Este cuento desarrolla una posible segunda historia a partir de "Hernán", de Abelardo Castillo (argentino- 1935). Contiene, asimismo, un poema de Alfonsina Storni: "La caricia perdida"
Quiero contarlo ahora, para no
olvidarlo. Para mantener el equilibrio
sin invadir el espacio ajeno.
Cuando la señorita Eugenia entró por primera vez al aula, el otro
Hernán me dictó la pregunta: «¿Por qué sigue siendo señorita?»
«Sos un degenerado, Hernán», me llegó el cuchicheo entre risas
ahogadas.
Yo no era un ídolo indiscutible;
no había vivido ninguna de esas emociones rebeldes que se comparten con
los amigos y cuyo mayor encanto es el secreto. Las risas alentaron al
Hernancito malo que no puede volar por ahí dando disgustos a sus padres, y que
de un codazo le cerró la boca al Hernancito modelo: «Vos sabés que no
alcanza con ser abanderado y poeta y tener buena memoria; ellos, los otros,
son los dueños de las decisiones a la hora
de hacer una fiesta, de invitar o de
presentarte a una hermana, a una amiga. A
los dieciocho, alguna vez se puede ser cretino: se puede pisar la patineta y
echarse calle abajo en busca de aplausos. Allá vamos: cartitas, recitados,
miradas». Y nos lanzamos, ella y yo, en nuestras patinetas transgresoras.
Pero esa tarde, cuando bailé con ella y la invité a pasear al
astillero, me dolía el estómago; sentía que estaba descarrilando, y que nos
estrellaríamos contra aquel barco viejo.
La Señorita Ingenua, perdón, Eugenia, también lo había advertido. El
pimpollo de pasión que empezaba a enraizar en su alma llena de poemas ajenos se
estaba malogrando bajo una llovizna de miedo y de realidades. «Será mi primera vez. No juegues conmigo, por
favor. No destruyas mi sueño de amor» solloza su
corazoncito palpitante.
Pasé mi brazo sobre sus hombros; recostó la cabeza…
Entonces… Se miraron, tensos.
«Es
tu oportunidad de ser uno más, no un bicho raro». «No. Es tu
oportunidad de encontrarte y de quererte»
—Vamos; usted sabe que esto no puede ser cierto, y que es un juego de
chicos tontos. No sé qué estuve pensando. (El angelito bueno aletea).
Con las mejillas rojas, y el pecho agitado despierta Eugenia,
avergonzada, espantada de sí misma. «Idiota», le dicen sus propios ojos
llorosos. Respira hondo:
—No, realmente;
no puede ser… Ya ves cuántas tonteras puede hacer un adulto, Hernán, cuando no
es dueño de sí mismo; fue una chiquilinada de los dos.
— No llore, Eugenia. Perdóneme. Volvamos. Nadie sabrá nada de esto.
«¿Nadie? ¿Cómo quedás con los muchachos? Vamos, decile algo»
Y entonces se aliaron; como tantas veces me pasó en la vida, Hernancito, el poeta,
buen alumno y su mellizo el atorrante: “—Yo soy un enamorado de las letras y de
su sencillez— le
dije —; por
favor, no quiero olvidarme de este día de aprendizaje: déjeme algo suyo, de la
poesía que la inunda”.
Y ella también integró sus dos mitades. “Tonta. Me imagino la apuesta.
Hasta aquí llega mi ingenuidad.” Con manos temblorosas, sin dudar, llevó sus
manos al cuello y se quitó la bolsita de laurel: “¡Tomá, chamuyero! Mañana nos
veremos en el aula. Sos tan niño… Chau. Me vuelvo en el ómnibus”.
A la mañana siguiente, la bolsita
de alcanfor (o laurel, no está muy claro) colgaba del marco del pizarrón, como
una palomita perdida.
La señorita Eugenia entró al
aula, clavó la mirada entre espantada y dolorosa en el pizarrón y en mí. Luego
respiró profundamente, muy hondo, y ordenó: «Lectura
silenciosa “La caricia perdida”, de Alfonsina Storni; página catorce de la Antología». Mientras la buscábamos, tomó la tiza, descolgó la bolsita y la echó al basurero.
La Caricia Perdida- Alfonsina Storni
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
Se me va de los dedos... En el viento, al pasar.
La caricia que vaga sin destino ni objeto,
La caricia perdida, ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
Pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
Si estremece las ramas un dulce suspirar,
Si te oprime los dedos una mano pequeña
Que te toma y te deja, que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni la boca que besa,
Si es el aire quien teje la ilusión de besar,
Oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
En el viento fundida ¿me reconocerás?