Pereza, Hastío, Desilusión
y Malhumor, me despertaron. Mis demonios suelen aparecer varias veces al año,
en especial en invierno: la panorámica de mi jornada no podía ser más propicia
para ellos. El clima no se cuidaba de ser simpático: frio, viento, llovizna...
El entorno social pintaba pesado. Investigué a conciencia mi cuerpo en busca de
todos los males posibles para no salir de la cama; pero “un dedo artrósico y
unos mocos alérgicos no te absuelven”– apuntó Rutina, un hada vieja que heredé
de mi mamá.
« ¿Y un vacío interior? ¡Si no les haces falta, no aparece
nadie! Están bien contentos y no tienen ganas de jugar a la familia Ingalls» me
cuchichearon Malhumor y Hastío.
Le tironeé las colchas a Rutina, que rezongaba algo sobre
“sentido del deber”, y me propuse seguir dándole fuelle a la “depre”.
Siempre listos, mis Demonios prepararon un show de otras historias
mal superadas, nefastas, en donde los malentendidos devenían en ingratitudes y
rencores; muy a conciencia me servían cucharadas amargas y ardientes de sus
menjunjes ponzoñosos.
Y entonces lo sentí. Posiblemente, Angelito de la Guarda
había logrado sentarse sobre mi vejiga. Había que ir al baño, sí señor.
–No hay crisis que justifique mojar la cama cuando uno tiene
todo para ser feliz– me susurró en medio del “plin, plin”.
Cumplido el trámite, me sentí algo más animada. Rutina me puso
delante del espejo; abrí la canilla para lavarme la cara; pero a media tarea, otra vez, los Demonios me llenaron de cicuta: arrugas,
gesto duro, nariz colorada, pelo seco y enredado, dientes postizos. Malhumor me
tapaba las cremas y cepillos con los que podría equilibrar algo de la carga. Todo
estaba al alcance de la mano, pero no lo veía…
– Todo
para ser feliz, aunque no quieras– intervino Hastío. Y yo empecé a
chancletear otra vez hacia el dormitorio.
Supongo que fue Angelito el que tiró el peine al suelo, a la
salida del baño… Y Rutina me empujó hacia adelante para levantarlo; empecé a
peinarme, como despertando.
–¡Loca! ¡Volvé a la cama! – gritó Pereza–
Hace un frío de perros.
Pretexto me llenó la cara de polvo y empecé a estornudar; otra
vez en la cama, mi nariz era un grifo mal cerrado. Busqué las Carilinas que
siempre aparecían obedientes, debajo de la almohada; ahora, no; ¿tal vez
Angelito? ¿tal vez Rutina?...
– ¡Pero, caramba! ¿No se puede dormir tranquila? ¿Por qué no
me dejan en paz? ¿Dónde metí las Carilinas?
Tenía tantas ganas de limpiarme la nariz que los Demonios se
replegaron unos pasos: ya no les estaba prestando atención. Las Carilinas debían
estar sobre la mesita de luz; pero Angelito me las debió de esconder debajo de
mi cuaderno de notas, que había quedado abierto en mis últimas líneas de ayer: “una
perfumada tacita de café”…
Angelito me cosquilleaba ideas, pero Rutina me empujó para que me hiciera
un café… Sentada, a medio peinar, sonreí disfrutando mi pocillo; en el tímido
rayo de sol de invierno que entraba por la ventana vi diluirse a mis demonios
hasta la próxima “depre”.
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