Todos los veranos llegaban los
carromatos; los gitanos armaban su campamento a la salida del pueblo, cerca del
arroyo. Dos grandes carpas
desteñidas.
Estaba prohibido acercarse; un muro de
prejuicios cortaba el paso: «Brujos» «Ladrones»
«Mentirosos y sucios» «Cuchilleros».
Desde la calle
se veía un montón de chicos medio desnudos que acarreaban baldes de agua; madres, con pañuelo a la cabeza, barre que te
barre; se oía la charla llena de gritos; viejas medio tullidas, llenas de
recuerdos y siempre mandonas; ruidos de hierros y martillos; olor a
traspiración y fritangas de pescado…
A la tarde, caía el muro: envueltas
en una nube de agua de colonia, las más bellas jovencitas que se pudiera soñar
iban desde el campamento a la plaza, acompañadas de algunas matronas jóvenes, a
ofrecer “la buenaventura”, coplas de algún poeta paisano y algunas danzas. La magia de los presagios y conjuros, y los
escotes descarados de las blusas,
derribaban las trabas sociales, y la clientela bullía.
Allí, Pedro conoció a Antonia; lo fascinó con sus remolinos; se le quedó prendida en los ojos. Desde
los tacones nacía el vaivén que subía hacia las caderas y los pechos
quinceañeros, y acariciaba sus pollerones coloridos. La acompañaba una gitanita flaca y desaliñada, ideal para
resaltar el brillo de la princesa.
Escuchó los «¡Ole, por la Antonia!...» Y por ahí: « Antonia, ¿cuándo es el
viaje?» «Mañana, después de la
fiesta».
Así supo el nombre, y también que no había mucho tiempo… ¿para qué?...
De
regreso, cuando acababan de pasar por su vereda, escuchó las carcajadas de dos
muchachotes:
—
Eh, gitanas!
Dígannos la buenaventura.
—
¡Vamos,
lindas! ¿Quieren vernos las manos?
—
¿Seguro
que las manos, nada más?
Avanzaban; Antonia se detuvo; la chiquita salió corriendo hacia el
campamento. La joven irguió la cabeza, y de
repente comenzó un siseante canturreo: “Permita Dios…” mientras iba girando y crecía su voz; “que
Jesucristo te mande una sarna perruna por mucho tiempo”; los enfrentó, con sus larguísimas uñas y con un
grito aullante: “que los diablos te lleven en cuerpo y alma al infierno”… Y
finalmente, escupió terribles carcajadas sobre los muchachos, congelados de
espanto…
—
¡Antonia, ya vamos!
Corriendo en medio de la calle, la
gitanita volvía con un gitano flaco, vestido de mameluco, sudoroso y engrasado.
Los bocones se replegaron como inocentes conejos; un gitano enojado es
demasiado temible.
La tomó de la mano y Antonia se fue. Y Pedro
la sintió ahora, prendida en el alma. «¡Valiente!¡Poderosa!¡Hermosa!»
Esa noche lo mantuvo despierto el
jaleo del campamento. Canciones,
aplausos, gritos; llamadas a los niños, voces de castañuelas y guitarras;
fuerte olor a comidas guisadas, a condimentos extraños. Todo entraba por su
ventana, todo era fiesta.
Imaginaba a Antonia en la rueda;
bailaría al son de las coplas, envuelta en el serpenteo de sus brazos llenos de
pulseras; y su enagua bordeada de puntillas estaría llamando al compañero, por
debajo de la falda voladora ¿verde?... ¿roja?...
Y en vez de maldiciones se estarían
musitando hechizos de amor: “Una rosa y un clavel, tan diferentes, somos los
dos… Dame tu corazón, quema mi alma, quema mi cuerpo.. Dame tus pensamientos bajo la luna brillante y el
sol ardiente…”; él la escuchaba en su alma… ¿o el gitano?...
¿Se llamaría Pedro, el gitano?...
“Ese” Pedro, ahora vestido de chupín
negro y chaleco bordó, con el jopo engominado, avanzaba taconeando y
palmoteando hacia su princesa. Pedro podía adivinarlo en su propio cuerpo tenso y bullente; ansioso
de la cintura y del corpiño dorado de Antonia; de la boca risueña y de sus ojos
pícaros e insinuantes. Sentía arder sus propios ojos, por el brillo de los del
otro; sentía como suyo el aliento de su boca húmeda…
Desde las sillas, los viejos
animaban el encuentro con palmadas, y frases descaradas y sensuales.
Y él veía y oía y sentía todo
desde muy cerca, cada vez más cerca, como si no estuviera en su cama; como si no
tuviera once años; como si se hubiera
animado a pasar el cerco, y hubiera conquistado a Antonia antes de que se fuera
en los carromatos, al día siguiente.
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