Versión
ampliada de “El lápiz mágico” (En Literautas, nov. 2015)
I-
Algunos de los mejores momentos de mi vida transcurrieron en los
Campamentos de Jóvenes Cristianos, en Los Gigantes, (Sierras de Córdoba).
Comenzaban los años 60. Durante diez días se alzaban las carpas para el grupo
de cincuenta chicos y chicas;
disfrutábamos de una sana amistad y vivíamos en un sereno y organizado régimen
scout. Ya era un milagro un campamento
mixto, con un cura que no usaba sotana, nadaba entre todos nosotros, y nos hablaba de un Dios que nos quería
libres y responsables. Reflexiones,
fogones, caminatas y escaladas, tardes de río… y “la espera del sol”.
La primera vez que participé tenía
catorce años. Y la emoción del momento me sigue desde entonces, en cada
recuerdo, en cada canción.
II- Acabamos de llegar a la cima del
cerro; “mochila al hombro, paso adelante, azul de horizonte la mirada”, como
dice una vieja canción campamentera; en
realidad, “gris de horizonte la mirada”, porque apenas comienza a aclarar.
Adormilados y friolentos, mientras tomamos unos mates, avistamos la primera señal: una pincelada roja y naranja, una fogata vibrante contra el
cielo: el sol está apareciendo, y sube despacito por detrás del cerro; es un
lápiz mágico; los negros rincones de la noche
se agrisan, se sonrojan y azulan;
y despierta el verde en el suelo y en la copa de los árboles; y junto a alguna
flor sorprendida en el sueño, colorada y vergonzosa, un colibrí centellea en el
follaje.
El lápiz mágico engruesa su punta y se vuelve pincel, brocha confiada y
resuelta que llena de luz todo el espacio. Y también se vuelve batuta de
trinos, balidos, y campanas lejanas.
Por un instante vibramos silenciosos ante la maravilla; después arrancan
los “hurras” y las coplas; el lápiz
mágico nos dibuja sonrisas y nos cosquillea el corazón.
El capellán inicia la misa, una de las primeras en castellano y con
guitarras, después del Concilio; y todos
cantamos, saltamos y aplaudimos.
Los Gigantes es el reino del Lápiz Mágico. En un vertiginoso
sincretismo, iluminados como los cerros y los cielos, se aclara y ensancha
nuestra visión religiosa; Cristo, el Flaco, está en cada piedra, en cada
vertiente, en cada mate, en cada amigo.
Mañana volvemos a casa. Somos
poco más que niños, aunque algunos “nos pusimos de novios”, en el campamento.
«Somos la juventud que hará un mundo de amor y de
igualdad; somos los llamados a construir un espíritu de fraternidad», nos ha dicho El Flaco.
Somos los que, diez años después,
encabezamos Comunidades de Base para vivir una Iglesia de los Pobres, de
acuerdo con la Teología de la Liberación.
III - Y veinte años después, rotos por
el miedo y el odio, o desaparecidos, o
muertos, tratamos de salir de una página negra de nuestra historia.
¿En qué momento los Campamentos y
las Comunidades de Base pasaron a ser Células Subversivas?
En aquel tiempo, el tierno “Platero y yo” y el descabellado
“Reino del revés” se volvieron ponzoñosos agentes del caos y el desorden. Entonces, justicia y paz dejaron de ser
sinónimos de Evangelio, y se volvieron
señales de disolución social; entonces se vacunó al pueblo con una dosis de
miedo y se lo volvió delator; y entonces
murieron como moscas los desobedientes y soberbios que decían lo que pensaban;
entonces se quebraron las guitarras sobre los cuerpos acribillados o
desterrados de los que cantaban las ansias de libertad y justicia; entonces se
pisoteó a las familias a punto de florecer, para cortar el contagio; los padres
desaparecían y los hijos se robaban y disfrazaban.
Y los
corazones quedaron rayoneados de negro, de ira y dolor; apenas se veían los
trazos del lápiz mágico.
IV- A treinta años de la Misa del Alba,
llegué otra vez a Los Gigantes; busco reencontrarme; anoche me alojé en
un refugio de montaña que ayudamos a construir en los campamentos.
Ya está
aclarando. No he dormido bien; mi corazón sigue afligido
de incertidumbres, rencores y tristezas…
De pronto el
lápiz mágico del sol se cuela por un ventanuco y me acaricia los ojos hinchados
y la cabeza afiebrada; y me llama con voces de pájaros y de amigos lejanos; me invita, insistente, a tomar conciencia de mi propio milagro.
Me asomo a la puerta de la cabaña; y le lloro
a las montañas soleadas y a los recuerdos felices; y me siento acariciada por el aire limpio y
brillante…
«Estás viva. No hay noches eternas». Y pasan las horas, y corren mis lágrimas.
«Despierta; mira, oye, descubre; confía; vive». Y pasan las horas, y se deshacen mis rencores.
Pasó la noche; no sé cuánto
durará mi profunda tristeza, pero ya la
siento más liviana.
Con la olorosa presencia del mate que acabo de preparar, me llega un
párrafo leído en algún momento joven y feliz:
“Pertenecemos a una eternidad
cuyos límites apenas intuimos. Somos puntos en el cuadro increíble de la
Creación; y Dios, el dibujante, traza,
ilumina y sombrea nuestros días con su maravilloso lápiz de amor: a veces,
palabras; otras, un rayo de sol. Confiemos. Cada segundo y cada átomo responden
a este trazo invisible y perfecto.»
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