No fue una epifanía: me la veía venir. Tanto joder y joder,
acabaron por enamorarse. Yo esperé, pese a todas las evidencias; me comporté
como un esposo fiel y un amigo leal; alguna vez crucé una sonrisa con la vecina
de los shorts sintéticos, pero nunca olvidé mis juramentos. Esa sonrisa me
bastaba para mantener en calma al hatajo de las pasiones humanas, que en estos
casos tiende a desmadrarse: ira, gula, soberbia... Un buen día plantearon la trama; no se
necesitó demasiada elocuencia para confirmar
mis sospechas. Con mi bonhomía esencial, despedí a mi mujer y al sinvergüenza
de mi amigo; los acompañé un tiempo con mis recuerdos, y volví a la vida, arrastrando los pies.
De pie frente al espejo de mi alma vi al manso cornudo; me sentí un estropajo, retorcido por mi propia
paciencia, basureado sin piedad. El malestar
del engaño reventó como un divieso de
pasión. El hatajo que venía arreando desde hacía meses, saltó
desde las sombras.
Entonces me volví desmesurado, violento: destruí a patadas
el escenario de la traición, estallé copas contra el piso, incendié sábanas,
degollé fotografías... Más relajado, después de un whisky, me juré vivir en
casta y divertida soledad; no comprometerme por bonhomía o nostalgia.
Imprudente y crédulo,
me fui a buscar fortuna por los senderos de la vida. No llegué muy lejos: encontré a mi vecina, mi
fiel admiradora; intentaba con poca maña
cambiar la rueda del coche. Su sonrisa tímida y su atrevido shortcito
despertaron mi bonhomía. Me ensucié las rodillas y las manos en la tarea, y me
premié con su ingenua presencia. A la sombra de los fresnos de su vereda me
sentí renacer en una epifanía mientras ella
me prestaba (¿coincidencia?) un estropajo para limpiarme las manos, y me
invitaba a una inocente limonada.
Para "El Reto de las Palabras"- Terr de Escritores Dic 2017