martes, 8 de septiembre de 2015

Mínimo sueño brillante



El semáforo en rojo la obligó a detenerse frente a la joyería. Mientras esperaba el verde, la Yeni echó una ojeada rápida a la vidriera. Y entonces…se olvidó del semáforo. La  gente ya cruzaba la calle, pero ella se acercó fascinada por el anillito; irradiaba luces desde su pequeño estuche de terciopelo; los reflejos verdes, rojos, dorados y blancos, se dispersaban en abanico desde un centro de flores mínimas. Para la Yeni, esa joyita minúscula eclipsaba todo el infinito despligue de collares, aros y pulseras.


«¡Qué bonito!...» murmuró, mientras sacudía una de sus ojotas gastadas contra la otra pierna.  «Para ponerlo en el dedo y hacer que relumbre al sol»…  «Mañana voy “a pedir” con la Mecha, y con la parte que me dé, me lo compro»… «Cuando llegue a “las casas” la Yudi me lo va a envidiar; pero no se lo presto por nada»…
El anillito la escuchaba pensar, parpadeando, chiquitito en la vidriera.
…« y si el Braian lo quiere mirar y tocar, tampoco le llevo el apunte, porque me lo va a robar»... «En una de esas me lo quiere cambiar por unos besos, pero no; aunque me diga que estoy “grosa”, “mi negra”, y que está loco por mí»…
Ahora el sol lo besaba más de frente y el anillito era un motor dentro de su cabeza desgreñada.
«Y si me lo pongo cuando cumpla los quince… Con la remera verde y la mini y los tacos… ¡Cómo me voy a lucir, mamita!»  «Pero tampoco, porque vamos a estar medio chupados y capaz que lo pierdo»…  «Es precioso; lleno de flores y luces»… «Voy a parecer princesa cuando me lo ponga…»
Una sombra inesperada aplacó los reflejos del anillo. — ¿Qué necesitás, nena?— siseó la encargada, desde su alta nube de tacones y perfumes.— No te podés estar ahí estorbando el paso
     Estoy mirando, nomás, el anillito. ¡Qué lindo, qué lindo! Me lo voy a comprar mañana.
     ¿Vos? ¿Leiste la etiqueta? ¡Rubí, esmeralda y cuarzo, engarzados en oro 18 kilates! y martilleaba cada sílaba con su voz metálica y filosa.
     Ah; no sé leer; ¿qué dice, entonces?
     ¡Que no me pongás las manos sucias en el vidrio, por favor!; ¡y que te vayás de una vez, que va a pasar la policía! ¡Andate, ya! ¡Qué cosa!
  La Yeni le sacó la lengua y siguió mirando. Y no le dijo nada guarango porque lo único que le venía a la boca, desde el corazón era “precioso, precioso, precioso”: mientras tanto, el sol se corría a la vidriera vecina y el anillito se adormilaba…  
Suspiró, se rascó la cabeza, y se dio vuelta, justo cuando el semáforo se ponía verde;  cruzó ligerito, chancleteando entre el gentío de la tarde: «antes que se haga de noche, y me revienten cuando llegue».  El precio no estaba a la vista; pero nadie le cobraría por soñar.

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