El semáforo en rojo la obligó a detenerse frente a la
joyería. Mientras esperaba el verde, la Yeni echó una ojeada rápida a la vidriera.
Y entonces…se olvidó del semáforo. La gente ya cruzaba la calle, pero ella se acercó
fascinada por el anillito; irradiaba luces desde su pequeño estuche de
terciopelo; los reflejos verdes, rojos, dorados y blancos, se dispersaban en
abanico desde un centro de flores mínimas. Para la Yeni, esa joyita minúscula
eclipsaba todo el infinito despligue de collares, aros y pulseras.
«¡Qué bonito!...» murmuró, mientras sacudía una de sus
ojotas gastadas contra la otra pierna. «Para ponerlo
en el dedo y hacer que relumbre al sol»… «Mañana voy “a pedir” con la Mecha, y con la
parte que me dé, me lo compro»… «Cuando llegue a “las casas” la Yudi me lo va a
envidiar; pero no se lo presto por nada»…
El anillito la escuchaba pensar, parpadeando, chiquitito en la
vidriera.
…« y si el Braian lo quiere mirar y tocar, tampoco
le llevo el apunte, porque me lo va a robar»... «En una de esas me lo quiere
cambiar por unos besos, pero no; aunque me diga que estoy “grosa”, “mi negra”,
y que está loco por mí»…
Ahora el sol lo besaba más de frente y el anillito era un motor dentro
de su cabeza desgreñada.
«Y si me lo pongo cuando cumpla los quince… Con
la remera verde y la mini y los tacos… ¡Cómo me voy a lucir, mamita!» «Pero tampoco, porque vamos a estar medio chupados
y capaz que lo pierdo»… «Es precioso;
lleno de flores y luces»… «Voy a parecer princesa cuando me lo ponga…»
Una sombra inesperada aplacó los reflejos del anillo. — ¿Qué
necesitás, nena?— siseó la encargada, desde su alta nube de tacones y perfumes.—
No te podés estar ahí estorbando el paso
—
Estoy mirando, nomás, el anillito. ¡Qué lindo,
qué lindo! Me lo voy a comprar mañana.
—
¿Vos? ¿Leiste la etiqueta? ¡Rubí, esmeralda y
cuarzo, engarzados en oro 18 kilates!— y martilleaba cada sílaba con su voz metálica
y filosa.
—
Ah; no sé leer; ¿qué dice, entonces?
—
¡Que no me pongás las manos sucias en el vidrio,
por favor!; ¡y que te vayás de una vez, que va a pasar la policía! ¡Andate, ya!
¡Qué cosa!
La Yeni le sacó la
lengua y siguió mirando. Y no le dijo nada guarango porque lo único que le
venía a la boca, desde el corazón era “precioso, precioso, precioso”: mientras tanto,
el sol se corría a la vidriera vecina y el anillito se adormilaba…
Suspiró, se rascó la cabeza, y se dio vuelta, justo cuando
el semáforo se ponía verde; cruzó ligerito,
chancleteando entre el gentío de la tarde: «antes que se haga de noche, y me
revienten cuando llegue». El precio no estaba a
la vista; pero nadie le cobraría por soñar.
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