El momento preciso
El anciano encontró la llave en el punto exacto; lo supo cuando vio el cadáver del árbol centenario, erguido en medio del desierto. No era una visión estimulante; auguraba dolor y muerte.
El anciano sintió un ligero escalofrío: la duda y el miedo luchaban en su corazón, contra la sabiduría ancestral: “El destino está trazado desde la eternidad; pero lo vamos construyendo día a día. De ti depende encontrar la llave cuando llegue la hora final.”
Respiró
hondo y aceptó el apoyo del árbol; unos segundos, y sus sombras coincidieron
sobre una extraña piedra plana, solitaria y enorme; había llegado el
momento. Si titubeaba correrían los
segundos, la piedra mutaría en un charco pestilente y voraz, y la llave
no sería suya.
Seguro de la voz de su corazón, alzó la roca;
la sintió liviana, como si fuera un haz de hierba seca que se desparramaba en
la brisa. Ahí, delante de sus ojos brilló la llave del Paraíso Original: el
mítico Jardín de la Inocencia. El anciano la sostuvo entre sus manos; vio su
historia reflejada en ese espejo y sonrió feliz.
Unas manos desconocidas le cerraron los ojos y
cubrieron con la sábana su cuerpo gastado, mientras él se marchaba con el sol
para vivir su eternidad.
*******
La hora del amor
El anciano encontró la llave en alguna de las tantas vueltas
de su vida. Así se lo explicó a su mujer el sexto día consecutivo de llovizna,
a los cuarenta y ocho años de matrimonio. Elisa y Rubén sorteaban el fastidio
en una nube de vapor de eucalipto, ‘con buen humor y mucho amor’.
Rubén hacía “zapping” en la tele, en su biblioteca y en los
álbumes de fotos. Elisa inventariaba los armarios, tarareaba canciones viejas y
jugaba con sus bonitos recuerdos.
Rubén se detuvo, de
pronto, en las fotos de una fiesta: la
despedida a Cecilia, una ingeniera de la Facultad. «Preciosa. Inteligente. Alegre… ¡Cuánto
coqueteo en oficinas y pasillos!... La
fiesta de celebración y despedida por su beca…»
—¿Te acordás de esta chaqueta?— Elisa entró y se sentó a su lado— ¡Qué bien te quedaba!¡Ocho
talles menos, viejito; ja , ja, ja!
—Ah, sí. ‘El traje de ceremonias’; ja, ja, ja… Justo estaba mirando fotos de la
Facultad… Otra vida…
—¡Ahí estás con la chaqueta! Señor
Decano… ¡Qué elegante es usted! … Esa chica es la que se fue a Alemania, ¿no?... 1970… Nacimiento de Ana… —Sacudió la
chaqueta. Algo tintineó en el piso. —Una llave… No es de casa. ¿De dónde sería?
—¿A ver? … No… «La sensualidad de su cuerpo, mientras bailábamos. La mano de Cecilia dejando su llave en el bolsillo de mi chaqueta: “Profe, te
espero”. Y vos, Elisa, en casa, embarazada y malhumorada…»
—¡Eh! ¿Estás aquí? Te preguntaba
de dónde sería la llave.
—No sé. No me acuerdo... «Y conste que no fui; me volví a casa.» —De alguna de las vueltas
de mi vida, señora; ¡qué se yo dónde la encontré! Guardala con la chaqueta, no
más.
—Pensaba donarla a Cáritas…
—Bueno. Tirá la llave, entonces. ¿Te cebo unos mates?
—Dale. Dame un beso, también. Te amo.
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