Esta soy
yo, a los ocho o nueve años, acompañando a mi tía, LA MODISTA, a “La Moda” la
mercería en donde se nutrían mis cuentos de hadas.
—Buenos días, señorita Segunda—saluda con voz
untuosa y varonil, el señor Pérez, dueño de la mercería (y del corazón de mi
tía, según las malas lenguas…)
—Hola, nena.
—Bebita, contestale al señor… ¡Ay, esta
chiquita!
Pero yo ya
no era Bebita. Era una loca soñadora perdida. Me extasiaban las paredes llenas
de botones, y mis fantasías caminaban por esos caminitos de hueso o de nácar,
(o de oro y plata… ¿por qué no?) ...Era como un sendero misterioso… luminoso.
Revoloteaba
como una mariposa, de unos a otros botones, que, para entonces, ya eran como
flores en el campo. Y me posaba en la puerta de la vitrina donde lucían las
muestras de cintas, puntillas y elásticos: rositas rococó, zig—zags
multicolores, bebé, cinta patria, fayetina, raso… Rosa y celeste, nena o varón, broderie, casamiento, primera comunión, los quince…
A mi
alrededor, seguiría la bulla de los “buenos días, señora”, “cómo está, don
Pérez”, “hola, Segu”, “estas cintas son muy caras, don Pérez…”
Yo ya no
era mariposa. Era un ratoncito que asomaba el hocico entre las perchas de
pañuelos de colores y estolas de seda… Y de pronto, ya no ratoncito, sino
princesa encantada, envuelta en ese torbellino de elegancia fresca.
Y, de
pronto, mi propia inspiración: “esta
cinta cordonét blanca y este hilo de bordar, amarillo huevo”…
—Tía… Mirá
qué bonito para bordar margaritas en una pollera azul.
—Qué buen
gusto, nena—comenta don Pérez.
—10 metros
de cordoné, 10 madejitas de hilo amarillo…
Y ese
otoño, mis cuatro hermanas y yo, estrenamos las preciosas polleras…
Homenaje
a mi tía, Segunda Pereira Calvo,
la modista afamada de nuestro pueblo…
La mano derecha de nuestra mamá…
y el
hada buena de nuestros sueños.
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