*Esta historia nace de un reto propuesto por "Literautas: Móntame una escena", un taller on line de España.
Hace casi un mes que Ascensor, Traidor y Diccionario
zapatean en mi laptop*. Son los brotes
de un engendro literario que mi inspiración no logra armonizar.
Falta solamente
una semana para que se cumpla el plazo: «Domarás a los tres o sucumbirás a la
tentación de la historia ‘facilonga’»
He intentado de mil maneras combinarlos en un relato
razonable y bello, que me serene el espíritu con la alegría del deber cumplido;
pero no hay caso: sus ritmos biológicos los vuelven antagónicos.
Ascensor es hermético y rutinario; depende de sus botones y
su marcha es silenciosa y enguantada; si
le pongo palabras sólo dice ‘zuuuum’, o “Segundo piso”, “Primer piso”. “Planta
Baja”. Diccionario, en cambio, es un
gordo verborrágico al que sólo le cabe el dicho: no aclares tanto que
oscureces. Y Traidor… Traidor es el peor
de todos; es un prototipo gelatinoso y malintencionado que busca hacerle la
zancadilla a mis pobrecitas musas.
Por ahí apunta una idea: metaforizar
al ascensor como imagen de nuestra vida y sus múltiples posibilidades de
puertas abiertas en el trayecto; cómo cada uno puede ser traidor de sí mismo
ignorando esas puertas que, tal vez, lo sacarían de la rutina; cómo cada quién
se siente dueño de su diccionario de
gestos y situaciones y a partir de él
elabora su cosmovisión personal y se autoexcluye.
Pero no sé; no me gusta demasiado; al final resultará aburrido. A
ver; se me acaba de ocurrir otro: partir de una
revisión de la cámara oculta del ascensor ; ha habido un desperfecto y
yo, el técnico, me río un buen rato con las tomas; la vecina del 5°B se hace la desentendida y se apoya intensa y
casi perversamente sobre el del 5°A, recientemente divorciado ; el del 4°C abre un pequeño diccionario donde ha marcado
palabras obscenas, y mientras baja el
ascensor, las susurra indiferente, como si estuviera masticando chicle; el grupo de vecinos que coinciden con él se crispan ofendidos, o se ríen por lo bajo,
según a quién le toque el compañero; las
hermanas solteronas del 3°B, vestidas de ‘sport adolescente’, comentan indignadas cómo el traidor
de Osvaldo le ha sido infiel a Melba, en el Centro de Jubilados; a veces le dan
–apenitas- un sorbo a sus respectivas botellitas de licor y las vuelven,
sigilosas, a sus bolsos…
Ahora mis musas bullen entusiasmadas:
¿Y qué pasa si un día coinciden las hermanas, con el hombrecito del diccionario y la
muchachita descarada?
Vuelve el técnico a la cámara:
—
¿Oíste, Amelia? No te des vuelta; seguramente nos está mirando
—
¡Ay, Erminda! Me parece que es el violador que
persigue la policía.
—
Somos dos; nos ayudaremos una a la otra.
—
Hay que enfrentarlo ¿Quién primero?
—
Yo soy la mayor. Por cierto ¿Qué ropa interior
te has puesto?
Hay un segundo de tensión mientras el
ascensor se detiene; sube la chica del 5°B, pelirroja, llena de rulos y con una
minifalda increíble por lo cortita y estrecha; el hombrecito silabea, absorto en el
diccionario, al parecer.
—
¡Mirá, idiota; no te hagás el gil, que te oí
perfectamente!— le grita de pronto la pelirroja— ¡Volvé a abrir la boca y te hago detener en la
guardia!
El hombre se sobresalta con los gritos. Muy nervioso, tartamudea… ¡en
un idioma extraño!
Ahora que lo pienso: ¿Y si
no murmura groserías, sino que es noruego y está aprendiendo español?
De todos modos el audio del ascensor
anuncia la planta baja y él huye medio despavorido en cuanto se abre la puerta.
Y bueno. Hasta aquí, en el ascensor. Tres
cuartos del reto, cumplidos; y espero que
estén compensados con las veces que nombré a los tres rebeldes. Me quedo
junto a mis amigos recién nacidos:
—
Señorita, por favor; era un violador —dicen a
‘medio coro’ las hermanas—. No hay
que provocarlo. También usted con esa
ropa…
—
¡Viejas metiches! ¡Capaz que lo provocaban
ustedes con las botellitas y con!… ¡Oooh, Luis!, ¡hola, Luis!— y corre hacia el
vecino divorciado que va a llamar al ascensor.
Amelia y Erminda llegan a la vereda, muy
agitadas, justo cuando el hombre del
diccionario sube a un taxi.
—
¡Madre mía! ¡Qué tiempos!— reflexiona Amelia.
—
No hay seguridad ni respeto por los mayores—
confirma Erminda.
Y esperan el colectivo para ir al centro
a mirar vidrieras antes de las sesiones de
yoga y de crochet.
¡Oh, sorpresa! ¡He logrado combinarlos y ponerlos en “Móntame una escena”!
Todo es cuestión de darles tiempo a las musas, sí señor.
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