soy antipático, troglodita; pero me encanta mi casa, el gato y la jardinería; y te amo; no sigás enojada, amor.
—Mmmm ¿Me acompañás a ver a Bocelli, en quince días?; traje entradas para los dos, aunque no te lo merecés.
—¡Derrochona! ¡No tenés remedio! —se ríe.
 Y nos vamos adentro, tomados de la cintura, seguidos de nuestro michi.







miércoles, 16 de marzo de 2016

Mis musas están de parto



*Esta historia nace de un reto propuesto por "Literautas: Móntame una escena", un taller on line de España.
Hace casi un mes que Ascensor, Traidor y Diccionario zapatean en mi laptop*. Son los brotes de un engendro literario que mi inspiración no logra armonizar.
 Falta solamente una semana para que se cumpla el plazo: «Domarás a los tres o sucumbirás a la tentación de la historia ‘facilonga’»
He intentado de mil maneras combinarlos en un relato razonable y bello, que me serene el espíritu con la alegría del deber cumplido; pero no hay caso: sus ritmos biológicos los vuelven antagónicos.
Ascensor es hermético y rutinario; depende de sus botones y su marcha es  silenciosa y enguantada; si le pongo palabras sólo dice ‘zuuuum’, o “Segundo piso”, “Primer piso”. “Planta Baja”.  Diccionario, en cambio, es un gordo verborrágico al que sólo le cabe el dicho: no aclares tanto que oscureces.  Y Traidor… Traidor es el peor de todos; es un prototipo gelatinoso y malintencionado que busca hacerle la zancadilla a mis pobrecitas musas.
Por ahí apunta una idea: metaforizar al ascensor como imagen de nuestra vida y sus múltiples posibilidades de puertas abiertas en el trayecto; cómo cada uno puede ser traidor de sí mismo ignorando esas puertas que, tal vez, lo sacarían de la rutina; cómo cada quién se siente dueño de su diccionario  de gestos y situaciones  y a partir de él elabora su cosmovisión personal y se autoexcluye.                                                                                                                                                      Pero no sé; no me gusta demasiado; al final resultará aburrido.                                                                A ver; se me acaba de ocurrir otro: partir de una  revisión de la cámara oculta del ascensor ; ha habido un desperfecto y yo, el técnico, me río un buen rato con las tomas; la vecina del 5°B  se hace la desentendida y se apoya intensa y casi perversamente sobre el del 5°A, recientemente divorciado ; el del 4°C  abre un pequeño diccionario donde ha marcado palabras obscenas,  y mientras baja el ascensor, las susurra indiferente, como si estuviera masticando chicle;  el grupo de vecinos que coinciden  con él  se crispan ofendidos, o se ríen por lo bajo, según a quién le toque el compañero;  las hermanas solteronas del 3°B, vestidas de ‘sport adolescente’,  comentan indignadas cómo el  traidor  de Osvaldo le ha sido infiel a Melba, en el  Centro de Jubilados; a veces le dan –apenitas- un sorbo a sus respectivas botellitas de licor y las vuelven, sigilosas, a sus bolsos…
Ahora mis musas bullen entusiasmadas:  ¿Y qué pasa si un día coinciden las hermanas,  con el hombrecito del diccionario y la muchachita descarada? 
Vuelve el técnico a la cámara:
     ¿Oíste, Amelia?  No te des vuelta; seguramente nos está mirando
     ¡Ay, Erminda! Me parece que es el violador que persigue la policía.
     Somos dos; nos ayudaremos una a la otra.
     Hay que enfrentarlo ¿Quién primero?
     Yo soy la mayor. Por cierto ¿Qué ropa interior te has puesto?
Hay un segundo de tensión mientras el ascensor se detiene; sube la chica del 5°B, pelirroja, llena de rulos y con una minifalda increíble por lo cortita y estrecha;  el hombrecito silabea, absorto en el diccionario, al parecer.
     ¡Mirá, idiota; no te hagás el gil, que te oí perfectamente!— le grita de pronto la pelirroja— ¡Volvé  a abrir la boca y te hago detener en la guardia!
El hombre se sobresalta con los gritos. Muy nervioso, tartamudea… ¡en un idioma extraño! 
Ahora que lo pienso:   ¿Y si  no murmura groserías, sino que es noruego y está aprendiendo español?
De todos modos el audio del ascensor anuncia la planta baja y él huye medio despavorido en cuanto se abre la puerta.
Y bueno. Hasta aquí, en el ascensor. Tres cuartos del reto, cumplidos; y espero que  estén compensados con las veces que nombré a los tres rebeldes. Me quedo junto a mis amigos recién nacidos:
     Señorita, por favor; era un violador —dicen a ‘medio coro’ las hermanas—.  No hay que  provocarlo. También usted con esa ropa…
     ¡Viejas metiches! ¡Capaz que lo provocaban ustedes con las botellitas y con!… ¡Oooh, Luis!, ¡hola, Luis!— y corre hacia el vecino divorciado que va a llamar al ascensor.
Amelia y Erminda llegan a la vereda, muy agitadas, justo cuando  el hombre del diccionario sube a un taxi.
     ¡Madre mía! ¡Qué tiempos!— reflexiona Amelia.
     No hay seguridad ni respeto por los mayores— confirma Erminda.
Y esperan el colectivo para ir al centro a mirar vidrieras  antes de las sesiones de yoga y de crochet.
¡Oh, sorpresa! ¡He logrado combinarlos y ponerlos en “Móntame una escena”! Todo es cuestión de darles tiempo a las musas, sí señor.




miércoles, 9 de marzo de 2016

Los Hijos del Sol

Los Hijos del Sol 
Versión libre de una historia de la conquista del Perú.
 I- La vanguardia de los evadidos trepaba por el sendero montañoso. Era una noche oscurísima, nublada, propicia para la fuga, pero también para despeñarse y morir empalado en cualquier aguja de piedra. Morir empalado era un final posible en aquellos años de 1500; cualquier supuesto traidor podía ser empalado sin lástima, si traicionaba a “la Corona”. Y todos los que integraban la caravana eran “traidores”, ya que huían del Rey y de sus capitanes, llevándose los tesoros más codiciados por estos, y más amados por aquellos. Atrás quedaba otro traidor: Atahualpa yacía estrangulado sobre la montaña de oro y plata con la que pretendió comprar su libertad.
Cada guerrero cargaba sobre la espalda un cesto pesadísimo lleno de joyas increíbles. Y también cargaba, desafiando al viento, su historia milenaria, sus jerarquías, su sistema social. Todo lo que se debía preservar de la peste blanca que había traído la viruela y pisoteado sus creencias.
 Sola, en su cesto, iba la Huasca. Era una inmensa cadena trenzada en oro, el símbolo de la pureza de la sangre real; mucho antes de las guerras y de las muertes, Huayna Cápac, el padre, había celebrado con ella a Huáscar, su hijo legítimo. Atahualpa la había usurpado junto con el trono y la vida de su hermano.
Fruto de una cultura de siglos, los portadores se sentían elegidos para sostener el Imperio; su convicción vencía a la fatiga; seguía la marcha fiel y estoica del Tahuantinsuyo. A la cabeza, iba enhiesta la Coya.
II- Cuxirimay Ocllo; la bella esposa y hermana de Atahualpa, tenía catorce años; era dos veces viuda: antes de ser ajusticiado, Atahualpa había muerto para ella y sus fieles. La fuga la encontró vestida de negro, porque ya estaba llena de dolor, y ese dolor la protegía entre las rocas, más que su ropaje oscuro.
 «Tú mismo marcaste tu senda de muerte en mi alma; creí que eras Inti entre nosotros, nuestro Sol; y viví gozosa, prisionera de tu luz, como otra Mama Quilla de plata; pero caíste, ambicioso asesino, antes del ocaso». El cielo, golpeado por la furia y el desencanto, ignoró el llanto seco de la Ñusta; no le mostró ni siquiera sus lágrimas, desde las nubes oscuras; ella era su Luna, su Princesa; pero el Sol estaba muerto, muertos su cuerpo y su honra; y la Luna, por lo tanto, condenada a ser sólo piedra.

III- La columna y la noche habían avanzado hasta una cima; desde allí, ladera abajo, llegarían al Santuario. Debajo de las nubes, Mama Quilla debía de estar en el cenit. De pronto, Cuxirimay se detuvo, levantó sus brazos y empezó a cantar un fúnebre lamento. No articulaba palabras: sólo sollozos modulados. Y su cuerpo se mecía en el ritmo de la angustia impredecible. «Mama Quilla, madre luna, soy tu hija y estoy sola. Como tú, soy la hermana y la esposa y todo lo mío es reflejo suyo. Mama Quilla, hermana de Inti, esposa del Sol, llámalo para que nos consuele. Mama Quilla, míralo, acarícialo, despiértalo; que perdone la traición y me quite este mal que no merezco». La fila de los portadores, roca entre las rocas, emanaba tristeza; ni un susurro, ni un gesto; pero sus rezos mudos coreaban los de la Ñusta: «Lo que tú quieras, Inti, para nuestro pueblo; lo que tú quieras, nuestro bien; porque no somos traidores»

IV- De pronto, amainó el viento frío y una calma misteriosa envolvió a la columna. La Princesa y su corte, de pie, parecían hechizados. Dos pequeñas líneas de luz plateada se abrieron paso entre las nubes. Dos brazos de Luna Madre acariciaron a la Princesa extática. Después recorrieron la columna, como bendiciéndola. El tiempo manaba veloz en el silencio; estaba aclarando debajo de las nubes; los perfiles negros de las rocas verdeaban tímidos. ¿Hubo un trueno lejano? ¿Venía la lluvia? ¿Era la voz de Inti que despertaba ante los ruegos de Mama Quilla y de Cuxirimay? La joven cayó de rodillas, llorando los pedazos rotos de su corazón. « Quita tu dolor, y vístete de coraje; vuelve a Cuzco; la Huasca será invisible y quedará soldada a tu cuerpo y a tu raza; yo te iré mostrando tu nuevo destino» La Luna se iba apagando. Acurrucada en sus dos pálidos brazos, llegó la cadena al cuello de Cuxirimay, y asomó el primer rayo de sol.
 En un instante de misterio sagrado, ella percibió a sus hijos, sentados sobre los cestos, piedras dormidas para siempre, contra la montaña. Y oyó, muy cerca, el galope de los caballos de Francisco Pizarro.

martes, 2 de febrero de 2016

Mínimo Sueño Brillante (Beethoven)


La vida se compone de luces y sombras. No hay rosas sin espinas. Una de cal, una de arena, etcétera, etcétera.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
Pequeñas luces y sombras nos marcan la vida cotidiana. Algunos viven tan intensamente el contraste, que su energía trasciende tiempos y espacios, y hace la historia del mundo. 

Sinfonía de la vida 

Esta noche Ludwig sueña una gran tormenta en la pradera;  en medio del estruendo, desde la ventana,  él ve a un jilguero; el pájaro  salta para esquivar el granizo que lo azota; pero  picotea y se  va tragando las piedras heladas. A cada uno de estos ‘bocados’ sigue una escala de trinos, cada vez más fuerte y compleja;  de pronto, el chico  reconoce la melodía de su rondó y aparece en el lugar del jilguero; también se traga las piedras y canta a viva voz. La tormenta  está amainando: sus ecos salen ahora de la garganta del niño- pájaro. Él se escucha fascinado; ora niño, ora trueno, ora orquesta.
Es medianoche y una sombra interfiere en el resplandor de la chimenea, en el cuarto del niño dormido.¡Arriba, arriba! ¡Es importante que te escuchen, holgazán! — gritó el padre. Y arreció con los sacudones para despabilar a la criatura.
Abajo, en la salita, la madre servía unas copas a los dos visitantes; eran gente rica y poderosa;  su marido los había arrastrado a su casa desde el Casino; había apostado a favor del talento de su hijo.
—¡Qué amabilidad la vuestra, señores, al interesaros por el pequeño! ¡Quiera Dios que no esté demasiado dormido y os honre con sus melodías! ¡Su música es un don luminoso del Señor!
Estaba abriendo el piano, cuando Ludwig  y su padre bajaron por la escalera. El chiquito, despeinado y  encogido, en bata y zapatillas; Johann, el padre, tambaleante por la ansiedad y por el alcohol.    
—Es maravilloso cómo  improvisa al piano;  su técnica los dejará pasmados — afirmó casi gritando—.  ¡Y sólo tiene cinco años! Ya lo escucharán ustedes.  ¡Esto se logra con disciplina, señores, con disciplina!
Los caballeros sonrieron y menearon las cabezas, acariciando la del niño; él hizo la reverencia que correspondía y fue al piano.
Silencio… Las manitas en alto… Y, de pronto, desde el Re Mayor, un alegre rondó se desplegó cantando por la sala, iluminando la escena; su vuelo vibrante y seguro no duró ni quince minutos; pero recorrió un universo de emociones y momentos llenos de vida; y se replegó, exhausto, en los dos acordes finales.
Estallaron los aplausos; los visitantes, de pie, abrazaron emocionados al pequeño, mientras la madre le tendía los brazos, llorando de orgullo y tristeza.
—No bosteces, muchacho— lo increpó Johann.  Y se dirigió otra vez a las visitas: —¡¡Así es, es señores, disciplina, disciplina!!  ¿Oiréis otra composición? ¿Algo en violín o clarinete? ¡Ludwig, tráelos!
—¡Oh, no, caballero. Es hora de que vosotros y el niño descanséis. Tened por seguro que actuará en la Corte  en la próxima quincena; y que ya no nos debéis ni una moneda.  Buenas noches.
A la mañana siguiente, la calesa está esperando. Ludwig lleva su maleta.  Su piano  , y los otros instrumentos que domina.lo esperarán en la casa. ¡Hay tantos, y tan  espléndidos en la Corte!
     Adiós, hijo queridosaluda la mamá; y lo besa otra vez.— Recuerda tu sueño: no odies nada de lo que te da la vida; tampoco te lo guardes: de todo lo que te pase, Dios amasará tu  hermosa música— Y le entrega una bolsita de panecillos fragantes.
     Suelta ya al chico, Magdalena. No lo detengas más—gruñe fastidiado, mientras lo tironea. —Y tú, a trabajar para que te proteja el duque y seas importante. Obedece, obedece, obedece. Y no me olvides: que si yo te hubiera dejado andar por las calles, pateando botellas con los otros chicos, no serías el Beethoven  que asombrará al mundo… Ja, ja, ja…Y que nos dará de comer.
El pequeño jilguero sube a la calesa. Los señores de la otra noche lo escoltan, y  se sirven de los panecillos
 ¡Si supieran que el pequeño rondó volará hasta hoy por el mundo! ¡Que nada enjaulará su talento! ¡Que crecerá en sonatas y sinfonías hechas de su soledad, de sus dolores y de sus demonios más intensos!
2-  —Escuchadme, Beethoven— dice muy seriamente el Príncipe Elector; —El Director se queja de vuestra obstinación; lleváis ya diez años entre nosotros y seguís insistiendo en desobedecerle, discutirle, introducir variaciones,
—¿No os gusta mi música, señor? ¿No me pedís a diario que haga música para vuestra familia? Entonces, ¿por qué os preocupáis por este hombre presuntuoso?
—No seáis insolente, Ludwig. Os he dado muchas pruebas de afecto y reconocimiento. Pero es menester que seais humilde, aunque sea por respeto a nuestra dignidad. Y para conservar vuestro empleo; vuestros padres han muerto y no hay quien  vele por vos.
—Perdonad, alteza; vuestra dignidad viene de los hombres; mi talento viene de Dios; no soy vuestro siervo; soy un testimonio del amor que Dios os tiene. Yo soy un hombre libre e inteligente y sé cuál es mi valor. No me faltará quien ame mi música y me sostenga.
La cara del Príncipe enrojece; refleja su lucha entre la ira y la admiración por la audacia del jovencito. De pronto, sonríe; retuerce sus bigotazos canosos y le dice: 
—No sé por qué; pero algo me indica que sois capaz de volar solo, entre los grandes. Os propongo dejar la orquesta de mi palacio, e ir a  Viena, a la corte del Archiduque; él está interesado en ser vuestro Mecenas;  podréis componer con buenos maestros, y  frecuentaréis gente que apoyará vuestra obra. ¿Estáis de acuerdo?
—Sí, señor;  os lo agradezco;  sé que entendéis mis ansias de crecer y de ser reconocido. Partiré en cuanto me deis aviso.

Pasan más de veinte años. La vida sigue: melodías y golpes; aplausos y miseria; amores y desilusiones; muchedumbres y soledad.
Es un día de primavera. Hoy, Ludwig pasea por el parque. Va cantando a voz en cuello su placer por la naturaleza y su dignidad de artista;  por debajo de su sombrero aparece una  trompetilla:
.«Y bien, Dios; me estoy quedando sordo. Sordo y cada vez más solo. Pero no me estás faltando: la música resuena en mi cabeza y en mi corazón; puedo vivir a mi gusto: nadie me apremia; puedo trabajar y gozar mi obra, sin que las rutinas sociales me envenenen».
Desmelenado, casi un mendigo, flotando en su nube de melodías, avanza entre los jardines. «Prefiero lo árboles a la gente»,  se dirá mañana, cuando transcriba “La Pastoral”.
—Miradlo; está loco; l—sentencian los transeúntes; pero lo saludan como a un caballero —¡Buenos días, Herr Beethoven! ¡Mis respetos, Herr Beethoven!
Suben y bajan los sombreros,  Esa  noche se arraciman a la puerta del teatro para escuchar y aplaudir su  música.

Algunas noches después, tiene una visita muy especial; tanto, que se ha comprado una nueva chaqueta y ordenado su melena. Pero está pensando si valió la pena; ni él ni Teresa tienen frío, y están muy despeinados: —¡Estoy tan agradecida por vuestro regalo, Ludwig! ¡Esta Bagatela es tan hermosa! —Teresa se abandona a su abrazo, dulce y coqueta.—  No importa que os hayáis confundido con el nombre: “Para Elisa”; cambio mi nombre con gusto, por ser dueña de una obra vuestra, que mil mujeres codiciarían.
Os amo, Teresa. Quiero vuestra piel y vuestra boca para el resto de mis días. Quiero vuestra alma para que sea mi mejor sinfonía. Pediré vuestra mano.
Oh, Ludwig. Vuestra  música sin par no disimula vuestros orígenes…ni vuestro terrible carácter — Teresa sacude sus rizos dorados, y restriega sus piernas regordetas en los almohadones del canapé—  Amémonos, pero no habléis de matrimonio; sabéis que estoy prometida. Sólo llenadme de música y besos  y seamos felices.
La lámpara de la mesa de noche se estrella contra el piso: “Oíd, estúpida, oíd mi música”grita furioso, y  Beethoven patalea rumbo al piano, pisoteando cristales; no los siente, aunque va descalzo.. “No valéis ni una corchea de esta sonata”. Y los acordes golpean y destrozan los vidrios de la ventana; y se revuelcan por el piso  junto con las partituras, mientras Teresa huye, despavorida, en medio de la noche.
No importa; Ludwig tiene a la música, su amada, su espejo interior.
Dos horas después, sigue improvisando, tarareando, rezongando  y anotando  su quincuagésima octava maravilla. Tiene todos los matices de su locura de amor  y desprecio.  Se llamará “Patética”. ¿O quizás “Appasionatta”?
Desahogada  la ira, despierta ahora un preludio soñoliento y tenso, insidioso y suspenso que crece y devela las sombras; es como la luna llena por encima de los pinos. Y Beethoven abre la ventana para que   Teresa suspire  por él, en su “Claro de Luna”. Ya pasó todo; la desilusión se hizo ritmo y poesía

« Esta es mi vida, mi síntesis, mi Novena Sinfonía» se dice Beethoven, mientras su batuta salta, impetuosa, de uno a otro ángulo de la orquesta.
—¡Presto, presto! ¡Fortíssimo! ¡Violento, señores músicos!— dicen sus manos y su cabeza. «¡Padre, aquí apareces ; tan rígido conmigo y tan tolerante con tus debilidades… ¿Qué buscabas, en realidad? ¿Me amabas, de alguna manera? »
—Adagio. Tensión, señores músicos. Expresivo.  Ligado. « Como mis dudas, mis miedos, mis esperas. Como me acercaba a vosotros, y no terminaba de encontraros»
—Soltad un poco el “sfforzato”, ahora. «Viene mi madre: viene su compañía siempre tensa, pero luminosa»
—“Allegro”, señores músicos. “Crescendo”. Asomando el tema central. “Crescendo”.  Otra vez “diminuendo”, “diminuendo”;  aquietándose…  y cayendo en tenso “pianíssimo”. «Aquí escuchas, madre, mis pobres momentos despreocupados y felices; mis enojos descontrolados y mis desengaños; mis triunfos amargos y  mis soledades. Luz y sombra; sinfonía de mi vida».
—Atentos, cuerdas y coro; es el Final. «Así fui subiendo hacia ti, Alegría de la Vida. Te fui descubriendo en mis dolores;  no odié; fui libre y  transformé  cada momento en una pincelada de Música»
La orquesta y el Coro van copiando, trepidantes, gloriosas, las escalas que señala la batuta; las súbitas cataratas de luz y sonido con las que Beethoven dibuja el rumbo hacia la cima divina de la vida: el encuentro de hermanos diversos que se aceptan y se abrazan.
”Presto”, “Prestíssimo”, “Forte”, “Fortíssimo”. El volumen de la sinfonía es demasiado intenso, tan extraño como Ludwig en la coqueta sociedad de su tiempo.. 
¡Acordes finales! ¡Vibrantes! ¡Largos!... Final  «La batuta reposa, como el pequeño jilguero de la infancia».
 El  primer violín de la orquesta hace girar a Ludwig Van Beethoven hacia el público. Él está sordo; no escucha los aplausos delirantes; ha compuesto y dirigido de memoria toda la obra, oyéndola en su interior.
 La  gente se abraza, agita pañuelos, aplaude sigue coreando ,de pie,los versos de la Oda a la Alegría .  Beethoven los piensa y los reza, agradecido, pero aún henchido de orgullo: «Oh, Señor; he aquí mi música, la que todos admiran y aplauden aunque me desprecien»
Una  y otra vez sacude su augusta melena en parsimonioso saludo.
Muy pronto buscará la alegría “más allá de las estrellas”; ¿presentirá la trascendencia de su sinfonía de vida y  luz? ; ¿quién no  ha cantado alguna vez su mensaje feliz? : “Si es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala, hermano, más allá de las estrellas. Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol”.
La música del mínimo sueño brillante ha vencido a sus sombras; se ha escapado de su alma y ha despertado nuestra sonrisa.