miércoles, 26 de agosto de 2015

Viajando en el Tren de las Nubes



Escrito en 2014.
Durante las últimas vacaciones de invierno, tuve ocasión de viajar en el Tren de las Nubes.

Esta experiencia, idílica desde su nombre, nos pone en contacto con la obra maravillosa de Dios, en la naturaleza áspera e  imponente, y en la fuerza del ingenio humano para sobrevivirla y dominarla.
El trayecto desde Salta, sobre la Cordillera de los Andes, atraviesa el Valle de Lerma y la Quebrada del Toro; culmina en pleno Altiplano, en el Viaducto La Polvorilla y en la cercana San Antonio de los Cobres a 4220 metros sobre el nivel del mar.
Una infinita variedad de paisajes se va desplegando al paso del tren; sobre la base montañosa, gigantesca, los colores se encienden, lucen y dejan paso a la tonalidad siguiente; y a una insólita huertita, al borde de un hilo de agua cristalina; a una inesperada capillita; a una manada de guanacos; a una bandera que flamea sobre una escuelita de adobes…  El hombre se ha acurrucado al resguardo del frío y de los vientos… Y poco a poco, ha dado vida a pequeños  pueblecitos, chatos, marrones, como Chorrillos, Muñano, Ingeniero Maury, Santa Rosa de Tastil…  
Un complicado sistema de “rulos”y ruedas especiales permite que el tren afronte en zig-zag las cuestas empinadísimas, y nos lleve a la cima. El hombre, empujado por motivaciones tan opuestas como el afán de aventuras y los intereses económicos y políticos, ha activado su inteligencia para llegar a los escenarios de la vida aborigen, a las raíces de la historia patria… O para comunicar mejor a los pueblos y al comercio andino.
Cerca de La Polvorilla se encuentran los restos de una mina de plata y azufre: Mina Concordia, actualmente inactiva por los altos costos de rehabilitación luego de derrumbes e inundaciones. Es otro espectáculo para contemplar  desde el tren, e imaginar las condiciones en que siempre se desenvolvió la minería, sobre todo durante la época colonial.
 La Polvorilla es un puente increíble. Como una oruga gigantesca el tren ha trepado hasta allí y nos deja, al borde de un abismo de pesadilla, imaginando la puja de  la fortaleza del hombre y la de la naturaleza: hierro en las entrañas de las rocas; hierro en el desafiante trenzado del puente….
Retrocedemos  a la ciudad, San Antonio de los Cobres; una ciudad- pueblo, pequeña, de alrededor de 5000 habitantes, donde hay que estar enraizado, desde siglos, para convivir con el viento seco y helado, más allá del paseo turístico.
 Una alfombra de vendedores ambulantes se extiende al pie del tren, en La Polvorilla y en San Antonio, únicas paradas del larguísimo viaje. El bebé que saluda y sonríe a los turistas, con la manito extendida para la moneda o el caramelo; los adolescentes que sostienen corderitos entre los brazos en procura de ser fotografiados; hombres y mujeres que despliegan los mismos aguayos, medias,gorritos y carteras que vemos en cualquier otro punto del noroeste turístico (y en nuestra peatonal), nos dejan una impronta tristona de decadencia cultural; pero están vivos, en su idioma, en su bandera policromada; enfrentan la realidad y se sumergen en un sincretismo que les permite la supervivencia material y espiritual.
                                                                               

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