jueves, 13 de abril de 2023

Cuento (casi patriótico de amores y sabores


Esta evocación sirve de momento de meditación trascendente, para empezar a hacer dulce de naranjas amargas.

¿Cómo era la receta del dulce de naranjas en gajitos?… Venía probando desde que se me pintaron las primeras canas. Tal vez porque estaba sola y llena de nostalgias.

 Primero recurrí a mi memoria oxidada y enredada: muñecas, canciones y rodillas peladas; jugar a las visitas con el juego de té de la abuela; con ella al frente, por supuesto, olorosa a naranjas. El sabor revivía, pero la receta, no.

Anudadas a mis caóticas evocaciones, revoloteaban las Canciones Patrias, y se alzaban en alabanzas al talento de los años cuarenta y cincuenta, par

Gloria y loor a las delicias caseras de la infancia: el arroz con leche, las milanesas tamaño baño, y los churros, y los pastelitos… Todo esto se consigue hoy en el súper, aunque venga enlatado, o empaquetado, o frizzado. Pero hay algunas especialidades… ¿cómo decirlo? irrepetibles e inolvidables.

Alta en el cielo, la voz de gratitud y admiración, por ese talento maravilloso de hacer algo con lo que había: torrejas y budín de pan viejo; mermeladas de todo lo imaginable, guisos redentores de los restos varios de carnes, arroces y fideos…

Audaz se eleva cada una de esas memorias prodigiosas que compartían recetas a través de las generaciones.

Y que, aunque Internet ayuda, se van perdiendo… A menos que revivamos el diálogo con el más allá.

Estoy segura; porque el dulce de naranja amarga no figura ni en internet. ¡Al menos, un par de recetas que conseguí, incluían esencia de naranja amarga, aplicada a naranjas comunes!, y ¡horror! ...edulcorante.

Lo cierto es que se lo he prometido a mis nietos, y no me acuerdo de la receta. Sí, de los rituales familiares que incluían cosechar las naranjas en el patio de la casa, exprimirlas, pelarlas, cepillar y picar las cáscaras… No había celulares para entretener a la turba de mocosos saludables e invasivos.

Aquí estoy en mi cocina, armada de dos naranjas que gentilmente me regaló una vecina.

—No tengo más­­- me dijo-. Las tiramos a la basura cuando aparecen.


«¿Cómo era?... ¿Con pepas o sin pepas? ¿Se maceraban en cal viva durante una noche?»

— ¡Pero, no! ¡Eso es para el zapallo en cubitos! ¡Te lo enseñé mil veces!

— ¡Abuela; no te metas así en mi cocina! Dame alguna señal cuando vengas de visita. Me dan palpitaciones.

— Bah, Doña Angustias… Calladita. Sentate y cerrá los ojos. ¡Vamos! ¡Sin miedo, que estoy en el Paraíso y no necesito espantar a nadie!

Un soplo de brisa desde el patio. ¿
O una caricia de la abuela? Una caricia que desprende sabores… sensaciones… tiempos… técnicas…


— Tenés las manos tibiecitas. Como si…no…

— Como si estuviera viva. ¡Sí, señorita! ¡El amor no muere! Respirá hondo y contá hasta cinco

— … tres, cuatro, cinco. «¿Fue un beso?» 

¡Ah, cierto! ¡Se dejaban en salmuera toda la noche… Después se lavaban bien a fondo y se dejaban impregnar de almíbar. ¡Uy. Ya te fuiste!

Me asomo a la puerta del jardín. Por detrás de la copa brillante y dorada del naranjo, se escapa una nube preciosa, regordeta y sonrosada. En el enredo de memorias y emociones, me repica “azul un ala” sabe Dios por qué…  Le digo ¡gracias! Y le soplo un beso.

A lavar naranjas…


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