Despierto del dolor y
el abandono
en la arena mecida
por las olas
del mar, y me decido:
No esperaré a Teseos
ambiciosos
que, por matar al
monstruo, me destruyan
y me entreguen, sufriente, abandonada,
al eterno capricho de la muerte;
a estos dioses
arcaicos que se visten
de mágica y divina
providencia
para saciar pasiones y soberbia.
Armada de un ovillo
de intuiciones,
de ensueños, de
saberes que percibo ciertos,
ato el hilo a las piedras de la vida
y me lanzo hasta el fondo de mi cueva:
oscuro laberinto de temores,
prejuicios…
y de ensueños.
Me dejo ir entre los
vericuetos
decidida a adueñarme
de mis miedos.
A veces, suavemente, se desliza el hilo;
otras, se anuda en cicatrices de experiencias muertas.
Si hace falta, lo corto con cuidado, lo anudo nuevamente…
Y sin moverme de la playa ardiente.
Firme, con el ovillo entre las manos,
ilumino mi propio
Minotauro,
mi hermano, al fin y al cabo.
Voy a hacerme su amiga, a alimentarlo
de sueños nuevos, de mis fuerzas nuevas,
de mis recién nacidas libertades…
Ya nunca más del sacrificio cruento
de mi vida cautiva y pisoteada.
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