La vida se compone de luces y sombras. No hay rosas sin
espinas. Una de cal, una de arena, etcétera, etcétera.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
¿Quién no se ha consolado alguna vez con estos axiomas?
¡Para qué entrar en detalles! Aunque sobran las tragedias, la solidaridad y la resiliencia no se rinden. El alma resucita y tiende las manos para dar todo lo bueno que descubre en su propio dolor.
Y entonces florece la sonrisa.
Pequeñas luces y
sombras nos marcan la vida cotidiana. Algunos viven tan intensamente el
contraste, que su energía trasciende tiempos y espacios, y hace la historia del
mundo.
Esta noche Ludwig sueña una gran tormenta en la
pradera; en medio del estruendo, desde
la ventana, él ve a un jilguero; el
pájaro salta para esquivar el granizo
que lo azota; pero picotea y se va tragando las piedras heladas. A cada uno
de estos ‘bocados’ sigue una escala de trinos, cada vez más fuerte y
compleja; de pronto, el chico reconoce la melodía de su rondó y aparece en
el lugar del jilguero; también se traga las piedras y canta a viva voz. La
tormenta está amainando: sus ecos salen
ahora de la garganta del niño- pájaro. Él se escucha fascinado; ora niño, ora
trueno, ora orquesta.
Es medianoche y una sombra interfiere en el resplandor de la
chimenea, en el cuarto del niño dormido.—¡Arriba, arriba! ¡Es importante que te
escuchen, holgazán! — gritó el padre. Y
arreció con los sacudones para despabilar a la criatura.
Abajo, en la salita, la madre servía unas
copas a los dos visitantes; eran gente rica y poderosa; su marido los había arrastrado a su casa
desde el Casino; había apostado a favor del talento de su hijo.
—¡Qué amabilidad la vuestra, señores, al
interesaros por el pequeño! ¡Quiera Dios que no esté demasiado dormido y os
honre con sus melodías! ¡Su música es un don luminoso del Señor!
Estaba abriendo el piano, cuando
Ludwig y su padre bajaron por la
escalera. El chiquito, despeinado y
encogido, en bata y zapatillas; Johann, el padre, tambaleante por la
ansiedad y por el alcohol.
—Es maravilloso cómo improvisa al piano; su técnica los dejará pasmados — afirmó casi
gritando—. ¡Y sólo tiene cinco años! Ya
lo escucharán ustedes. ¡Esto se logra
con disciplina, señores, con disciplina!
Los caballeros sonrieron y menearon las
cabezas, acariciando la del niño; él hizo la reverencia que correspondía y fue
al piano.
Silencio… Las manitas en alto… Y, de
pronto, desde el Re Mayor, un alegre rondó se desplegó cantando por la sala,
iluminando la escena; su vuelo vibrante y seguro no duró ni quince minutos;
pero recorrió un universo de emociones y momentos llenos de vida; y se replegó,
exhausto, en los dos acordes finales.
Estallaron los aplausos; los visitantes, de
pie, abrazaron emocionados al pequeño, mientras la madre le tendía los brazos,
llorando de orgullo y tristeza.
—No bosteces, muchacho— lo increpó
Johann. Y se dirigió otra vez a las
visitas: —¡¡Así es, es señores, disciplina, disciplina!! ¿Oiréis otra composición? ¿Algo en violín o
clarinete? ¡Ludwig, tráelos!
—¡Oh, no, caballero. Es hora de que
vosotros y el niño descanséis. Tened por seguro que actuará en la Corte en la próxima quincena; y que ya no nos
debéis ni una moneda. Buenas noches.
A la mañana siguiente, la calesa
está esperando. Ludwig lleva su maleta.
Su piano , y los otros
instrumentos que domina.lo esperarán en la casa. ¡Hay tantos, y tan espléndidos en la Corte!
—
Adiós, hijo querido—saluda la mamá; y lo besa otra
vez.—
Recuerda tu sueño: no odies nada de lo que te da la vida; tampoco te lo
guardes: de todo lo que te pase, Dios amasará tu hermosa música— Y le entrega una bolsita de
panecillos fragantes.
—
Suelta ya al chico, Magdalena. No lo detengas
más—gruñe fastidiado, mientras lo tironea. —Y tú, a trabajar para que te
proteja el duque y seas importante. Obedece, obedece, obedece. Y no me olvides:
que si yo te hubiera dejado andar por las calles, pateando botellas con los
otros chicos, no serías el Beethoven que
asombrará al mundo… Ja, ja, ja…Y que nos dará de comer.
El pequeño jilguero sube a la calesa. Los señores de la otra
noche lo escoltan, y se sirven de los
panecillos
¡Si supieran que el
pequeño rondó volará hasta hoy por el mundo! ¡Que nada enjaulará su talento!
¡Que crecerá en sonatas y sinfonías hechas de su soledad, de sus dolores y de
sus demonios más intensos!
2- —Escuchadme,
Beethoven— dice muy seriamente el Príncipe Elector; —El Director se queja de
vuestra obstinación; lleváis ya diez años entre nosotros y seguís insistiendo
en desobedecerle, discutirle, introducir variaciones,
—¿No os gusta mi música, señor? ¿No me
pedís a diario que haga música para vuestra familia? Entonces, ¿por qué os
preocupáis por este hombre presuntuoso?
—No seáis insolente, Ludwig. Os he dado
muchas pruebas de afecto y reconocimiento. Pero es menester que seais humilde,
aunque sea por respeto a nuestra dignidad. Y para conservar vuestro empleo;
vuestros padres han muerto y no hay quien vele por vos.
—Perdonad, alteza; vuestra dignidad viene
de los hombres; mi talento viene de Dios; no soy vuestro siervo; soy un
testimonio del amor que Dios os tiene. Yo soy un hombre libre e inteligente y
sé cuál es mi valor. No me faltará quien ame mi música y me sostenga.
La cara del Príncipe enrojece; refleja su
lucha entre la ira y la admiración por la audacia del jovencito. De pronto,
sonríe; retuerce sus bigotazos canosos y le dice:
—No sé por qué; pero algo me indica que
sois capaz de volar solo, entre los grandes. Os propongo dejar la orquesta de
mi palacio, e ir a Viena, a la corte del
Archiduque; él está interesado en ser vuestro Mecenas; podréis componer con buenos maestros, y frecuentaréis gente que apoyará vuestra obra.
¿Estáis de acuerdo?
—Sí, señor;
os lo agradezco; sé que entendéis
mis ansias de crecer y de ser reconocido. Partiré en cuanto me deis aviso.
Pasan más de veinte años. La vida sigue:
melodías y golpes; aplausos y miseria; amores y desilusiones; muchedumbres y
soledad.
Es un día de primavera. Hoy, Ludwig pasea
por el parque. Va cantando a voz en cuello su placer por la naturaleza y su
dignidad de artista; por debajo de su
sombrero aparece una trompetilla:
.«Y bien, Dios; me estoy quedando sordo. Sordo
y cada vez más solo. Pero no me estás faltando: la música resuena en mi cabeza
y en mi corazón; puedo vivir a mi gusto: nadie me apremia; puedo trabajar y
gozar mi obra, sin que las rutinas sociales me envenenen».
Desmelenado, casi un mendigo, flotando en
su nube de melodías, avanza entre los jardines. «Prefiero lo árboles a la gente», se dirá mañana, cuando transcriba “La
Pastoral”.
—Miradlo; está loco; l—sentencian los
transeúntes; pero lo saludan como a un caballero —¡Buenos días, Herr Beethoven!
¡Mis respetos, Herr Beethoven!
Suben y bajan los sombreros, Esa
noche se arraciman a la puerta del teatro para escuchar y aplaudir
su música.
Algunas noches después, tiene una visita muy especial; tanto, que se ha comprado una nueva chaqueta y ordenado su melena. Pero está pensando si valió la pena; ni él ni Teresa tienen frío, y están muy despeinados: —¡Estoy tan agradecida por vuestro regalo, Ludwig! ¡Esta Bagatela es tan hermosa! —Teresa se abandona a su abrazo, dulce y coqueta.— No importa que os hayáis confundido con el nombre: “Para Elisa”; cambio mi nombre con gusto, por ser dueña de una obra vuestra, que mil mujeres codiciarían.
—Os amo, Teresa. Quiero vuestra piel y vuestra boca para el
resto de mis días. Quiero vuestra alma para que sea mi mejor sinfonía. Pediré
vuestra mano.
—Oh, Ludwig. Vuestra
música sin par no disimula vuestros orígenes…ni vuestro terrible carácter
—
Teresa sacude sus rizos dorados, y restriega sus piernas regordetas en los
almohadones del canapé— Amémonos,
pero no habléis de matrimonio; sabéis que estoy prometida. Sólo llenadme de
música y besos y seamos felices.
La lámpara de la mesa de noche se estrella contra el piso:
“Oíd, estúpida, oíd mi música”—grita furioso, y Beethoven patalea rumbo al piano, pisoteando
cristales; no los siente, aunque va descalzo.. “No valéis ni una corchea de
esta sonata”. Y los acordes golpean y destrozan los vidrios de la ventana; y se
revuelcan por el piso junto con las
partituras, mientras Teresa huye, despavorida, en medio de la noche.
No importa; Ludwig tiene a la música, su amada, su espejo
interior.
Dos horas después, sigue improvisando, tarareando,
rezongando y anotando su quincuagésima octava maravilla. Tiene
todos los matices de su locura de amor y
desprecio. Se llamará “Patética”. ¿O
quizás “Appasionatta”?
Desahogada la ira,
despierta ahora un preludio soñoliento y tenso, insidioso y suspenso que crece
y devela las sombras; es como la luna llena por encima de los pinos. Y
Beethoven abre la ventana para que
Teresa suspire por él, en su
“Claro de Luna”. Ya pasó todo; la desilusión se hizo ritmo y
poesía
« Esta es mi vida, mi síntesis, mi
Novena Sinfonía» se dice Beethoven, mientras su batuta
salta, impetuosa, de uno a otro ángulo de la orquesta.
—¡Presto, presto! ¡Fortíssimo! ¡Violento,
señores músicos!— dicen sus manos y su cabeza. «¡Padre, aquí apareces ; tan
rígido conmigo y tan tolerante con tus debilidades… ¿Qué buscabas, en realidad?
¿Me amabas, de alguna manera? »
—Adagio. Tensión, señores músicos.
Expresivo. Ligado. « Como mis dudas, mis
miedos, mis esperas. Como me acercaba a vosotros, y no terminaba de encontraros»
—Soltad un poco el “sfforzato”, ahora. «Viene
mi madre: viene su compañía siempre tensa, pero luminosa»
—“Allegro”, señores músicos. “Crescendo”.
Asomando el tema central. “Crescendo”.
Otra vez “diminuendo”, “diminuendo”;
aquietándose… y cayendo en tenso
“pianíssimo”. «Aquí escuchas, madre, mis pobres momentos despreocupados y
felices; mis enojos descontrolados y mis desengaños; mis triunfos amargos
y mis soledades. Luz y sombra; sinfonía
de mi vida».
—Atentos, cuerdas y coro; es el Final. «Así
fui subiendo hacia ti, Alegría de la Vida. Te fui descubriendo en mis
dolores; no odié; fui libre y transformé
cada momento en una pincelada de Música»
La orquesta y el Coro van copiando, trepidantes, gloriosas,
las escalas que señala la batuta; las súbitas cataratas de luz y sonido con las
que Beethoven dibuja el rumbo hacia la cima divina de la vida: el encuentro de
hermanos diversos que se aceptan y se abrazan.
—”Presto”, “Prestíssimo”, “Forte”, “Fortíssimo”. El volumen de
la sinfonía es demasiado intenso, tan extraño como Ludwig en la coqueta
sociedad de su tiempo..
— ¡Acordes finales! ¡Vibrantes! ¡Largos!... Final «La batuta reposa, como el pequeño
jilguero de la infancia».
El primer violín de la orquesta hace girar a
Ludwig Van Beethoven hacia el público. Él está sordo; no escucha los aplausos
delirantes; ha compuesto y dirigido de memoria toda la obra, oyéndola en su
interior.
La gente se abraza, agita pañuelos, aplaude
sigue coreando ,de pie,los versos de la Oda a la Alegría . Beethoven los piensa
y los reza, agradecido, pero aún henchido de orgullo: «Oh, Señor; he aquí mi
música, la que todos admiran y aplauden aunque me desprecien»
Una
y otra vez sacude su augusta melena en parsimonioso saludo.
Muy pronto buscará la alegría “más allá de
las estrellas”; ¿presentirá la trascendencia de su sinfonía de vida y luz? ; ¿quién no ha cantado alguna vez su mensaje feliz? : “Si
es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala, hermano, más allá de
las estrellas. Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol”.
La música del mínimo sueño brillante ha
vencido a sus sombras; se ha escapado de su alma y ha despertado nuestra
sonrisa.
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