miércoles, 16 de marzo de 2016

Mis musas están de parto



*Esta historia nace de un reto propuesto por "Literautas: Móntame una escena", un taller on line de España.
Hace casi un mes que Ascensor, Traidor y Diccionario zapatean en mi laptop*. Son los brotes de un engendro literario que mi inspiración no logra armonizar.
 Falta solamente una semana para que se cumpla el plazo: «Domarás a los tres o sucumbirás a la tentación de la historia ‘facilonga’»
He intentado de mil maneras combinarlos en un relato razonable y bello, que me serene el espíritu con la alegría del deber cumplido; pero no hay caso: sus ritmos biológicos los vuelven antagónicos.
Ascensor es hermético y rutinario; depende de sus botones y su marcha es  silenciosa y enguantada; si le pongo palabras sólo dice ‘zuuuum’, o “Segundo piso”, “Primer piso”. “Planta Baja”.  Diccionario, en cambio, es un gordo verborrágico al que sólo le cabe el dicho: no aclares tanto que oscureces.  Y Traidor… Traidor es el peor de todos; es un prototipo gelatinoso y malintencionado que busca hacerle la zancadilla a mis pobrecitas musas.
Por ahí apunta una idea: metaforizar al ascensor como imagen de nuestra vida y sus múltiples posibilidades de puertas abiertas en el trayecto; cómo cada uno puede ser traidor de sí mismo ignorando esas puertas que, tal vez, lo sacarían de la rutina; cómo cada quién se siente dueño de su diccionario  de gestos y situaciones  y a partir de él elabora su cosmovisión personal y se autoexcluye.                                                                                                                                                      Pero no sé; no me gusta demasiado; al final resultará aburrido.                                                                A ver; se me acaba de ocurrir otro: partir de una  revisión de la cámara oculta del ascensor ; ha habido un desperfecto y yo, el técnico, me río un buen rato con las tomas; la vecina del 5°B  se hace la desentendida y se apoya intensa y casi perversamente sobre el del 5°A, recientemente divorciado ; el del 4°C  abre un pequeño diccionario donde ha marcado palabras obscenas,  y mientras baja el ascensor, las susurra indiferente, como si estuviera masticando chicle;  el grupo de vecinos que coinciden  con él  se crispan ofendidos, o se ríen por lo bajo, según a quién le toque el compañero;  las hermanas solteronas del 3°B, vestidas de ‘sport adolescente’,  comentan indignadas cómo el  traidor  de Osvaldo le ha sido infiel a Melba, en el  Centro de Jubilados; a veces le dan –apenitas- un sorbo a sus respectivas botellitas de licor y las vuelven, sigilosas, a sus bolsos…
Ahora mis musas bullen entusiasmadas:  ¿Y qué pasa si un día coinciden las hermanas,  con el hombrecito del diccionario y la muchachita descarada? 
Vuelve el técnico a la cámara:
     ¿Oíste, Amelia?  No te des vuelta; seguramente nos está mirando
     ¡Ay, Erminda! Me parece que es el violador que persigue la policía.
     Somos dos; nos ayudaremos una a la otra.
     Hay que enfrentarlo ¿Quién primero?
     Yo soy la mayor. Por cierto ¿Qué ropa interior te has puesto?
Hay un segundo de tensión mientras el ascensor se detiene; sube la chica del 5°B, pelirroja, llena de rulos y con una minifalda increíble por lo cortita y estrecha;  el hombrecito silabea, absorto en el diccionario, al parecer.
     ¡Mirá, idiota; no te hagás el gil, que te oí perfectamente!— le grita de pronto la pelirroja— ¡Volvé  a abrir la boca y te hago detener en la guardia!
El hombre se sobresalta con los gritos. Muy nervioso, tartamudea… ¡en un idioma extraño! 
Ahora que lo pienso:   ¿Y si  no murmura groserías, sino que es noruego y está aprendiendo español?
De todos modos el audio del ascensor anuncia la planta baja y él huye medio despavorido en cuanto se abre la puerta.
Y bueno. Hasta aquí, en el ascensor. Tres cuartos del reto, cumplidos; y espero que  estén compensados con las veces que nombré a los tres rebeldes. Me quedo junto a mis amigos recién nacidos:
     Señorita, por favor; era un violador —dicen a ‘medio coro’ las hermanas—.  No hay que  provocarlo. También usted con esa ropa…
     ¡Viejas metiches! ¡Capaz que lo provocaban ustedes con las botellitas y con!… ¡Oooh, Luis!, ¡hola, Luis!— y corre hacia el vecino divorciado que va a llamar al ascensor.
Amelia y Erminda llegan a la vereda, muy agitadas, justo cuando  el hombre del diccionario sube a un taxi.
     ¡Madre mía! ¡Qué tiempos!— reflexiona Amelia.
     No hay seguridad ni respeto por los mayores— confirma Erminda.
Y esperan el colectivo para ir al centro a mirar vidrieras  antes de las sesiones de yoga y de crochet.
¡Oh, sorpresa! ¡He logrado combinarlos y ponerlos en “Móntame una escena”! Todo es cuestión de darles tiempo a las musas, sí señor.




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