lunes, 14 de noviembre de 2016

Hora final



Para Cadena Ser, Primera semana de noviembre 2016
Sigo observando mi trocito de cielo. ¡Se me han muerto tantas ilusiones! ¡Se me ha gastado tanta ternura y aliento! Pero nunca se ha borrado mi trozo de cielo. Ya estoy llegando a destino y lo descubro como siempre: es la mano amiga que me conduce en las vueltas de la vida.  Yo percibo que no está hecho de vacío, sino de personas y de momentos; así  como mi cielo, se ven azules loa cerros lejanos; parecen vacíos ; pero  ya cerca, se descubre la vida en sus laderas. Me queda poco, pero lo he vivido intensamente.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA QUINTA ESQUINA


Así se llamaba la zona de calles en diagonal; y así se llamaba el bodegón. Todas las noches los tahúres se sentaban alrededor de una mesa pentagonal; los lugares estaban numerados, del uno al cinco El anotador  se sentaba siempre en la  quinta esquina, cerca de la barra, para atender al mismo tiempo algún pedido de refuerzo. El tintineo de los dados jugaba sobre el humo con la música del gramófono.  En el número uno, Julieta, la preciosa bailarina treintañera, acompañaba la ronda, sentada sobre las rodillas del tonto de turno, para que se desconcentrara y pudieran “pelarlo”.
La noche del crimen,  las luces amarillentas del bodegón  pintaban  el tronco de un paraíso y la primera hilera de baldosas de la vereda; más allá todo estaba en tinieblas.  Pero la música estridente alcanzaba a los vecinos que trataban de dormir.
Pablo Flores  se sumergió en el bullicio incongruente de “La Quinta Esquina”. ¿Por qué incongruente? Porque no había nadie en el salón.
Nadie vivo, digamos. En el piso, estaba Julieta… Degollada.
Sobre la mesa pentagonal, en un charco de bebidas,  flotaba un revoltijo de dados y ceniceros llenos. Los vasos y botellas en añicos eran la alfombra de la bailarina.
No se espantó por los ojos desorbitados y la boca abierta en el grito final; ya estaba curtido en estas lides. No se detuvo a verificar si realmente estaba muerta; su ojo profesional de policía inteligente lo había detectado al instante; también sabía que la escena del crimen no se toca en ausencia del cuerpo judicial; y además, su tremenda barriga  no  le permitía acuclillarse.
«Habría que llamar a la policía» pensó. Pero estaba muy cansado y no tenía apuro: se sentó y se puso a mirar el cadáver de la chica. Varias veces habían estado juntos,  por las tardes, en cualquier hotelucho próximo. Lástima que su figura descuidada y decadente y su bolsillo raquítico de jubilado, no colmaron las expectativas de Julieta; no es fácil conseguir clientes  para un bar en una ciudad pequeña. Ahora que  tenía algunas nuevas ofertas favorables, Pablo había venido  a buscarla; pero ya era tarde.
«Triste» pensó. Y se rascó la calva.
 Pero, después de todo- pensó- si el bolsillo tampoco alcanzaba, ella volvería a irse, porque él no rejuvenecería; su cabello no iba a crecer ni bajaría de peso.
Algo le molestaba en la calva, o a causa de la calva, y no podía entenderlo… Parecía como una luz creciente que  afloraba en su cabeza agotada.  Apoyó el codo en la quinta esquina, en donde había estado anotando… ¿unas horas antes? …¿un rato antes?
Florecían los recuerdos: se había  ido, borracho y furioso porque  el de la primera esquina  toqueteaba demasiado a Julieta, y seguía ganando. Furioso porque ella  lo disfrutaba sin cuidar del negocio. Cada vez más furioso, hasta que rompió el vaso en que estaba bebiendo. Tan rabioso, que no escuchó los gritos y las carreras de los que escapaban llevándose la mesa por delante cuando él se paró y la tironeó  hacia el vaso que acababa de trizar y con el que le rebanó su precioso y despavorido cuello.  
Volvió a mirar el cadáver y a tocarse la cabeza: la mano  de Julieta se crispaba sobre  su ausente peluquín.

Una sirena aullante acompañó la frenada del  auto policial. Los jugadores que habían huído entraron gritando, junto a dos agentes. Entonces, Pablo hundió violentamente   un trozo de vidrio en su propio cuello. 

EL ECLIPSE (A partir del cuento homónimo de Antonio Monterroso)


Este cuerpo mutilado a merced de los carroñeros, es mi cuerpo; pero mi corazón que todavía gotea sangre está en su templo, en manos del Rey y de sus sacerdotes..
“Bartolomé, es llegada tu hora.”
No  hace ni una hora que la selva cerró su cerco asfixiante y me entregó a los mayas.
                Te invoqué, Dios mío, con la ciencia que me hiciste conocer; pero el Demonio les dictó a estos ignorantes, los profundos secretos de los cielos, y tu proyecto de luces  y sombras a través de los siglos.
                ¡Ah, Dios mío! Yo sé que ahora viene mi gloria, que es la tuya. Sin duda, mi corazón irradiará tu luz sobre estas gentes, y un fuego purificador aniquilarà al Demonio.
                Aquí, Señor, se cierra el ciclo de tu mandato; mi rey, Carlos V sabrá que no he defraudado su confianza. ¡Gloria! ¡Hossana! ¡Arrodillaos, infieles1
                Pero, ¿qué es esto?.Mi corazón lleno de escupitajos va rebotando entre los pies del pueblo y cae en un profundo pozo plagado de bestias rabiosas.

                Dios Mío… Confié en que compartiría tu Pasión y tu Resurrección. ¿Por qué me estás abandonando? ¿Por qué me eclipsas?

EL ECLIPSE (A partir del cuento homónimo de Antonio Monterroso)


Este cuerpo mutilado a merced de los carroñeros, es mi cuerpo; pero mi corazón que todavía gotea sangre está en su templo, en manos del Rey y de sus sacerdotes..
“Bartolomé, es llegada tu hora.”
No  hace ni una hora que la selva cerró su cerco asfixiante y me entregó a los mayas.
                Te invoqué, Dios mío, con la ciencia que me hiciste conocer; pero el Demonio les dictó a estos ignorantes, los profundos secretos de los cielos, y tu proyecto de luces  y sombras a través de los siglos.
                ¡Ah, Dios mío! Yo sé que ahora viene mi gloria, que es la tuya. Sin duda, mi corazón irradiará tu luz sobre estas gentes, y un fuego purificador aniquilarà al Demonio.
                Aquí, Señor, se cierra el ciclo de tu mandato; mi rey, Carlos V sabrá que no he defraudado su confianza. ¡Gloria! ¡Hossana! ¡Arrodillaos, infieles1
                Pero, ¿qué es esto?.Mi corazón lleno de escupitajos va rebotando entre los pies del pueblo y cae en un profundo pozo plagado de bestias rabiosas.

                Dios Mío… Confié en que compartiría tu Pasión y tu Resurrección. ¿Por qué me estás abandonando? ¿Por qué me eclipsas?

El perdón

El Perdón
Juana y Blanca murieron el mismo día, a la misma hora: un Viernes Santo a las tres de la tarde.
Esto determinó que la separación que se habían impuesto cinco años atrás terminara, de golpe, a la Puerta del Paraíso.
Una historia de amor frustrado, engaño, envidia y muerte había separado a las hermanas. En el medio estaba el fantasma de Ismael.  Blanca lo amaba y Juana se lo había quitado con un embarazo fingido. Blanca se confió a una bruja,  y el bebedizo que ella le dio para recobrarlo resultó mortal para Ismael.
Junto a la puerta, Juana y Blanca se agitaban enfrentadas en anhelos de sangre; pero no había uñas, ni manos, ni carótidas: sólo el odio, mal sepultado bajo una montaña de buenas obras con las que buscaron, inútilmente,  sanar en vida su ira y remordimiento,
 La Puerta del Paraíso estaba cerrada con un grueso candado de nubes indestructibles: pero el frenesí de los sentimientos de las mujeres sacudió la Puerta; Jesús y el bueno de San Pedro alcanzaron a oírlo.
—Maestro— rezongó el viejo portero—Son las que mataron a Ismael. Otro par de almas indignas, que pretenden la bienaventuranza. Justamente en este día…
Jesús hizo un gesto de infinita paciencia: «Pedro… no te olvides del gallo…! Avísale a Ismael y a los querubines»
Como en el “Hágase” del Paraíso, Ismael apareció en medio de las hermanas y las abrazó en silencio.  Los angelitos rompieron a cantar: «Perdón, perdón. Mi alma tienes sed de Ti», Y ellas lo coreaban bañadas de lágrimas y de luz. «Perdón, hermana,» sollozó Blanca». «Perdón, hermana,» suspiró Juana.
Ahora la puerta estaba abierta. Las manos de Jesús, claveteadas y resucitadas desde la eternidad, dibujaban sobre sus cabezas las buenas obras que habían realizado.
 «Yo soy el Perdón», sintieron más que oyeron.
Y se encontraron en el Cielo.




lunes, 31 de octubre de 2016

MIEDO


Anochecía y en la calle  se iban encendiendo algunos faroles.  La tormenta agazapada en el horizonte, henchida de malos presagios, se puso en marcha desde los cerros cercanos y avanzó derramando tinieblas. De pronto, se cortó la luz en todo el pueblo y estalló el rayo.
Cerró ansioso los postigos; atenazado de miedo, recordó la inundación del mes anterior; el brutal remolino negro y helado que se había llevado tantas casas, fotos, perros, plantas… Tantas vidas que seguían latiendo y reconstruyéndose;  y tantas otras que no volvieron a respirar, como la de su esposa.
Entonces escuchó otra vez los cascos que retumbaban en el  pavimento y el grito débil de la mujer.  Y al instante, el alarido y el relincho desesperados  y el chapoteo jadeante contra la correntada.  
Y otra vez el miedo se le hizo terror, parálisis. Pero su cabeza y su corazón latían descontrolados. Abrir la puerta para brindar socorro era adelantar la entrada del agua en su casa. Quedarse, sin más, era morir a su condición humana, a su impulso de ayudar, de salvar, de salvarla… ¿A quién? ¿Dónde estarían ya la mujer y el caballo? «¡Quédate!»« ¡Tranca todo!»«¡Abre!» «¡Se estarán ahogando!»
Ya no los oía cuando cayó de rodillas, entre estertores angustiosos,  con las manos en la garganta y el pecho. El agua borboteaba por debajo de su puerta; goteaba el techo en medio de las tinieblas. Sintió que su mujer lo llevaba de la mano hacia una esquina lóbrega donde yacía junto al caballo; ya no tenía miedo; él también se había ido.


viernes, 30 de septiembre de 2016

El otro yo

Este cuento desarrolla una posible segunda historia a partir de "Hernán", de Abelardo Castillo (argentino- 1935). Contiene, asimismo, un poema de Alfonsina Storni: "La caricia perdida"

Quiero contarlo ahora, para no olvidarlo.  Para mantener el equilibrio sin invadir el espacio ajeno.
Cuando la señorita Eugenia entró por primera vez al aula, el otro Hernán me dictó la pregunta: «¿Por qué sigue siendo señorita?»
«Sos un degenerado, Hernán», me llegó el cuchicheo entre risas ahogadas.
Yo no era un ídolo indiscutible;  no había vivido ninguna de esas emociones rebeldes que se comparten con los amigos y cuyo mayor encanto es el secreto. Las risas alentaron al Hernancito malo que no puede volar por ahí dando disgustos a sus padres, y que de un codazo le cerró la boca al Hernancito modelo: «Vos sabés que no alcanza con ser abanderado y poeta y tener buena memoria; ellos, los otros, son  los dueños de las decisiones a la hora de hacer una fiesta, de invitar  o de presentarte  a una hermana, a una amiga. A los dieciocho, alguna vez se puede ser cretino: se puede pisar la patineta y echarse calle abajo en busca de aplausos. Allá vamos: cartitas, recitados, miradas». Y nos lanzamos, ella y yo, en nuestras patinetas transgresoras.
Pero esa tarde, cuando bailé con ella y la invité a pasear al astillero, me dolía el estómago; sentía que estaba descarrilando, y que nos estrellaríamos contra aquel barco viejo.
La Señorita Ingenua, perdón, Eugenia, también lo había advertido. El pimpollo de pasión que empezaba a enraizar en su alma llena de poemas ajenos se estaba malogrando bajo una llovizna de miedo y de realidades. «Será mi primera vez. No juegues conmigo, por favor. No destruyas mi sueño de amor» solloza su corazoncito palpitante.
Pasé mi brazo sobre sus hombros; recostó la cabeza…
Entonces… Se miraron, tensos.
«Es tu oportunidad de ser uno más, no un bicho raro»«No. Es tu oportunidad de encontrarte y de quererte»
—Vamos; usted sabe que esto no puede ser cierto, y que es un juego de chicos tontos. No sé qué estuve pensando. (El angelito bueno aletea).
Con las mejillas rojas, y el pecho agitado despierta Eugenia, avergonzada, espantada de sí misma. «Idiota», le dicen sus propios ojos llorosos. Respira hondo:
No, realmente; no puede ser… Ya ves cuántas tonteras puede hacer un adulto, Hernán, cuando no es dueño de sí mismo; fue una chiquilinada de los dos.
— No llore, Eugenia. Perdóneme. Volvamos. Nadie sabrá nada de esto. «¿Nadie? ¿Cómo quedás con los muchachos? Vamos, decile algo»
Y entonces se aliaron; como tantas veces  me pasó en la vida, Hernancito, el poeta, buen alumno y su mellizo el atorrante: “—Yo soy un enamorado de las letras y de su sencillez— le dije —; por favor, no quiero olvidarme de este día de aprendizaje: déjeme algo suyo, de la poesía que la inunda”.
Y ella también integró sus dos mitades. “Tonta. Me imagino la apuesta. Hasta aquí llega mi ingenuidad.” Con manos temblorosas, sin dudar, llevó sus manos al cuello y se quitó la bolsita de laurel: “¡Tomá, chamuyero! Mañana nos veremos en el aula. Sos tan niño… Chau. Me vuelvo en el ómnibus”.
A la mañana siguiente, la bolsita de alcanfor (o laurel, no está muy claro) colgaba del marco del pizarrón, como una palomita perdida.
La señorita Eugenia entró al aula, clavó la mirada entre espantada y dolorosa en el pizarrón y en mí. Luego respiró profundamente, muy hondo, y ordenó: «Lectura silenciosa “La caricia perdida”, de Alfonsina Storni;  página catorce de la Antología».  Mientras la buscábamos,  tomó la tiza, descolgó la bolsita  y la echó al basurero.

La Caricia Perdida-  Alfonsina Storni
Se me va de los dedos la caricia sin causa,
Se me va de los dedos... En el viento, al pasar.
La caricia que vaga sin destino ni objeto,
La caricia perdida, ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
Pude amar al primero que acertara a llegar. 
Nadie llega. Están solos los floridos senderos. 
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
Si estremece las ramas un dulce suspirar,
Si te oprime los dedos una mano pequeña
Que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni la boca que besa,
Si es el aire quien teje la ilusión de besar,
Oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
En el viento fundida ¿me reconocerás?