Escrito en 2014.
Durante las últimas vacaciones de invierno, tuve ocasión de viajar en el Tren de las Nubes.
Durante las últimas vacaciones de invierno, tuve ocasión de viajar en el Tren de las Nubes.
Esta experiencia, idílica desde su nombre, nos pone en contacto con la obra maravillosa de Dios, en la naturaleza áspera e imponente, y en la fuerza del ingenio humano para sobrevivirla y dominarla.
El trayecto desde Salta, sobre la Cordillera
de los Andes, atraviesa el Valle de Lerma y la Quebrada del Toro; culmina en
pleno Altiplano, en el Viaducto La Polvorilla y en la cercana San Antonio de
los Cobres a 4220 metros sobre el nivel del mar.
Una infinita variedad de paisajes se va
desplegando al paso del tren; sobre la base montañosa, gigantesca, los colores
se encienden, lucen y dejan paso a la tonalidad siguiente; y a una insólita
huertita, al borde de un hilo de agua cristalina; a una inesperada capillita; a
una manada de guanacos; a una bandera que flamea sobre una escuelita de
adobes… El hombre se ha acurrucado al
resguardo del frío y de los vientos… Y poco a poco, ha dado vida a
pequeños pueblecitos, chatos, marrones,
como Chorrillos, Muñano, Ingeniero Maury, Santa Rosa de Tastil…
Un complicado sistema de “rulos”y ruedas
especiales permite que el tren afronte en zig-zag las cuestas empinadísimas, y
nos lleve a la cima. El hombre, empujado por motivaciones tan opuestas como el
afán de aventuras y los intereses económicos y políticos, ha activado su
inteligencia para llegar a los escenarios de la vida aborigen, a las raíces de
la historia patria… O para comunicar mejor a los pueblos y al comercio andino.
Cerca de La Polvorilla se encuentran los
restos de una mina de plata y azufre: Mina Concordia, actualmente inactiva por
los altos costos de rehabilitación luego de derrumbes e inundaciones. Es otro
espectáculo para contemplar desde el
tren, e imaginar las condiciones en que siempre se desenvolvió la minería,
sobre todo durante la época colonial.
La Polvorilla
es un puente increíble. Como una oruga gigantesca el tren ha trepado hasta allí
y nos deja, al borde de un abismo de pesadilla, imaginando la puja de la fortaleza del hombre y la de la naturaleza:
hierro en las entrañas de las rocas; hierro en el desafiante trenzado del
puente….
Retrocedemos
a la ciudad, San Antonio de los Cobres; una ciudad- pueblo, pequeña, de
alrededor de 5000 habitantes, donde hay que estar enraizado, desde siglos, para
convivir con el viento seco y helado, más allá del paseo turístico.
Una
alfombra de vendedores ambulantes se extiende al pie del tren, en La Polvorilla
y en San Antonio, únicas paradas del larguísimo viaje. El bebé que saluda y
sonríe a los turistas, con la manito extendida para la moneda o el caramelo;
los adolescentes que sostienen corderitos entre los brazos en procura de ser
fotografiados; hombres y mujeres que despliegan los mismos aguayos,
medias,gorritos y carteras que vemos en cualquier otro punto del noroeste
turístico (y en nuestra peatonal), nos dejan una impronta tristona de
decadencia cultural; pero están vivos, en su idioma, en su bandera policromada;
enfrentan la realidad y se sumergen en un sincretismo que les permite la
supervivencia material y espiritual.
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