La Maldición
Varias veces relampagueó el sol sobre la lengua del sapo. La cacería de
moscas le estaba resultando
fructuosa. Por lo menos no le
faltaba comida.
La maldición pesaba sobre su lomo verde y verrugoso; no la
tenía presente, en realidad, porque no sólo tenía cuerpo y lengua de sapo, sino
también cerebro de sapo. Mientras hubiera mosquitos, y alguna sapa…
Pero Susanita, que estaba sentada al borde del estanque,
sabía a ciencia cierta que era un príncipe. Y que lo había maldecido un brujo
maligno, envidioso de su felicidad.
En realidad, Susanita no entendía demasiado lo de la
felicidad del príncipe; el libro de cuentos que le regaló su abuela, mostraba
al príncipe como un flaco larguirucho con una coronita muy graciosa que
acompañaba todos los momentos de su vida.
Siempre aparecía rodeado de sirvientes que no lo dejaban ni siquiera
atarse los cordones de los botines plateados; o estaba sentado horas de horas
en su trono, atendiendo a emisarios con túnicas y turbantes.
Pero no salía a andar en bicicleta, ni a
visitar amigos. ¡Qué aburrimiento! Seguro sería medio “bobito”.
Mientras pensaba estas cosas, Susanita jugaba con un
precioso colgante de su mamá.
Se lo había…”pedido prestado en secreto”, y lo sacó del
alhajero para ver relucir la esmeralda al sol, y jugar a la princesa.
—
Este collar le sienta precioso, alteza— se
decía arrodillada frente al charco.
—
¿Lo crees así, doncella? ¿Te parece que combina
con mis ojitos?
Cantaba, bailaba y charlaba
sacudiendo el collar frente a la cara, tironeando, tironeando…
—
¡Que se le caiga!¡Que se le caiga!- croaba el
sapo.
Él sabía sin saber,
que vendría bien que Susanita necesitara de sus servicios de buen buceador.
—
¡¡¡Aaaaayyyy!!! ¡Se me rompió!...
Plic, plic, plic, sonó la
esmeralda, y se perdió en el agua.
—
Croac, croac…
—
Callate, sapo tonto- gritó Susanita, mientras
escarbaba en vano con un palo de la orilla.
—
Croac, croac… croac, croac, croac.
El sapo tenía ganas de llorar. Un
poco porque seguía sintiendo que Susanita tenía que hablarle y pedirle algo
relacionado con el collar. Algo de volver a un castillo. Otro poco porque no
tenía muy claro qué tenía que ver él con
el problema de Susanita. Qué iba a pasar
con su rebaño de moscas y mosquitas, y las sapas que nadaban cerca.
— -Aaaayyy…
Mi mamá me mata…
Lloraba y se revolvía los rulos, y hurgaba el barro de la orilla…
Pero sólo lograba sacar yuyos medio
podridos.
El sapo volvió a croar, y Susanita pensó en
el príncipe embrujado que sacaba cosas del agua a cambio de un beso. ¡Puajjj!
—
¿Qué será peor?- pensó- ¿Besarlo, o que mi mamá se enoje y me ponga en penitencia?
Sabe Dios cómo, el sapo saltó a
la orilla casi sobre el ruedo del jean de Susanita ; en su lengua pegajosa
brillaba la esmeralda, entre dos moscas y cinco mosquitos, muertos, por
supuesto.
Susanita se decidió: lloraba
temblorosa; apretó la nariz con la izquierda y con la derecha manoteó la …
lengua del sapo; la esmeralda permanecía pegadita entre los bichos .
Una voz de mariposa le zumbó en
la oreja: «A ver, nena, te ayudo» Se asentó en su dedo índice y con su antenita rozó la boca del sapo y
despegó la esmeralda. La joya refulgió en el césped; pero Susanita, atónita se
olvidó de ella ; no más sapo ni mariposa, sino un príncipe vestido de verde y
una princesa vestida de colores y transparencias. Los dos se besaban con ansias, después de muchos años de embrujo
Y cuando el príncipe y la
princesa respiraron antes de un segundo beso, se inclinaron a recoger la esmeralda y se la devolvieron a
Susanita.
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