La penúltima de la parábola.
Un perro se echó para tomar sol. La semilla quedó prendida en su pelo.
El animal se levantó y se fue hasta el jardín de la casa. Cuando se
sacudió, ella cayó blandamente junto a las margaritas que el jardinero regaba todos los días, sin
mirarlas demasiado porque son fuertes y rústicas.
Allí se quedó la semilla, creció y floreció.
Porque caiga donde caiga, la buena semilla no se pierde.
Dios la sigue cuidando.
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