Dos versiones de un mismo tema: el primero para cien
palabras (Microcuento de Cadena Ser).
El segundo, ampliado para cuento breve.
Años de sequía
Poco antes de que los domingos fueran amargos ya sentíamos
la falta de horizontes. Siempre fue dura la vida del labriego; pero a los domingos los había
hecho el Señor para que viéramos su sonrisa en las nuestras. Ahora, una
polvareda gris mataba la luz del paisaje. Los campos se estaban volviendo
estériles y tristes; y nosotros también: no había canciones para alegrar los
domingos, ni bastante pan para compartir; y la semana agotadora e infructuosa
nos ataba al silencio triste de la vivienda..Entonces decidimos emigrar.
Tiempo de sequía
Una polvareda gris mataba la luz
del paisaje. Los campos se habían vuelto estériles y tristes; y también la
gente: no había bastante pan, ni cerveza, ni canciones para alegrar los domingos; y la
semana agotadora e infructuosa ataba al silencio de la vivienda.
Lo decidió en esa nueva noche de
insomnio: partir, partir. Ella no quería que se fuera; pero acató su decisión
con áspero silencio.
Amanecía cuando el hombre,
esmirriado y cabizbajo, cargó su pequeño morral; sobresalían los mangos de un
hacha y una pala. ¿Trabajo o sepultura?
Dentro de la casucha quedaba su
gente; nadie se asomó a despedirlo; para qué…
El corazón reseco no anhelaba ternura; sólo mandaban los fantasmas: el
hambre y la desesperación.
Se puso en marcha pisando el
polvo; no era sino otro hierbajo reseco.
Entonces extrañó al sol. Un cielo
de nubes espesas y el olor de la tierra lejana y mojada cortaron su marcha;
anhelante e incrédulo recibió la primera gota sobre su cabeza, y escuchó el
envión de la lluvia que avanzaba.
Un trueno remoto llamó a la mujer
a la puerta de la vivienda. Corrió, desmelenada, y abrazó al hombre que lloraba
y renacía bajo la lluvia.
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