En el atolladero de la vida,
la honestidad batalla contra el miedo.
Hundirme cada noche sin estrellas,
y seguir tropezando, día a día
en cuanta piedra encuentro.
¿En dónde, la concordia y la sonrisa;
en dónde está el amor, que no respira?
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Se entreabre mi ventana humedecida
por el último llanto de la noche.
Relámpagos de angustia que se apagan:
“¡Serenidad! Despierta, vive…”
se aleja la tormenta mortecina.
Y ya, pintiparada, late
la Emuná poderosa: “Cada día,
aunque no lo veamos,
sale el sol”; y un pellizco
de gracia y esperanza
zangolotea al alma adormecida.
Está saliendo el sol… La magia resucita.
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