Blog para recopilar y compartir mis escritos, fragmentos de lecturas que me han impactado y algunas informaciones útiles para escritores
jueves, 7 de junio de 2018
viernes, 1 de junio de 2018
SÓCRATES
El padre lo bautizó Sócrates, porque el chico era rápido
para entender y explicar cosas; una rústica familia de labriegos analfabetos,
los Sosa. Él no fue brillante en la escuela, pero siempre se lucía como
zapateador y caballero colonial en las fiestas patrias
Cuando se quedó solo, aunque no era demasiado leído ni
avispado, fue sacando adelante su campito: una hectárea de pastos y
frutales, bien trabajada y
rendidora; algunas cabras y un par de
caballos; un buen partido.
También se amañó para farrear y enamorar “chinitas”, y
escabullirse de las madres; con los padres no había problema: eran
desconocidos, o compinches de cualquier otro masculino cercano.
Las “chinitas” lo perseguían. Y él se dejaba querer, sin más
compromiso que acompañarlas como bailarín en las fiestas de la escuela, algún
beso robado, o un piropo al paso. Sacaba cuentas de tiempo libre, gustos y
gastos; se daba los primeros, y evitaba los segundos. Nada de regalos caros por más que fuera el
cumpleaños, o la Fiesta Patronal. Ya se sabe, las mujeres abundan y los hombres
escasean, como en todas partes. ¡Para qué encadenarse si tenía buena estampa y
estaba siempre listo y satisfecho!
A la Etelvina le tenía ganas;
le gustaba vestirse lindo y andar perfumada para las fiestas. Como había
heredado animales y casa y se manejaba sola con el campito, no le andaba
rogando La Etelvina era vivísima y
sabía esperar: algún día…Pero, mientras tanto, le aceptaba bailes y mimos.
Así es que Sócrates Sosa se estaba haciendo viejo y seguía
solito y sin apuro.
Bastante cuarentón, se volvía cada día “más o más”; dependía
de lo sobrio que estuviera: más atrevido y piropeador, si “no”; o más huraño y negativo, si “sí”.
Una siesta de otoño, en uno de los días “sí”, estaba sentado tomando unos mates Y entró a pensar
en su vida; y sintió cosquillas en
la cabeza y en la barriga. ¡Ave María Purísima! ¡Estaba deseando y pesando a la
vez! ¡La cabeza y el corazón trabajaban juntos!
Se le prendió la lamparita de los sueños: Una noche de invierno,
bien abrazadito a “la Etelvina”; una tarde de otoño, un paseo a caballo con la
china abrazada a la cintura, sintiendo las pataditas del chico por nacer. Le
latió el corazón y se le pintó una sonrisa.
«¡Pucha! Me gustaría tener una mujer linda, para mí solo, y un hijo, o
dos».
¿Será que era su día de suerte?
Como si la hubiera conjurado, vio a la Etelvina que venía pastoreando unas
cabras.
Linda, linda, no era; por algo estaba sola a los “treintaytantos”.
Pero sí, coquetona y decidida. Zonza, tampoco; el campito de Sócrates era
rendidor, y el rancho, grande y limpio.
—Buenas, Etelvina. ¡Cómo está la primavera, que hasta las flores
andan!
—¡Qué primavera, si es junio! ¡Ya está por caer la helada!
—¿Vos decís? ¿No tendrás frío a la noche, tan solita?
—¡Tan preguntón! ¡ Cosa mía, supongo! ¡Vos también sos solo!
Pestañeó. Se arregló la trenza
— Es tarde...Me voy.
Ayudame a guardar las cabras, si querés.
—Y me quedo con vos, ¿ah? Nos cuidemos juntos. — Y tentó un avance a
la blusa colorada y al poncho bordado de flores.
— ¿Quién te ha dado confianza para que me andés tanteando? Quedate
solo, no más. Ya te veo las intenciones. Mirá que yo soy cristiana y no me
“acollaro”; “casorio”, o nada. — Y empezó a irse seguida de las cabras.
¡Se iba!... El corazón de Sócrates le hizo saltar las barricadas, alcanzar el último cabrito y arrastrar las alpargatas a su ritmo. Casi oía tintinear sus principios: libertad y bienestar. ¿O le tintineaban las monedas que tendría que gastar a partir del “Sí” de la Etelvina?
domingo, 27 de mayo de 2018
EN LA QUINTA ESQUINA
“La Quinta Esquina”, se llamaba la zona de
calles en diagonal; y también el bodegón. Todas las noches los tahúres se
sentaban alrededor de una mesa pentagonal; los lugares estaban numerados, del uno al
cinco El dueño, el anotador se ubicaba
siempre en la quinta esquina, cerca de
la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de
los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono. En el número uno, Julieta, la preciosa
bailarina treintañera, brillante de lentejuelas, acompañaba la ronda, sentada
sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran
“pelarlo”.
Esta vez, el tipo estaba de suerte; ganaba puntualmente. Y Julieta parecía extrañamente modosa;
disfrutaba, coqueteaba, pero no le
arruinaba los juegos. Entonces, Pablo Flores dejó la mesa y se fue a dar una vuelta.
Cerca de la medianoche, las
luces amarillentas del bodegón
pintaban el tronco de un paraíso
y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en
tinieblas. Pero la música estridente
alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo volvió a entrar y se sumergió en el bullicio de “La
Quinta Esquina”. Quedó extático; no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el
piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en
un charco de bebidas, flotaba un
revoltijo de dados y ceniceros llenos. La bailarina yacía retorcida y ensangrentada
sobre una alfombra de vasos y botellas en añicos. Las manos rígidas hablaban del espanto; la derecha, empinada sobre la
muñeca, como frenándolo; la izquierda, crispada sobre un bollo negro; de la
mugre del suelo, sin duda.
No se espantó por los ojos
desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas
lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional
de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la
escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su
tremenda barriga no le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la comisaría»
pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro; se sentó y se puso a mirar el
cadáver de la chica.
Varias veces habían estado
juntos, por las tardes, en cualquier albergue
próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico
de jubilado, no colmaban las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir
clientes para un barcito, en un barrio apartado. Ahora que tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo
había venido a buscarla; pero ya era
tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó
la calva. Aunque el bolsillo estuviera
más próspero, él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
« Después de todo»
caviló «ella
volvería a irse».
No entendía el por qué de
esa incomodidad creciente….en el pie… en la cabeza…Con esfuerzo levantó un vaso
roto que le estaba punzando bajo la
zapatilla. Algo le molestaba también en la calva, o debajo de ella, o a causa
de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que afloraba en su cabeza agotada. Apoyó el codo en la quinta esquina de la mesa.
Alguna vez había estado… cuando se fue…
¿anotando?… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?
Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano de Julieta se crispaba, en realidad, sobre su ausente peluquín.
Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano de Julieta se crispaba, en realidad, sobre su ausente peluquín.
En ese instante
se le encendió una ola inmensa de
recuerdos; se había ido, borracho y
furioso porque el de la primera esquina toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía
ganando. Furioso porque ella lo
disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el
vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las
carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró
y la tironeó hacia el vaso que acababa
de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.
Una sirena aullante acompañó la frenada
del auto policial.
Antes de que lo alcanzaran, Pablo hundió violentamente el trozo de vidrio
en su propio cuello.
sábado, 26 de mayo de 2018
El Choque
Cada año, el Día de Reyes, la
procesión del Candombe salía a las calles del Buenos Aires virreinal.
Varias crónicas recogen la copla dominante:
“ Celebran el seis de enero/ el día
de San Balthazar/,
el Santo más candombero/que se
pueda imaginar”.
Aunque se alertaba desde los
púlpitos sobre el origen pagano del festejo, los blancos asistían al
espectáculo desde veredas y balcones. No
faltaban los frailes que dirigían el Rosario y las beatas que pasaban el
cepillo de la limosna.
Desde el cielo gris, la tormenta
urgía a la concurrencia. Pero el Poderoso Olorún sujetaba las nubes amenazantes; así complacía el ruego ancestral.
Cientos de africanos y criollos, puros o mulatos, viboreaban al son de panderetas, collares de vainas secas, o cualquier trasto resonante; y entre las coplas en castellano, se filtraban las plegarias bantú, las preces de hechizos y bendiciones y los requiebros sensuales y obscenos. Los tambores guiaban a cada Cofradía. Con estandartes rústicos y colorinches se identificaban las distintas barriadas y sus santos cristianos protectores. Dioses amasijados en el sincretismo que aseguraba la supervivencia…
Cientos de africanos y criollos, puros o mulatos, viboreaban al son de panderetas, collares de vainas secas, o cualquier trasto resonante; y entre las coplas en castellano, se filtraban las plegarias bantú, las preces de hechizos y bendiciones y los requiebros sensuales y obscenos. Los tambores guiaban a cada Cofradía. Con estandartes rústicos y colorinches se identificaban las distintas barriadas y sus santos cristianos protectores. Dioses amasijados en el sincretismo que aseguraba la supervivencia…
El negro Balthazar inauguraba el desfile. Lucía
joven, vibrante y fuerte con su ropa de esclavo: camisa y pantalón blanco, pies
descalzos.
Los suyos lo habían reconocido
como el elegido de Olorún por su maestría innata con el tambor y su don de
gentes. Y por algo como un halo invisible: aquella chispa ladina y
fosforescente en sus ojos negrísimos.
Desde sus brazos, el instrumento traducía las voces del espíritu: ora, un lánguido rumor adormilado y sensual, de fatalismo; ora un estrepitoso despertar de orgullo; y siempre, como un entramado poderoso, el redoble, el corazón de los dioses. Emanaba una sabiduría superior, que rebajaba la soberbia de los amos.
Desde sus brazos, el instrumento traducía las voces del espíritu: ora, un lánguido rumor adormilado y sensual, de fatalismo; ora un estrepitoso despertar de orgullo; y siempre, como un entramado poderoso, el redoble, el corazón de los dioses. Emanaba una sabiduría superior, que rebajaba la soberbia de los amos.
Aquellos ojos especiales permanecían fijos en el horizonte del puerto; tal vez en la evocación de su tierra y de su viaje
de esclavo.
De pronto, giraron apenas hacia
la izquierda.
De una de las iglesias salió una
procesión: un acólito con incensario y otro con un Crucifijo de largo pie, precedían a cuatro sacerdotes viejísimos;
ellos sostenían sobre los hombros temblorosos un altar portátil de la Dolorosa,
con sus manitas orantes y su corazón ensangrentado. Detrás de los ancianos, un
grupo de niños vestidos de angelitos cantaba “Perdón, Señor”, “Líbranos del Maligno”.
El redoble magistral del tambor
cambió a un ostinato bronco, amenazante; se alteró la marcha de la serpiente multicolor;
el paso vibrante se volvió aleteo sigiloso.
Entonces, Balthazar sacudió las
baquetas en el aire. Silencio tembloroso. Hubo un estallido atronador, y el rayo estrepitoso se desprendió del cielo
amenazante. En medio de alaridos de
terror la gente se arrodillaba y se
persignaba. Los chiquillos y los
viejitos corrieron espantados al templo, y la buena María alcanzó a ser
atrapada entre el aire y los adoquines por dos creyentes próximos: uno blanco y
uno negro.
Y la tormenta siguió extática sobre la muchedumbre. Ni una sola gota. Ni un relámpago más. Ni un leve brisa.
Y la tormenta siguió extática sobre la muchedumbre. Ni una sola gota. Ni un relámpago más. Ni un leve brisa.
El candombe reinició la marcha. Balthazar brillaba impasible, majestuoso y eficiente.
Detrás, las carcajadas desvergonzadas sacudían el cielo expectante.
Detrás, las carcajadas desvergonzadas sacudían el cielo expectante.
domingo, 22 de abril de 2018
ATORMENTADA
Se alzan las murallas de la injusticia, del rencor y del
recelo y nos cortan el paso hacia el
azul que ni siquiera podemos adivinar. Amontonan pesadas cataratas, diluvios de
venganzas. Hijas de las mismas olas
sobre las que se yerguen. Hijas del
egoísmo y de los miedos. ¡Tanto llanto
latente y silenciado! ¡Tanta furia amordazada! Hace mucho que taparon el sol; alrededor y por encima de ellas, todo es lóbrego.
Pero desde abajo, desde lo íntimo, desde la cueva en la que
se refugia el alma, un reflejo pálido habla de… ¿rebeldía y esperanza? Y va trepando por la ladera, sueño asustado,
pero valiente.
¿Cuánto falta para que pueda liberarse? ¿Cuánto para que
arraigue en cicatrices sanas? ¿Cuánto para que llueva, dulcemente sobre los
sueños rotos y caigan derruidas las murallas? Entonces se abrirá un horizonte azul
y renovado; y alzará su vuelo, asida a un barrilete.
Enlace: ATORMENTADA
miércoles, 18 de abril de 2018
DESAFÍO
"Un adolescente es una caja de sorpresas; tres primos adolescentes, son un cartucho de dinamita listo para estallar."
Glosario:
*Guaguas: bebés; niños pequeños.
*Churquis: vegetación rústica del monte serrano (garabatos, mistoles, piquillín, muña-muña,etc)
*Salamanca: cueva mítica donde Zupay (el Demonio) hace orgías con sus adeptos.
*Huayra: Viento.
* Pampero: Viento muy frío, de la zona central de Argentina.
Así piensan nuestros padres; por eso nos mandan al campo, a la estancia, para que detonemos al aire libre sin que nadie perezca en el evento.
Pero no hay garantías.
Pero no hay garantías.
¡A quién se
le ocurre, más que a los abuelos, traernos de vacaciones a Santiago del Estero y hacernos dormir la
siesta! Por suerte, los dos roncan a mil decibeles y hemos podido salir
sigilosos hasta la tranquera.
Anoche,
después del Rosario con la abuela, hubo cuentos de fogón, con los peones
más viejos…
«Pa’ que se asusten las guaguas*» comentaron los mayores, con risitas
socarronas y desafiantes.
- Guaguas… Je… ¡Somos “La banda de la
efe” (Felipe, Federico y Fernando… y feronomas) y esta será la hazaña gloriosa
de las vacaciones!
Después, se viene el rígido molde del Colegio
San Miguel, al que estamos destinados por la orgullosa tradición familiar.
Desde el
fondo de nuestra masculinidad arrancan blasfemias, chistes sucios, canciones
prohibidas. Todo a los gritos, para que repique lejos. Para que nos oiga el
diablo, y sepa que venimos a conocerlo, sin miedo a nada.
Arden las
piedras y los churquis* reverberan; y también nuestras cabezas; fugados por el
monte, lanzados a la búsqueda de la Salamanca y el Zupay*, no vamos a andar
pensando en sombrero y cantimplora.
Un silencio
poblado de siseos nos va envolviendo desde las sombras rústicas de los
mistoles. Desde el oeste asoman unos nubarrones premonitorios. A cada paso, se
nos apagan los gritos y los saltos y las carcajadas.
Somos un
trío silencioso y fatigado el que se encuentra, de pronto, ante la boca de la
cueva.
—
Debe
de ser esta; asomáte, Fede, a ver si ves algo.
—
¿Yo solo? ¿por
qué? Vos y el Fer, son machos como yo,
creo.
Precavido, Fernando está juntando piedras… por las dudas. Y hurga
el fondo del bolsillo. No; no trajo el rosario.
—Lo llamemos— propone Felipe—. Los tres juntos. Vamos… ¡Zupay!
¡Zupay!
Y, créase o no, desde adentro de la cueva empieza a salir una
polvareda sonora de farra y bailanta. Los árboles zarandean sus
ramas espinosas y crujientes. Zupay, una
silueta negra y retorcida, un garabato
más en el paisaje, baila entre fogonazos de tormenta. Le zapatea una chacarera a una mujer desnuda y
desmelenada.
Gritamos y aplaudimos
desaforados; y, como nunca y nunca jamás, desplegamos un abanico de puteadas
inimaginables.
Zupay y la mujer sacuden sus melenas. Ahora estamos bailando,
con las piernas enredadas en los pelos largos y grasientos; “patiatados”, nos van arrastrando hasta la
cueva: la Salamanca. Somos tres muñecos rígidos, fascinados por la
magia.
En el repique de mil guitarras ocultas, late el convite diabólico: “Basta ya de misas
y de caridades; fuera los prohibidos y las confesiones; nada de pesares, nada
de llorar; vivamos la vida, que no hay otra más”. En un ritmo frenético, la
danza se trepa sobre los semitonos más agudos. Ahogados de adrenalina, vivimos un terrible
tironeo entre el miedo y el coraje. Zupay se aproxima. ¡Ahí está: la cara
espantosa, los ojos ardientes, los dientes afilados, el aliento sulfuroso!
—¡Ay, Diosito! ¡Pésame, Dios mío!— balbucea Felipe. —¡San Miguel Arcángel, ruega
por nosotros!
Y
el Fer y yo, también; ¡porque estamos pecando!, ¡por Dios!, ¡somos unos Judas! …
Y
Dios nos perdona. Nos envuelve piadoso, en un remolino fresco del huayra*; nos libera, inánimes, sobre las piedras. Rugiendo, Zupay se encoje; la mujer se diluye. A lo lejos, en la niebla del desmayo, suenan
tambores…
—Mocosos
de mierda; se han “insolao” los muy pavotes—
grita el abuelo mientras se apea
de la mula. — Si no fuera por el pampero*, los encontramos secos.
Vino con los peones; nos dan sorbitos de agua y nos mojan la cabeza; y mientras nos montan atravesados, comentan bien convencidos: «¡Castigo’e Tata Dios! ¡No se juega con los espíritus!»
Vino con los peones; nos dan sorbitos de agua y nos mojan la cabeza; y mientras nos montan atravesados, comentan bien convencidos: «¡Castigo’e Tata Dios! ¡No se juega con los espíritus!»
Glosario:
*Guaguas: bebés; niños pequeños.
*Churquis: vegetación rústica del monte serrano (garabatos, mistoles, piquillín, muña-muña,etc)
*Salamanca: cueva mítica donde Zupay (el Demonio) hace orgías con sus adeptos.
*Huayra: Viento.
* Pampero: Viento muy frío, de la zona central de Argentina.
miércoles, 4 de abril de 2018
Filosofía de hormiga
Soy hormiga, tenaz y solamente hormiga…
Obrera soy, soy parte de un producto;
Apenas una tuerca
De la máquina productora de comida.
Recorro tus senderos florecidos.
Para ti, son belleza
Para mí, son caminos
De rutina y fatiga.
Enfilada en la senda
Yo no veo colores ni texturas;
El mandato ancestral sólo recae
Sobre el verde nutriente de tus plantas,
O sobre los sangrantes restos de algún pájaro
Vencido en el camino.
Si por casualidad me detuviera
Estaría perdida;
Solitaria y hambrienta ,
Me pisará el tacón de algún zapato
O me secará el sol del mediodía.
A lo mejor, durante mi agonía
Podría percibir un
aire de camelias
O el suave pétalo, caído como yo,
Y como yo, muriendo.
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