I- Nada era más bonito,
más sublime,
que ver amanecer en Los Gigantes.
Nada tan cálido, tan nuestro,
como hacer un fogón y trasnocharnos
guitarreando y buscando los perfiles
de la utopía;
o robarse algún beso, y prometerse
ingenuas fantasías.
II- Nada hizo tanto ruido y dolió tanto
como aquella caída en el espanto,
en las guitarras rotas y las voces muertas
y los fogones fríos,
y los besos perdidos.
III- No pudimos volver, por muchos años;
algunos, nunca más...
La tormenta pasó, pues todo pasa.
La vida sigue, ya no somos niños.
Con inconsciente fuerza, Los Gigantes
se elevan impasibles hacia el cielo, todavía.
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