miércoles, 1 de mayo de 2024

ceremonia secreta



En la vieja casona de la viuda se apagan las luces de la casa  a las once y cuarenta y cinco  de la noche.  Instantes más tarde cruje la pared del desván, se abre la puerta y una nube de polvo, liviana baja despacito la escalera; poco a poco, al resplandor de la luna, o al fulgor de los relámpagos, emergen las dos siluetas; la viuda y el pequeño roedor; van a la cocina y ella saca de la alacena el frasco de tapa naranja. Mientras gira la cubierta, se expande un olor rancio: algo así como a queso picado y salame, mezclado con azahares; y el aire se espesa con una música de tango de los años veinte, pura guitarra y acordeón.  
El ratoncito la espía; le gusta verla en este momento: se la ve transparente y pura; un ordenado ramo de huesos envuelto en un traje de novia de aquellos tiempos.  Los largos dedos de marfil  vacían el frasco: colocan un azahar reseco en el velo amarillento; deslizan en el anular la alianza de bodas, el talismán de la felicidad, y sacan del fondo un extraño sedimento que ella lame embelesada; en su mano derecha se perfila una empanada mohosa.   Al roedor se le hace agua la boca: siempre cae alguna miguita.
 Son casi las doce.  Ambos ensayan  los primeros pasos del tango, abandonados en los brazos ausentes del otro, cada uno en su esfera de polvo luminoso.
De pronto, arrancan las campanas de un reloj de pared.  Es fascinante ver cómo, a cada una de ellas, se van diluyendo, de pies a cabeza;  en la penumbra de la cocina, pausadamente, la viuda pone todo en orden: el anillo, la tapa cerrada, el tarro en la alacena; y vuela hecha polvo hasta el viejo ropero del desván; en el doble fondo, bien escondida, está la urna en donde descansan sus restos; y junto a ella, en la cueva de algún ignoto ratón, los del marido enamorado, mujeriego y traidor.
 Desde la última brizna de polvo él sacude sus bigotes y la sigue; esperará hasta mañana cuando vuelva a perfilarse la empanada que sobró de la última cena; a las otras, las envenenadas, se las llevó la policía, como prueba, la mañana en que ella le descubrió su secreto romance.


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