El Perdón
Juana y Blanca murieron el mismo día, a la misma hora: un
Viernes Santo a las tres de la tarde.
Esto determinó que la separación que se habían impuesto cinco
años atrás terminara, de golpe, a la Puerta del Paraíso.
Una historia de amor frustrado, engaño, envidia y muerte
había separado a las hermanas. En el medio estaba el fantasma de Ismael. Blanca lo amaba y Juana se lo había quitado
con un embarazo fingido. Blanca se confió a una bruja, y el bebedizo que ella le dio para recobrarlo resultó
mortal para Ismael.
Junto a la puerta, Juana y Blanca se agitaban enfrentadas en
anhelos de sangre; pero no había uñas, ni manos, ni carótidas: sólo el odio,
mal sepultado bajo una montaña de buenas obras con las que buscaron, inútilmente,
sanar en vida su ira y remordimiento,
La Puerta del Paraíso
estaba cerrada con un grueso candado de nubes indestructibles: pero el frenesí
de los sentimientos de las mujeres sacudió la Puerta; Jesús y el bueno de San
Pedro alcanzaron a oírlo.
—Maestro— rezongó el viejo portero—Son las que mataron a Ismael. Otro par de almas indignas, que
pretenden la bienaventuranza. Justamente en este
día…
Jesús hizo un gesto de infinita paciencia: «Pedro… no te olvides del
gallo…! Avísale a Ismael y a los querubines»
Como en el “Hágase” del Paraíso, Ismael apareció en medio de
las hermanas y las abrazó en silencio. Los
angelitos rompieron a cantar: «Perdón,
perdón. Mi alma tienes sed de Ti»,
Y ellas lo coreaban bañadas de lágrimas y de luz. «Perdón, hermana,» sollozó Blanca».
«Perdón, hermana,» suspiró Juana.
Ahora la
puerta estaba abierta. Las manos de Jesús, claveteadas y resucitadas
desde la eternidad,
dibujaban sobre sus cabezas las buenas obras que habían realizado.
«Yo soy el Perdón», sintieron más que oyeron.
Y se
encontraron en el Cielo.
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