viernes, 20 de agosto de 2021

MEMORIAS


Noche de Pascua. La  aldea estaba de fiesta  “Resucitó”, era el mantra; por fin se podía cantar y bailar y comer lo que fuera. Y gozar de los cuerpos jóvenes curtidos en los campos. 

Los campos… Unos terrenos desparramados por donde lo habían ido disponiendo los ancestros. Los de él y los de ella… Las dotes de bodas concertadas y no siempre deseadas. 

Las tierras y los hijos eran el futuro estrecho y doloroso que mostraba la vida… “lo que Dios quiere”, …”ganarás tu pan…”; “parirás tus hijos...”.

Pero esta era una noche venturosa. Corría el vino y volaban las coplas, cada vez más audaces y ardientes; y  se relajaba la vigilancia de padres y vecinos. Con mayor o menor donaire, todos danzaban y empinaban las botas para que se borraran los presagios y resucitara la alegría; hasta el viejo cura zarandeaba una pandereta y saltaba en torno a algunas beatas audaces.

En algún momento,  en el frenesí de la fiesta, se escaparon Carmen y Lorenzo. Como lo habían hecho durante toda la Cuaresma, los muy villanos se arrumacaron  junto al río a la sombra de los mimbres. Los requiebros y suspiros, los siseos de la ropa. los jadeos, rompían el silencio de los pájaros dormidos.

Pero alguno debe de haberse despertado y les aleteó la alarma a los padres, al cura y a todos los viejos vecinos. Las amenas muñeiras se rompieron en gritos desaforados y carreras tambaleantes. 

¿Un descuido imperdonable en un par de viejos? La niña ya tenía veinte años; era bonita, pero  iba para solterona. Así y todo,  no serían sus padres quienes la dejaran a su aire con ese libertino de Lorenzo, un paria sin patrimonio; aunque trabajador, hay que decirlo.  

El vino y los años (y los amigos de los fugitivos), conspiraban a favor del amor, la única resurrección de los humanos. No llegaron a encontrarlos juntos.

Hubo un revoloteo de refajos y calzas. Y cada cual apareció en el camino, por distintos puntos, con aire inocente, pero igualmente agitados.

Carmen quedó recluida y sollozante en la casa paterna. Lorenzo fue puesto bajo la custodia del cura que lo tuvo plantando cebollas y papas en el huerto de la capilla. 

Y al otro mes… Hubo que casarlos…  Ý contactar con parientes que ya habían emigrado. Y subirlos como fuera, al primer barco. Un nuevo mantra regía la vida en aquel entonces: América.

Asi llegaron mis abuelos a mi país. Mi mamá ya venía con ellos.

MEMORIAS

Noche de Pascua. La  aldea estaba de fiesta  “Resucitó”, era el mantra; por fin se podía cantar y bailar y comer lo que fuera. Y gozar de los cuerpos jóvenes curtidos en los campos. 

Los campos… Unos terrenos desparramados por donde lo habían ido disponiendo los ancestros. Los de él y los de ella… Las dotes de bodas concertadas y no siempre deseadas. 

Las tierras y los hijos eran el futuro estrecho y doloroso que mostraba la vida… “lo que Dios quiere”, …”ganarás tu pan…”; “parirás tus hijos...”.

Pero esta era una noche venturosa. Corría el vino y volaban las coplas, cada vez más audaces y ardientes; y  se relajaba la vigilancia de padres y vecinos. Con mayor o menor donaire, todos danzaban y empinaban las botas para que se borraran los presagios y resucitara la alegría; hasta el viejo cura zarandeaba una pandereta y saltaba en torno a algunas beatas audaces.

En algún momento,  en el frenesí de la fiesta, se escaparon Carmen y Lorenzo. Como lo habían hecho durante toda la Cuaresma, los muy villanos se arrumacaron  junto al río a la sombra de los mimbres. Los requiebros y suspiros, los siseos de la ropa. los jadeos, rompían el silencio de los pájaros dormidos.

Pero alguno debe de haberse despertado y les aleteó la alarma a los padres, al cura y a todos los viejos vecinos. Las amenas muñeiras se rompieron en gritos desaforados y carreras tambaleantes. 

¿Un descuido imperdonable en un par de viejos? La niña ya tenía veinte años; era bonita, pero  iba para solterona. Así y todo,  no serían sus padres quienes la dejaran a su aire con ese libertino de Lorenzo, un paria sin patrimonio; aunque trabajador, hay que decirlo.  

El vino y los años (y los amigos de los fugitivos), conspiraban a favor del amor, la única resurrección de los humanos. No llegaron a encontrarlos juntos.

Hubo un revoloteo de refajos y calzas. Y cada cual apareció en el camino, por distintos puntos, con aire inocente, pero igualmente agitados.

Carmen quedó recluida y sollozante en la casa paterna. Lorenzo fue puesto bajo la custodia del cura que lo tuvo plantando cebollas y papas en el huerto de la capilla. 

Y al otro mes… Hubo que casarlos…  Ý contactar con parientes que ya habían emigrado. Y subirlos como fuera, al primer barco. Un nuevo mantra regía la vida en aquel entonces: América.

Asi llegaron mis abuelos a mi país. Mi mamá ya venía con ellos.


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