El Lápiz Mágico
I- Algunos de los mejores momentos de mi vida
transcurrieron en los Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes,
(Sierras de Córdoba). Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las
carpas para el grupo de sesenta chicos y
chicas; disfrutábamos de una sana amistad y
vivíamos en un sereno y organizado
régimen scout. Ya era un milagro un
campamento mixto, con un cura que no usaba sotana, nadaba entre todos
nosotros, y nos hablaba de un Dios que
nos quería libres y responsables. Reflexiones, fogones, caminatas y escaladas,
tardes de río… y “la espera del sol”.
La primera vez que participé
tenía catorce años. Y la emoción del
momento me sigue desde entonces, en cada recuerdo, en cada canción.
II- Acabamos
de llegar a la cima del cerro; “mochila al hombro, paso adelante, azul de
horizonte la mirada”, como dice una vieja canción campamentera; en realidad, “gris de horizonte la mirada”,
porque apenas comienza a aclarar.
Adormilados y friolentos,
mientras tomamos unos mates, avistamos la primera señal: una pincelada roja y naranja, una fogata vibrante contra el
cielo: el sol está apareciendo, y sube despacito por detrás del cerro; es un
lápiz mágico; los negros rincones de la noche se agrisan, se sonrojan y azulan; y despierta el verde en el suelo y
en la copa de los árboles; y junto a alguna flor sorprendida en el sueño,
colorada y vergonzosa, un colibrí centellea en el follaje.
El lápiz mágico engruesa su punta
y se vuelve pincel, brocha confiada y resuelta que llena de luz todo el
espacio. Y también se vuelve batuta de trinos, balidos, y campanas lejanas.
Por un instante vibramos
silenciosos ante la maravilla; después arrancan los “hurras” y las coplas; el lápiz mágico nos dibuja sonrisas y nos
cosquillea el corazón.
El capellán inicia la misa, una
de las primeras en castellano y con guitarras, después del Concilio; y todos cantamos, saltamos y aplaudimos.
Mañana volvemos a casa. Somos
poco más que niños, aunque algunos “nos pusimos de novios”, en el campamento.
Y somos los que, veinte años después, rotos
por el miedo y el odio, o desaparecidos,
o muertos, tratamos de salir de una página negra de nuestra historia.
III- Buscando
reencontrarme, anoche llegué otra vez a Los Gigantes; me alojo en un refugio de
montaña que ayudamos a construir en los campamentos.
Ya está aclarando. No he dormido bien; mi corazón sigue afligido
de incertidumbres, rencores y tristezas…
De pronto el lápiz mágico del sol se
cuela por un ventanuco y me acaricia los ojos hinchados y la cabeza afiebrada;
y me llama con voces de pájaros y de amigos lejanos; me invita, insistente, a tomar conciencia de mi propio milagro:
«Estás
viva. No hay noches eternas»
«Despierta;
mira, oye, descubre; confía; vive».
Me asomo a la puerta de la cabaña; y le lloro
a las montañas soleadas y a los recuerdos felices; y me siento acariciada por el aire limpio y
brillante…
Pasó la noche; no sé cuánto durará mi
profunda tristeza, pero ya la siento más liviana.
Con la olorosa presencia del mate
que acabo de preparar, me llega un párrafo leído en algún momento joven y
feliz:
“Pertenecemos a una eternidad
cuyos límites apenas intuimos. Somos puntos en el cuadro increíble de la
Creación; y Dios, el dibujante, traza,
ilumina y sombrea nuestros días con su maravilloso lápiz de amor: a veces,
palabras; otras, un rayo de sol. Confiemos. Cada segundo y cada átomo responden
a este trazo invisible y perfecto.»
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