Faltaba un año para la Ordenación, cuando Ricardo pidió una
dispensa y volvió a su pueblo: su madre y sus dos tías eran viejecitas, estaban solas... Había que practicar las Obras de Misericordia.
Buen pianista, tenor aceptable,
el devoto novicio era un joven muy atractivo; sobre todo, con
sotana.
El Párroco, un viejo bonachón, le encomendó la dirección del Coro.
—Disfuta de la gente y de la música. ¡Ah! Podés andar sin
sotana, amigo.
Todos felices: las viejitas perduraban con su niño en casa; Ricardo y el cura con la música; y las alborotadas chicas del pueblo que se
desvivían por robarse al elegido…
En especial Carmela, la profesora de piano; era una peticita
coqueta y eficiente; no era muy “beata”, pero se le había despertado de pronto una fuerte vocación de servicio, y
se unió al grupo.
El Coro era promisorio en alegría cristiana. El problema era
dirigirlo y bregar con el armonio destartalado… Y con Carmela.
—Es difícil mantener la vocación fuera
del convento— se confesó Ricardo una tarde.
—La vocación de servir a Dios no se pierde por las chicas. El
Matrimonio también es un servicio divino— sonrió el párroco. —Mientras
seas sincero…
Para la Semana Santa,
el “Stabat Mater” estaba tan verde como los ojos del “padrecito”; y la
pícara Carmela no prestaba atención:
—Señorita Carmela; más marcado el pianísimo…
—Sí, sí… Es que este teclado es tan viejo…
—Pruebe articulando así los dedos y la muñeca.
Y tomaba los finos dedos y la muñeca grácil, entre los
suyos torpes de tímida osadía.
Los ojazos marrones de Carmela chispeaban de risa; los de las
otras chicas, de envidia.
—¡Ay! Cierto que era Si bemol… Tal vez si lo ensayamos en el
piano de casa… Ricardo…—sugirió una tarde, pestañeando.—Mamá estará encantada de recibirlo.
Doña Maripepa sirvió el té con masitas y los dejó ensayando; una y otra tarde…
Las vueltas de la vida: Después
de Pascua, el Prior recibió la renuncia de Ricardo; cerca de la siguiente
Navidad, la invitación para venir a
casarlos. Doy fe de que nací diez meses
más tarde.
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