Este cuento surgió de un juego que propuso Alicia Díaz Olmos, la profe del Taller de Escritura: sacar papelitos de dos bolsas de nailon; una con sustantivos, y otra con verbos,, para formar un título, Gracias a ella y a la buena onda de mis compañeras.
Quedé en deuda con el grupo, ya que cuando presenté el cuento les leí una versión incompleta.
Lo publico por esta vía, porque admiro la profesionalidad y el cariño con que Olga Medrano y Teresita Zaragoza coordinan este Podcast con hielo y letras. Mil gracias., dio un po
Mis papelitos decían; EGOÍSMO, DOLOR, EXISTIR.
Y se va el cuento:
El egoísmo y el
dolor existen
Aquellos niños jugaban en la calle poceada y polvorienta. Tendrían unos diez años. La pelota
hecha con trapos y medias viejas bailaba entre sus pies, en medio de la baraúnda del partido.
La calle estaba cortada por un alto cerco de espinas y una reja. Parece que la gente tiende a congregarse y encerrarse, en estos tiempos. Afuera, latía la villa.
Uno de los pocos taxis que entraban por ahí, frenó muy cerca de los chicos. La pasajera era una señora bastante mayor.
Los pibes siguieron en la suya. ¡Se venía el gol!
El conductor los bocineó frenético.
—¡Mocosos de mierda!- les gritó
El tiro salió desviado y dio en el vidrio del auto.
Nada grave...Una pelota de trapo...
Pero el taxista la recogió, furioso, y la tiró por encima de la cerca. Del otro lado llegaron los ladridos de los perros y su disputa por la pelota.
¡Qué dolorosa la sorpresa de los chicos! ¡Cuánta impotencia ante ese alambrado traicionero!
El conductor subió al coche y retrocedió hacia la avenida.
En la esquina, la pasajera sacudió la cabeza.
—Frená- le ordenó- y bajá conmigo.
—¿Qué pasa, mamá?
—Vos te equivocaste de camino. No estabas donde debías estar.
—Estoy usando el taxi para llevarte de paseo. No me voy a parar porque estos negritos estén en el medio de la calle… ¡Encima me ensucian el coche!
—¡Cuánto me duele ese egoísmo de viejo amargado! ¿Nunca jugaste en la calle, vos? ¿Nunca molestaste a los vecinos?
El hombre resopló:
—Yo iba a jugar al Centro Vecinal.
—Que sosteníamos entre todos, para cuidar a los chicos…
—¡Vamos, vieja!
—Hay algo que se llama gratitud… Algo hermoso que pelea con el egoísmo para que la realidad no duela tanto.
El taxista bufó otra vez.
—Basta. Ahí hay una juguetería. Andá y comprales una pelota.
—Mamá!. ¡Estás loca!
—El auto es mío. Un fútbol costará menos que el vidrio que no se rompió. Y mucho menos que una patota resentida.
El hombre agachó la cabeza, se mordió el labio.
-Ay, vieja! ¡Sos tan buena y tan jodida!... Esperá. Corro el auto un poquito más lejos y compro la bendita pelota.
Y le dio un beso.
Ella le secó la lagrimita que se le escapaba.
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